Capítulo XLVI.

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   Aparté un pequeño copo de nieve que se había colado en su ceja derecha. Él se sonrió un poco y yo volví a besarle los labios.

   —También te amo —le dije, deslizando mi mano por su mentón. Sonreí al notar cómo los vellos de su barba se hacía cada día más abundantes—. Espero que sea la última vez que te quites la barba.

   Paul carcajeó.

   —Quería que vieras mi carita hermosa, así como cuando tenía veinte.

   —Para mí tú siempre tendrás la carita de bebé —susurré, abrazándolo una vez más. Mary se acomodó en medio de nosotros para poder entrar más en calor; el frío que había era bastante—. Creo que ya deberíamos entrar, si es que no queremos esperar a Santa enfermos.

   —Uh, tienes razón —depositó un besito en la mejilla rosada de Mary, y luego se dirigió a los niños, diciendo—: Entremos. Está haciendo frío.

   —¡Ay, no! —Jude protestó—. ¡Un momento más!

   —Que no —le dije, tomándolo de la mano. Hice lo mismo con Heather—. Luego se enferman. Y Santa no le trae regalo a los niños feos ni a los que se enferman.

   —Pero yo no estoy enfermo ni feo, papito.

   —Feo sí.

   Todos nos adentramos a casa en medio de una risita, y cuando estuvimos en la sala, yo cerré la puerta deslizadora de vidrio. Paul dejó a Mary en el cuna, y procedió a frotarse las manos para poder entrar en calor.

   —A ver —sacudí el gorrito que Heather tenía puesto, e hice exactamente lo mismo con el de Jude—. Listo. ¿Quién quiere una taza de chocolate caliente?

   —¿Y si lo quiero frío qué, papito?

   —Cierra la boca, Jude.

   Él soltó una pequeña risa, al momento que yo me quitaba el abrigo y caminaba hacia la puerta principal, para poder extenderlo en el perchero que estaba al lado de la misma. Inmediatamente me dirigí a la cocina para comenzar a preparar la bebida.

   Coloqué una pequeña olla con leche en la estufa para comenzar a calentarla, y luego añadirle la barra de chocolate para que se derritiera e hiciera una mezcla exquisita.

   Justamente cuando comencé a mezclarlo todo con la cuchara de madera, sentí un ligero apretón de nalgas que me hizo dar un brinco.

   —¡Paul! —me escandalicé. Él rió—. ¿Qué haces?

   —¿Qué? ¿Acaso no puedo tocarle el trasero a mi esposo?

   Solté una pequeña risita.

   —Los niños —susurré—. ¿Quieres que te escuchen y aprendan esas cosas estando tan pequeños?

   —Están viendo la televisión.

   —Pero aún...

   Paul rodeó mi cintura con sus brazos, y descargó el peso de su cabeza en mi espalda. Me resultó imposible no sentir un bulto en mi trasero mientras revolvía la olla de leche y chocolate, la cual estaba a punto de hervir.

   —Te amo —murmuró, repartiendo besitos por mi cuello—. ¿Te he dicho que me encantaste desde el primer día en que te vi?

   —No. Me tirabas mierda.

   —John.

   Me reí un poco.

   —De verdad —le dije—. No sabía que te gustaba. Como luego me dijiste que odiabas mis ojos color popó, y que preferías los de otro color...

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora