Day XXVI: Techo. [RUSPRUS]

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La música los enredaba a los dos, recostados en la cama, mirándolo. Perdidos en las letras, los significados; abrazados, con las manos tomadas y los cuerpos entrelazados. Así era como ellos preferían estar, tan cerca, tan pegados, con el único testigo que era el techo de la habitación.
La luz los iluminaba mientras sus ojos se cerraban, disfrutando de que se tenían cerca, de que por fin podían sentirse, tocarse, olerse. Gilbert no podía describir de otra manera que no fuese agradable la emoción que tenía de estar en la cama de Iván, sólo oyendo música, sólo estando... Sólo siendo y sintiendo. Ese era el ritual que seguían todos los días, luego de un largo día en el trabajo, quitándose el estrés en un simple roce que los volviera todavía más juntos, jugueteando con el tacto, para simplemente unirse y formar otra cosa totalmente nueva.
No había otra palabra que se describiera para los dos. Sentir era un verbo tan pequeño, tan grande en significado y tan perfecto para los dos, tan usado por no tener otra forma de describir. Ni percibir era suficiente, no, nada era suficiente para los dos, puesto que sólo el sentir importaba en ese momento, mientras cara poro de sus pieles parecía gritar "no me sueltes nunca". Les parecía tan sólo una desgracia tener que separarse cada mañana, probablemente estando lejos durante las tardes, estando uno en la empresa y el otro tratando de escribir una canción nueva, siendo ese momento único para todo el día, incapaz de compararse con la cena o la hora de dormir. Sólo descansando sus cuerpos sobre la superficie de la cama, cubiertos por una manta, dispuestos sólo a estar y nada más.
La luz que colgaba de su principal espectador parecía curioso de cómo estaban puestos, de lo adorables y perfectos que se veían los residentes del lugar, después de lo que les parecía mucho tiempo lejos, besándose con esmero, cariño, para jamás olvidar los sabores de su boca igual que cada día, extrañándose más que nada. Oh, cuánto se necesitaban, pensaba el techo de madera, o al menos eso diría si supiese hablar, sin saber que para ellos él ya no existía igual que la habitación. Porque para esos amantes ya no había nada más en lo que fijarse, nada más que no fueran ellos, nada más porque... La añoranza era lo único que solían ver antes y ahora que estaban juntos ya no existía. 
Sí, ni siquiera el techo podía dejar de ser ignorado, no ahora que frente a sus ojos estaba el otro. No mientras Gilbert mirara los orbes amatistas de Iván y que éste mirase sus borlas rubíes. No tenía por qué haber otra cosa, ni otra persona. Sólo ellos dos en esa gran burbuja que creaban todos los días, que también dejaba emanar ese sentimiento tan grande de "jamás me olvides" o "por favor, no te vayas".
Cerrando sus ojos un minuto sólo se mantuvieron así. Hasta que, finalmente, dejaron ese techo y echaron a volar entre los dos, tomados de sus manos, unidos para siempre.

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