Day XXIX: Libro. [DENPRU]

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El viento a fuera aullaba con cierta ferocidad mientras ambos estaban en distintas habitaciones. En fechas así, la idea de salir se veía menos tentadora que el estar los dos en casa. Gilbert miraba la nieve caer con suavidad, casi como si una pequeña doncella halada los hiciera caer, una capaz de congelar corazones, quizá mundos. Incluso universos.
Una mano tocó con suavidad su hombro, elevando la vista hacia su pareja, el cual le sonrió cariñoso, igual que siempre solía hacer.

—¿No quieres venir conmigo? —preguntó Mathias, deslizando su dedos por su cintura. Una sonrisa se dibujó en sus labio rosados también, deseoso de estar cerca de él.

—¿Y adónde vas a llevarme? —siguió el albino, con cierta ternura impregnada en su voz. El rubio apoyó el mentón en su hombro, besando castamente su cuello.

—Sólo quiero que te sientes conmigo en el sofá —susurró el mayor, tan dulce como solía ser. Gilbert se dejó llevar, poniéndose de pie al instante, tomando sus manos un poco.

Mathias con cuidado lo guió no muy lejos, dejándolo estar en su regazo. En tiempos así, con climas así, normalmente él hacía esas cosas; lo cubría con una manta y lo rodeaba con sus brazos, simplemente para disfrutar de esa privacidad que tenían. Sólo eran ellos dos, en su universo, en su espacio.
Le pasó un libro, uno que nunca había visto en la estantería, enarcando una ceja con curiosidad.

—¿Y esto? —Mathias plantó un beso en su oreja que lo hizo estremecer.

—Un libro que tomé de la biblioteca —respondió—. Quería que me lo leyeras, sabes que amo escuchar tu voz.

Un cosquilleo se plantó en su vientre cuando escuchó esas palabras tan cerca, casi enrojeciéndole la piel tan sensible que tenía. Realmente, la situación lo estaba volviendo loco, inquieto pero no en una mala manera. Había algo en su actuar que siempre lo había dejado temblando como una hoja y más ahora, estando tan cerca.

—No soy bueno para leer poemas —mencionó, sintiendo con sus dedos las páginas como solía hacer por instinto, al igual que olfatear las mismas. Aún conservaba ese olor a humedad y hojas viejas de la biblioteca cercana.

—¿Y eso qué? Sólo quiero que leas para mí un libro de poemas —contestó, rodeando sus brazos—. No creo que sea mucho pedir.

Mathias siguió con sus besos, esta vez en su nuca, volviendo a producir un estremecimiento en todo su cuerpo. Deseaba que todo ese momento durara para siempre, que no fuese todo tan efímero. Que él no fuera tan efímero.

—Lee para mí —insistió igual de sereno que antes.

Abrió con cuidado las páginas del libro, leyendo los versos con cuidado. Mathias sólo oía con persistencia, con cariño, de a ratos raspando su cuello con su barba recién comenzada, otras solamente paseando sus pulgares por sus manos. A decir verdad, a ninguno de los dos les importaba mucho lo que dijese el libro, sino que lo que más les importaba era compartir el tiempo que les quedaba juntos. Pronto Mathias tendría que irse, los dos estaban conscientes de eso. Y ninguno de los dos sabía exactamente si iban a volverse a ver.
En algún punto de la lectura, el albino escuchó el ronquido del danés. Una sonrisa torpe se dibujó en su boca, dejando el libro sobre la mesa de café y acurrucándose entre sus brazos sin moverse demasiado. A veces, simplemente, deseaba que cosas así duraran para siempre.
Pero todo era efímero... Y aún así iba a seguir queriendo mucho eso, pese a que no dure.

30 Days Challenge.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora