Capítulo XLI.

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   Había pasado una semana desde el negocio de la compra de la casa. Todo había salido como lo planeamos, y eso me ponía muy feliz. La entrada de dinero alcanzó para pagar dos meses adelantados, y todavía nos quedaba para costear el resto de los gasto. Ese detalle nos tranquilizó a ambos.

   —¿Son todas? —Paul limpió el sudor de su frente y se dedicó a ver cómo todas las cajas llenaban la habitación que sería de nosotros. La misma de un color blanco, muy simple, por lo que planeamos pintarla más adelante—. Ah —se dejó caer en la cama de sábanas blancas—, por fin.

   Solté una risita, al tiempo que limpiaba el sudor de mi rostro con el borde de la camisa que tenía puesta. No tardé mucho en tomar el control del aire acondicionado que estaba en la mesita de noche y encenderlo.

   —Estupendo —murmuró Paul, sintiendo el agradable aire sobre su cuerpo—. Juro que jamás había sentido tanto calor en estas épocas del año.

   —Ni yo —lo aprobé, acostándome a su lado—. Bueno, ya todo está listo... el camión acaba de irse y ya todo está aquí.

   Paul se sonrió y dirigió su mirada a la mía, razón por la cual hice lo mismo.

   —Te amo —tomó mi mano y la besó—. Ya estamos juntos.

   —Siempre lo estuvimos, ¿no?

   —Bueno, sí —carcajeó—. Pero me refiero ahora... como una familia. Con Jude, Heather, Mary, Martha, Mimi y Babaghi, Julecito, los peces que olvidé el nombre... y tú y yo.

   Me resultó imposible no reírme.

   —Perlita y papas fritas —recordé.

   —Esos mismos.

   —Cielos —resoplé—. Doce. Somos una familia de doce.

   —Qué lindo —murmuró, soltando una risita—. Te dije que Martha no era mala con los gatos. La vecina tenía un gato bebé, y ella siempre jugaba con él. Ahí comprobé que era cierto lo que decían que si un gato o el perro era bebé, podían convivir fácilmente.

   —Si Martha no odia a los gatos... ¿entonces a qué odia?

   —Los pájaros —rió—. Cada vez que uno se posaba en las cerca de la casa, le ladraba.

   —Qué perra más rara.

   De inmediato un ladrido se hizo presente en la recámara, y el animal se abalanzó sobre mi cuerpo para lamerme el rostro. Las risitas de Jude y Heather no tardaron en hacerse presentes.

   —¡Ya, ya! —traté de apartarla, pero la enorme bola de pelos era muy pesada—. ¡Agh, Martha! —protesté—. ¡Era una broma! ¡Ya, basta!

   Ella se bajó de un salto y le arrebató la pelota amarilla que Heather tenía en las manos, y corrió en dirección a la salida.

   —Jude, mira como te ensuciaste —dije, al ver su camisa verde menta manchada con un extenso rastro de zumo de fresa—. Bueno, de todos modos tienes que bañarte.

  —Tú también, papito. Estás sudado.

   Heather y Paul soltaron una pequeña risita, y ella no tardó mucho en limpiarse con la camisita de tirantes delgados que llevaba puesta, el rastro de baba que Martha le había dejado en las manos.

   —Qué grosero eres, Jules —reclamé en tono de broma—. Yo sí puedo estar cochino, pero tú no. ¿Qué dirá Lucy?

   —Lucy me ama —y sacó su lengua, motivo por el cual le aventé la almohada al rostro.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora