12

948 61 7
                                        

Narra Samantha

Pasé varias horas pensando y reflexionando sobre mi vida, sobre mi situación y cómo podría afrontarla. Debo admitir que, en parte, todo lo que está pasando es culpa mía por querer tomar atribuciones que no me corresponden.

Me levanté y decidí caminar sola por el parque que queda cerca de la mansión. Necesitaba despejarme.

Estuve horas caminando, pensando... deseando desaparecer por un rato. Cuando regresé, ya eran casi las ocho de la noche. La casa estaba en silencio, lo cual me pareció extraño.

Subí a mi habitación, me di una ducha larga y me puse el pijama. Antes de dormir, bajé a revisar que todo estuviera en orden en la cocina, por costumbre. Pero al bajar las escaleras... lo vi.

Jimin.

Sentado en el suelo del pasillo, con la espalda apoyada en la pared, la cabeza baja y los codos sobre las rodillas. Estaba solo. Y no sé cómo lo supe, pero... estaba llorando.

—Jimin... —dije en voz baja.

Él alzó la vista. Sus ojos estaban rojos, como si llevara horas así.

—¿Qué haces despierta? —intentó sonar normal, pero su voz se quebraba en cada palabra.

Me acerqué, dudando.

—Podría preguntarte lo mismo —me senté frente a él, dejando un espacio entre ambos—. ¿Qué pasa?

Jimin no dijo nada al principio. Solo me miró, como si estuviera evaluando si confiar o no. Luego, bajó la mirada otra vez.

—Mi novia... —tragó saliva— me engañó. Con alguien que sabía que me odiaba.

No supe qué decir. Yo... no imaginaba a Jimin así. Siempre tan arrogante, tan frío, tan seguro. Ahora parecía... roto.

—Lo siento mucho —susurré—. Nadie merece eso.

—Supongo que sí —se rió sin humor—. Aunque tal vez lo tenía merecido. No soy precisamente una buena persona.

—Eso no tiene nada que ver —dije, casi sin pensar—. Estar roto no da derecho a romper a otros... pero eso no significa que merezcas que te destruyan.

Silencio.

Nos quedamos así unos minutos, sin decir nada, hasta que él murmuró:

—¿Por qué no te vas de esta casa?

Lo miré, sorprendida.

—¿Qué?

—Si yo fuera tú, ya habría huido. No entiendo cómo soportas esto. A mi hermano, a mis padres... a mí.

Me encogí de hombros.

—Porque no tengo a dónde ir. Y porque... a veces, hasta en los peores lugares, hay algo que vale la pena.

Jimin me miró fijo. Su expresión era extraña. Como si estuviera viendo algo por primera vez.

—¿Y yo? —preguntó—. ¿Yo valgo la pena?

No supe qué responder. Sentí el corazón acelerarse.

—A veces —dije, sincera—. Cuando dejas de fingir que no tienes corazón.

Se acercó un poco, sin tocarme, pero lo suficiente para que pudiera sentir su respiración. Bajó la mirada a mis labios y luego a mis ojos.

—Gracias por quedarte —susurró.

—Gracias por no seguir siendo un imbécil —respondí, medio en broma.

Y entonces... sonrió. Una sonrisa pequeña, rota, pero real. La primera que le veía desde que llegué aquí.

Nos quedamos así, sentados en el suelo, compartiendo una calma rara pero necesaria.

Y por primera vez, me sentí un poco menos sola.

Después de aquella conversación con Jimin en el pasillo, algo cambió. No sé si fue en él, en mí... o entre nosotros. Pero el aire ya no pesaba tanto.

Nos quedamos sentados un rato más, sin decir mucho. A veces el silencio también cura, ¿sabes? Sobre todo cuando es compartido.

—¿Tienes sueño? —preguntó él, rompiendo la calma.

—Un poco... pero ahora no quiero dormir.

—¿Quieres... quedarte un rato conmigo? Solo hablar.

Lo pensé. ¿Estaba bien? ¿Estaba mal? No lo sé. Solo asentí.

Jimin se puso de pie primero y me ofreció la mano. Dudé... pero la tomé. Y no, no fue como en las películas: no hubo chispas ni música dramática. Solo su mano caliente y la mía temblando un poco.

Fuimos a la sala. Estaba todo oscuro, solo la luz tenue de una lámpara iluminaba el lugar. Nos sentamos en el sofá, uno al lado del otro, como si fuéramos extraños intentando no incomodar al otro.

—¿Sabes qué es lo peor? —dijo de repente—. Que no me dolió por ella. Me dolió por mí. Por haber creído que merecía algo bueno.

—Lo mereces —dije, casi en automático.

Él me miró como si yo hablara en otro idioma.

—¿Tú también lo crees? —me preguntó.

Lo miré a los ojos. Por primera vez, sin rabia. Sin miedo. Sin resentimiento.

—Sí, Jimin. Todos merecemos algo bueno. Incluso tú.

Nos quedamos callados de nuevo. Pero esta vez, el silencio era distinto.

Entonces, inesperadamente, él recostó su cabeza sobre mi hombro. Me tensé al principio, pero no me moví. Y con el paso de los segundos... me relajé.

—No le digas a nadie esto —murmuró, medio dormido—, pero... me gusta cómo hueles.

Solté una risa suave.

—Eres raro.

—Y tú sigues aquí —susurró, sin moverse.

No supe qué responderle. Así que me quedé así. En silencio. Con su cabeza en mi hombro, y su dolor haciéndose un poquito más ligero. Y con el mío, también.

Quizás... esto era lo que ambos necesitábamos.
No amor.
No promesas.
Solo una noche sin máscaras.

.

.

.

Hola mis lectores hermosos, como veran estoy editando la historia para que tenga más concordancia.Necesito que comenten debajo que tal les parece para seguir subiéndole contenido de buena calidad como ustedes se merecen, sin más nada que agregar, esta servidora se despide.

Att: Bad Girl.

Mi sirvienta (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora