Capítulo XLII.

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   El enorme dolor de cabeza se hizo presente cuando abrí mis ojos, los cuales estrujé con lentitud en medio de un bostezo. Logré levantarme, teniendo ganas terribles de vomitar, y cuando abrí la puerta para poder salir de la recámara, escuché risitas y habladurías provenir del comedor.

   Miré mi rostro en el espejo del baño y solté un suspiro. Tenía ojeras, los ojos algo hinchados y un semblante de cansancio combinado la tristeza que me causaba lo que estaba viviendo.

   No pasó mucho tiempo para que me cepillara los dientes y los enjuagara con limpiador bucal. Acto seguido me desvestí y adentré mi cuerpo a la ducha. Gradué la temperatura, dejando que pequeñas gotas de agua tibia humedecieran mi cuerpo.

   Apliqué los respectivos productos de higiene sobre mi cuerpo, y di mi ducha por terminada cuando quité todo el rastro de espuma por mi cuerpo.

   Me sentía sucio, y por más que intentaba no recordad los cortos fragmentos del encuentro sexual, pero se me hacía difícil. Estaba más que arrepentido.

   Coloqué sobre mi cuerpo una franelilla blanca, un suéter azul cielo y un pantalón de lana negro. Como estaba haciendo frío, decidí colocarme medias.

   —¡Papito! ¿Dónde estabas ayer? No me deseaste las buenas noches ni a mí ni a Heather. Paul tuvo que leernos un cuento.

   Esbocé una pequeña al caminar hasta el comedor. Todos estaban en la mesa. Paul tenía un atuendo similar al mío, solo que de colores grises. Su cabello estaba húmedo, por lo que deduje que se había dado una ducha hacía poco tiempo. Bajó la mirada al verme, pero a pesar de todo me di cuenta que sus párpados estaban hinchados, lo que daba un claro indicio de haber llorado.

   Por otro lado, Heather y Julian vestían pijama rosa y azul, respectivamente. Ambos tenían sonrisa radiante, y estaban conversando cosas tontas de niños.

   —Lo lamento —besé su frente, e hice lo mismo con ella—. Tuve que salir urgente, y por eso llegué tarde.

   —¡Pero, papito! —Jude protestó, ganándose una risita de Heather—. Se supone que ya estamos en Navidad y que ya no tienes trabajo.

   —Apenas estamos comenzado el mes. Cálmate, niño tonto.

   Logré sentarme al lado de Paul, quien sostenía a Mary entre sus brazos. La bebé no tardó mucho en alegrarse al verme, y pidió que yo la cargara, así que lo hice.

   —Ahg, Mary —bajé el suetercito rosado, pues se le veía parte de la pancita—. Qué gordita estás —le di un besito en la mejilla y ella se rió.

   La senté sobre mis piernas, y me dispuse a comer. En la mesa había una cesta con tostadas y alrededor varios bolw con mantequilla de maní, mermelada, y crema de avellanas. También una jarra de zumo de fresa y dos tazas: una de café y otra de té.

   Tenía intenciones de comer, pero la resaca hizo que mi estómago se revolviera. Por esa razón agarré la taza de café.

   —No tiene azúcar y está doble —dijo Paul, antes de que yo diera el primer sorbo. En ningún momento me miró: estaba concentrado untando el chocolate en la tostada—. Eso quita la resaca. Te lo digo para que no lo escupas al sentirlo insípido.

   —Eh, de acuerdo. Gracias...

   Soplé un poco la taza, y di un pequeño sorbo. Hice una mueca. Sabía terrible sin nada de azúcar.

   —Mm, quiero —murmuró Mary.

   Paul se apresuró a mirarla, teniendo un evidente gesto de sorpresa en el rostro.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora