Day XVIII: Pañuelo. [PRUPOL]

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Deshecho, siempre había sido así. Como un pañuelo. Usado, sucio, esa clase de personas eran, la que las personas sólo deshechaban por deporte, o eso parecía a sus ojos, ojos que ya muertos no parecían tener tanta alma. Así se sentía Feliks todo el tiempo.
Conforme pasaban los días, meses y años, siempre se repetía el mismo ciclo, la misma canción en un eterno replay que jamás iba a abandonarlo. Había formado parte de un pequeño cuarto de la vida de un millón de personas, sin embargo nadie más había pasado tanto tiempo a su lado como alguna vez lo hizo la persona que, desgraciadamente consideró como el mejor de sus amigos. Y ahora lo había abandonado, igual que todo, igual que todos.
Con el alma desparramada en el piso, arrastraba sus pies hacia ningún lugar específico, en la noche de una calle que debería ser ruidosa, quizá esperando encontrar algo bueno... O quizá esperando una muerte relativamente rápida, no tenía idea. Llevaba el pelo rapado, de forma que, cayese donde cayese su flequillo iba a quedarle bien, resaltando más las borlas verdes que tenía en las cuencas y por las cuales todos caían rendidos.
Las manos en sus bolsillos indicaban que no buscaba hablar, ni problemas, y sin embargo las personas se acercaban a él. Incluyendo a ese tipo, el que bebía sentado en el escalón de una casa que probablemente no sea la suya.

—¡Eh, muñeca! —gritó el tipo. Su nariz se arrugó de asco, detestaba ser llamado por el género opuesto, mas de igual manera se volteó.

—¿Qué necesita? —preguntó en un tono suave, viéndole directamente a los ojos. Notó, con cierta sorpresa, que sus orbes eran rojos, rojos como la sangre.

—¿Quieres escuchar un cuento? —El tono rasposo que usó en su voz le dió un escalofrío, pues la calle estaba vacía, poco concurrida para su gusto. —. Anda, ven, puedo hacerte un lugar.

Apretó sus nudillos, con cierta duda implantada. En cualquier situación hubiese huido, bueno, no precisamente pero... cualquier otra persona escaparía de dos orbes rubí, tentadores, salvajes. Su cuerpo se movió solo, cautivado por ese extraño ser, con las piernas algo temblorosas, a la par de que el aire se volvía más pesado y frío. Ahora los vestigios de las altas horas nocturnas se hacían presentes.
El sujeto sonrió con egocentrismo, haciendo que ese sentimiento de inseguridad al ser observado con tanta atención aumentara, casi como si pudiese ver hasta la parte más oscura de su alma, haciendo que evitara su mirada.

—Es gracioso que seas tan... Fácil de convencer, cielo —mencionó el hombre, acariciando su mejilla. Un manotazo recibió en respuesta, con la gélida expresión del rubio. —. Y ruda.

—Ibas a contar una historia —espetó cansado. Probablemente iba a ser usado otra vez como un pañuelo con ese extraño individuo que por un motivo llegaba a atraerlo. —. Hazlo.

—Voy a hacerlo, preciosa, pero a su tiempo —mencionó sonriendo. —. Primero quiero saber tu nombre, el mío es Gilbert.

—Feliks —susurró cortante. Gilbert no de sorprendió de que su nombre fuese masculino en lugar de femenino.

—Encantado —susurró también, solamente que burlón. El polaco rodó los ojos. —. Bueno, Feliks, voy a contarte la historia de un viejo libro que encontré hace algo de tiempo...

«Ni que fuera un infante» pensó por unos minutos, pensando en si después de todo había valido la pena haberse volteado. Por el tiempo que llevaban sentados en ese lugar tan oscuro y poco concurrido, sabía que no.

» Había una vez un encantador muchacho, de inocente actitud —explicó el tal Gilbert, mirándole fijamente. Sus ojos parecían clavarlos más en su lugar, como si ésa fuese su cruz, para que tuviera una especie de castigo. Sin embargo, no dejaba de ser el pañuelo usado con el que pronto limpiarían sangre ajena. —, el cual buscaba siempre el bien de los demás. Con sonrisas animadas y grandes palabras, ayudaba a las personas que quería y amaba, porque eso era lo que hacían los amigos, ¿no?

Un escalofrío le recorrió la espalda, puesto que la historia le parecía conocida. Algo de miedo afloró entre sus poros, puesto que, por algún motivo la historia se le hacía conocida.

» Los días pasaban y más y más gente sólo iba y venía en su vida, como su círculo realmente lo permite. Al principio no era malo, no, era incluso hasta divertido —siguió narrando mientras jugaba con su botella de cerveza alemana. —. Pero... Siempre hay peros con estas cosas. El joven no se sentía parte de su interior, de ninguno en realidad. Tenía personas que quería, personas que apreciaba, pero no precisamente personas que quisiesen quedarse más de lo que acostumbraban. No tenía nadie a su lado, ¿qué podía hacer?

Sus cejas se elevaron un poco extrañadas, casi arrugando su ceño de esta manera. Tenía miedo de saber la respuesta y sin embargo prefirió decirla, enfrentar a quien se encontraba a su lado.

—¿A-Aislarse? —preguntó el rubio. El tipo asintió, sonriéndole para mostarle que la respuesta era correcta.

—Aisló su corazón, en realidad. Aisló lo que cualquiera podría dañar, lo que cualquier persona puede destruir con facilidad. Encerró su debilidad en una caja tan reforzada que no había llave maestra que la abriera —describió risueño, como si esa parte le gustara de toda la historia. Como si él... formara parte de la misma acción o de la historia. —. Podía hacer muchas cosas con eso, ser invencible era una de sus cualidades destacables, porque pronto se volvió con facilidad un blanco pañuelo.

—¿Pañuelo?

—La gente lo usaba a su conveniencia, solamente que él no permitía que dañaran su corazón. Los rebajaba de nivel —determinó, mirando el suelo. —. Todos estaban por debajo de ese encantador muchacho, haciendo que, por ser un pañuelo, comenzara a ensuciarse y teñirse.
» Era cruel con las personas, con quienes le amaban. Sin quererlo las dañaba, porque estaba enceguecido del simple poder, de la invencibilidad que lo rodeaba, de no sentir nada. —Gilbert parecía sombrío explicándolo. —. Hasta... Hasta que la última persona lo dejó ir y eso fue suficiente.

—¿Volvió a ser normal? —preguntó, luego de unos segundos de silencio.

—¿Él? No. —Feliks tragó saliva cuando dijo ésto, pues el borracho ya no tenía voz de haber tomado, como si el efecto hubiese desaparecido. Gilbert lo apuntó otra vez más, de las miles de tantas que ya lo había hecho. —. Lo llevé conmigo, le di un mundo lleno de gracia para su egoísmo...

—¿C-Cómo...? —Él acarició su mejilla con ternura peligrosa, acercándose a su oído.

—Lo maté —susurró.

Lo siguiente que pasó fue imposible de describirlo por su cuenta. El sujeto partió la botella contra el suelo, poniendo la botella contra su cuello, dispuesto a presionar, mientras lo ponía contra la pared. El cuerpo entero de Feliks parecía inmovilizado con una especie de hechizo, encantamiento o a saber qué, con ese par de orbes que no dejaban de brillar. El shock por el que pasaba era enorme...

—Oh, Feliks, ¿realmeante creíste que tus pecados no iban a cumplirse? Eres hermoso, podrías ser un pecado capital... ¡Espera! Eres uno. —La risa escandalosa de Gilbert resonó en las paredes, mientras tomaba su forma real, dejando ver casi dos metros de altura y cuernos que lo catalogaban a un demonio. —. Eres muy lindo, vanidoso, tu pecado estaría orgulloso.

—¿Qué...? —El miedo que su cuerpo experimentaba no podía ser descrito de otra forma. Su cuerpo temblaba tanto, mientras esa bestia acercaba sus colmillos deformes a su rostro.

—Me enviaron a comerte, a destrozarte, a llevarte conmigo, cielo —susurró lo que antes era un hombre. —. Ya no puedes vivir aquí, ya no puedes ser parte de esta sociedad. Estás tan usado, viejo y vanidoso que solamente debes morir, ¿te gustaría ver dos mitades de ti?

Pronto la botella se convirtió en un cuchillo, mientras el demonio de la muerte ejercía presión en éste. La piel de le erizaba y tuvo miedo de morir. Tuvo.
La grotesca bestia volvió a darlo contra a la pared, como un buen golpe por sus pecados. Su cuchilla no tardó en aparecer, dejando su piel con tantos agujeros como pudo, ensuciando así sus ropas, para que después las fauces del monstruo clavara y marcara cada pedazo de su piel.
Para ese entonces ya no sentía nada... Ya no podía sentir. No sentía nada a excepción de un atroz arrepentimiento que hizo arder cada simple poro de su piel.

30 Days Challenge.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora