Day IV: Reloj. [UKUS]

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El reloj. Ese artefacto tan mágico, puntual, acertado. Ése que con sus manecillas produce sonidos conforme el tiempo avanza, marcados con el ritmo del pulso de cualquiera de sus portadores. Ese artefacto podría significar muchas cosas... Y ese artefacto estaba en manos del sombrerero loco, Arthur.
Cuando el conejo le contó esto a Alfred sintió como su mundo, ciertamente, se empezaba a derrumbar. Las probabilidades de que él lograra salir de ese mundo eran ciertamente escasas, puesto que el reloj era uno de los objetos que se necesitaban. Kiku conocía los minutos, los segundos exactos de la duración de un portal abierto con su reloj, además de permitirle saber los horarios no sólo del país de las maravillas, sino que también si el tiempo había avanzado allá en sus tierras. Sin ese artefacto él... Él era prisionero de ese mundo de fantasía.

—¿No hay otra forma? —preguntó Alfred metido en la casita del conejo. Estaba totalmente doblado por ello. —. Quiero decir, otra manera de poder huir de aquí.

—Lo siento, desconozco de ese tipo de información. —Kiku bajó la cabeza, viendo claramente como sus orejas bajaban algo depresivas.

El americano miró hacia todas partes por reacción, tratando de escrutar en su exterior por algún tipo de ayuda, sin embargo sabía que no tenía opción. Era luchar o morir en ese sitio.
No entendía qué es lo que había envenenado el corazón del sombrerero; todo este tiempo Arthur había sido un buen acompañante, alguien que ayudó a su madre, Alice, en épocas anteriores a destruir al Rey Rojo, Scott. Sólo una vez fue permitido entrar en ese lugar, de pequeño, y al parecer aquello no le gustó para nada al hombre de tupidas cejas que solía ser su amigo. No quería pelear con él, si era sincero, pero por lo que decía el conejo ese hombre ya no tenía un sentido en su vida bueno. Ya no parecía ser tan feliz como antes.
Salió de la casa del conejo, no sin antes tomar algunas provisiones que éste le aportó, junto con una espada por si llegaba a necesitarla. Miró hacia el horizonte con su espada en mano, notando las ruinas del castillo rojo allá, muy lejos, lo suficiente como para sólo poderla ver como una casa de muñecas derrumbada. Debía embarcarse en su pelea por su libertad.

~

Primero debía buscar al gato. El gato era el único capaz de decirle la verdad sobre su paradero, por lo que se acercó al bosque que antes conducía al ya destrozado reino.

—¡Gato! —gritó su nombre, mirando hacia todas partes por si aparecía. Grande fue el susto cuando vió la cabellera rubia del mencionado a su lado.

—Si vas a llamarme, hazlo por mi nombre —dijo molesto el gato, cruzando sus brazos y frunciendo el ceño, aunque la molestia no se le notaba en la voz por su suavidad.

—Lo siento, Matthew —se disculpó Alfred, mirando como una sonrisa se dejaba entrever en sus labios.

—Lo recordaste.

—Sí... Nunca olvidaría tu nombre —añadió con una sonrisa, aunque en el suéter del gato decía claramente "Mattew", el cual parecía bordado a mano. Supuso que era del sombrerero. —. ¿Podrías decirme dónde... dónde específicamente está Arthur?

El gato se sorprendió al escuchar esto, pero desvió sus ojos violetas hacia otro lado. Empezó a dar vueltas, haciendo que Alfred se tuviera que enfocar y concentrar exactamente en su figura para no perderlo de vista.

—Bueno, eso... Eso no sé si puedo decírtelo —susurró todavía más bajo de lo que él ya hablaba.

—Necesito ir a verlo, cuanto antes, tengo que arreglar unas cosas con él, Matt, necesito... Necesito tu ayuda, gato, sé que puedes ayudarme. —El aludido volteó a mirarlo.

—¿Y por qué llevas una espada, si vas a arreglar algo con él? ¿No vas a ser pacífico?

—No quiero pelear con Arthur, Matt. Quiero...

30 Days Challenge.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora