Day XVI: Vida. [AMEITA]

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Entre sus dedos, cosquilleos pasaban todos los días, dándole lo que necesitaban las flores secas de los jardines y bosques. El príncipe de la vida trabajaba todo el tiempo, rejuveneciendo con esmero cada pequeña parte de los bosques, apareciendo en nacimientos, cuidando de personas con un simple movimiento de sus manos como si tocase una guitarra acústica.
Todo su trabajo parecía hecho por alguien con imaginación, creatividad y eso era lo que despedía cada vez que, en las calles, solía cruzarse con los ángeles protectores que veía nacer y crecer por sus manos.
Feliciano solía saludar al príncipe todas las mañanas, cuando comenzaba su trabajo, haciendo su constante tarea. No era de los mejores ángeles de su unidad, sin embargo él siempre lo felicitaba y animaba con una simple caricia, capaz de llenarlo otra vez de energías, de sentir un grupo de flores crecer por sus venas.
Sus inocentes caricias y ese esmero que le tenía al joven príncipe lo hacían sentirse a cada momento querido y amado, con ganas de dar amor, de hacer lo que estuviese a su alcance por él. Porque el príncipe de la vida le daba todo lo que necesitara, lo que le hiciera falta, y ese favor.tenía que, de alguna manera, devolvérselo como pudiera.
Con nerviosismo, se acercó al príncipe, de trigueños cabellos rubios, viendo que estaba leyendo un libro.

¿Cómo se siente hoy, señor Vida? Preguntó lo más suave posible, para no alterarlo tanto. El muchacho, de celestes ojos como el cielo que ellos atendían, sonrió con mucha emoción, casi como si estuviera feliz de tenerle ahí.

No me llames señor Vida, Feli, no es necesario pidió el hombre, mientras le dejaba un espacio. Se sentó, mirándole con sus ojos soñadores, pensando de qué manera sería mejor llamarlo.

¿Entonces cómo le llamo, señor? Dijo con inocencia el ángel, dejando descansar sus alas un momento.

Él lo pensó mucho, tanto que el castaño no estaba seguro de qué hacer en sí, mirando el libro que tenía en sus manos.

Alfred estaría bien, si no te molesta respondió finalmente, sonriéndole otra vez. El ángel abrió sus ojos animado, sintiendo su corazón latir un poco, negando con la cabeza.

No... No me molesta... Es... Es un lindo nombre. Feliciano se acercó a él un poco más, para estar juntos, al menos un momento más. El príncipe rió.

Muchas gracias, pequeño Feli. Alfred volvió a pasar sus manos por la cabeza de su ángel, peinando sus cabellos con cuidado. Una risa pequeña también salió de los tiernos labios del de blancas alas, el cual parecía a punto de morir, en aquel lugar, sonrojándose un poco.

En todo ese tiempo, él había sido el único que había llamado por un nombre al príncipe y es que el rey del cielo y la reina de la tierra parecían no haberles asignado un nombre a sus niños. Con felicidad, ese día el muchacho volvió a su despacho, sintiendo su corazón ablandarse en muchos sentidos.
Su príncipe, eso es lo que le parecía al italiano que era el señor de la vida, el único que lo hacía sentir querido en ese lugar. No había nadie ni nada que estuviese de esa manera con él, que lo tratara con ese cariño, con esa paciencia, con esa amabilidad que le derretía cada parte de su piel.
Pero... El ángel no lo sabía, nunca lo supo, más uno no podía amar a su señor. Y es que amarlo, sería complicado, uno de los pecados más grandes, uno de los dolores más oscuros. Mientras la presión existía, mientras el dolor aparecía, los ojos del ángel se volvían oscuros, igual que su cabello. Los celos lo consumían, el dolor lo partía y, dios, hasta sus uñas empezaban a alargarse conforme el veneno subía, ya que el destino de todo ángel que amaba algo con tanta fuerza, con tanta destructividad, lo hacía volverse, tarde o temprano, una bestia considerada ángel caído. Y sí, Feliciano se volvió un ángel caído, el cual nunca más volvió a ver a su príncipe.

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