Capítulo 2: Cuando todo comenzó

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Un mes más tarde, ya faltaban tres días para ir a Hogwarts. Había organizado mi maleta unas siete veces porque no me decidía entre qué cosas llevarme y qué cosas dejar en mi casa. También opté en no llevar mascota, ya teníamos una lechuza para el envío de cartas. Dean se lo estuvo preguntando durante días hasta que adoptó un pequeño búho al que llamó Titzo. Estuvo volando por nuestra habitación los primeros días. Y mi madre y Jesse estuvieron apegados a nosotros todo este verano, como si nos fuéramos a escapar de sus manos. 

El último día de agosto, me senté en la alfombra bajo la ventana, cerré la puerta de mi habitación cuando Dean fue de compras con su padre y extendí el pedazo de pergamino con una pluma en mis manos. Comencé a escribir lentamente.

Hola de nuevo,

Hoy es 31 de agosto. Mañana ya es el día en el que iré a Hogwarts. Debo admitir que estoy algo nerviosa, pero creo que saldrá todo bien. Todavía no encuentro las razones específicas por las que quiero ser seleccionada en Gryffindor; y no, no es por estar con Dean y asumir que como su padre estuvo en la casa de los leones, él también lo estará. Sé que nos veríamos igualmente si quedamos en casas diferentes. Y sé muy bien que mamá y yo no somos nada parecidas en este sentido, ella misma me dijo que no creía que quedaría en Slytherin por más de que ella hubiera estado allí.

Me pregunto en que casa perteneciste. ¿Serás un Gryffindor y por ello quiero estar ahí? Me molesta no tener ni un dato sobre ti más que desapareciste de un día para el otro. Y también me sigo preguntando, cada vez que tomo esta pluma, el por qué escribo cartas para ti si no envío ninguna. Es gracioso, ya que tampoco sé si estás vivo, muerto o en otro continente con una nueva familia. No lo sé, simplemente, no sé por qué te escribo con la intención de que algún día regreses. ¿Pero eso pasará? Ya tengo once años y transcurrieron diez... ¿Acaso no me extrañas ni un poco? ¿Ni siquiera a mamá? Tampoco sé si te interesaría todo lo que te cuento en estas cartas. No me acuerdo de ti y eso me irrita muchísimo, pero también sé que no te mereces que te de tanta importancia. Después de todo, nos abandonaste y nunca volviste. 

Supongo, entonces, que escribo cartas para ti porque sé que jamás las voy a enviar, ni las leerás, ni me responderás en otro pedazo de pergamino. Escribo estas cartas porque me gusta escribir lo que siento, porque me gusta reflejarme en las palabras, pero tal vez no debería hacerlo, al menos no a ti.

En fin, me conozco y sé que continuaré escribiendo, así que te contaré qué es lo que sucederá mañana. Deséame suerte, o no, de hecho no puedes, pero hazlo de todas formas. 

Tu hija, Mackenzie.

Le eché un vistazo a la carta y un nudo se formó en mi garganta. No le escribía todos los días, solo cuando lo sentía necesario, cuando necesitaba liberarme. Sabía que mamá se enfadaría si lo descubriera porque tendría que confesarle que, después de todo este tiempo, todavía tenía esperanzas de volver a verlo. 

Doblé el pergamino por la mitad y tomé un sobre del cajón de mi escritorio, guardándola. Luego, me arrodillé junto a mi cama y estiré mi brazo por debajo de esta para llegar a una pequeña caja circular con un lazo rojo. Allí dentro estaban todas las cartas que había escrito hasta el momento, empezando alrededor de cuando tenía ocho años. 

Di un gran sobresalto cuando la puerta de mi habitación se abrió de repente y Dean entró bostezando.

- ¡Oye, que no puedes entrar así! - exclamé, llevándome la mano al pecho, respirando. Estaba demasiado concentrada anteriormente.

Mackenzie y la piedra filosofal | [MEH #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora