Capítulo XL.

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   Me coloqué una camisa blanca simple, pantalón de mezclilla y un par de botas negras bien pulidas. A eso le añadí una chaqueta negra para poder amortiguar el frío. Era notablemente tarde, así que me apresuré a salir de la recámara.

   —Jude, ¿ya comiste?

   —Sí, papito —dijo, limpiando su boca con la manga del suéter azul marino de uniforme. Estaba sentado en las sillas altas y tomando le desayuno que consistía en tostadas con mantequilla de maní—. Ya.

   —Te he dicho que no te limpies de la ropa —refunfuñé, yendo hacia la cocina y regresando con una servilleta—. Mira, luego Lucy se va a burlar de ti porque eres cochino.

   —No, papito. Ella me quiere mucho así sea cochino.

   Limpié su boca soltando una risita de por medio, luego sus manos y por último —y con una servilleta húmeda— la manga de su suéter.

   —Ya está —murmuré, acomodando su cabello—. Toma el jugo y vámonos. Es tarde.

   Mientras iba al sofá a buscar sus cosas, él se bebió el poco contenido de zumo de frutas que quedaba en el vaso. Acto seguido se bajó de un salto y corrió hasta la puerta. A ese niño no le importaba tener un brazo roto.

   —¡Papito, apúrate! ¡Eres lento!

   —Lento tú, niño estúpido.

   Mi Jules emitió una risita. Logré sostener su mochila entre mis manos, para luego sacar las llaves y dirigirme hacia la salida, no sin antes tomar su mano.

   Bajamos las escaleras a paso apresurado porque el ascensor solía tardarse mucho tiempo para llegar. Cuando estuvimos en la planta baja, fuimos hacia el estacionamiento para poder buscar el coche. Ese trayecto fue rápido porque Jude odiaba la oscuridad del lugar, así que como buen padre que era, decidí apresurarme.

   —¡Papito, los fantasmas! —bromeó—. ¡Apúrate!

   —¿Por qué a veces eres tan tonto, Jude?

   —Porque soy tu hijo, papito.

   Rodeé los ojos mientras dejaba escapar una risita, y me propuse a encender la calefacción, para luego ponerlo en marcha hasta la salida del lugar.

   —Papito, ¿quieres que te cante una canción?

   —No.

   —¡Anda! —protestó, haciendo un gesto de disgusto que me hizo reír un poco—. ¿¡Sí!? ¡Me la enseñó Lucy!

   —Ajá. Canta para escucharte.

   —¡Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña! —comenzó a cantar, tiendo un ritmo peculiar que, para ser una canción tan tonta, era bueno—. ¡Cómo veía que resistía, fueron a llamar a otro elefante! ¡Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña!

   —Ya, Jude —lo miré por el espejo retrovisor interno, y me reí—. ¿Quieres que llueva?

   —¿Canto feo, papito?

   —Cantas hermoso.

   —¿¡Y si le dedico una canción a Lucy!? Pero no quiero que se ría, así cómo mami se reía de ti cuando lo hacías.

   —Claro que no lo hacía —me defendí—. Antes casi se desmayaba de lo enamorada que la dejaba, pero ahora como Roberto culo abierto está, sí dice que yo soy un asco.

   —¿Qué es culo abierto, papito?

   Carraspeé involuntariamente al recordar que no estaba hablando con cualquier persona, si no con mi esperma de cinco años.

Your Heart is all I have ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora