14

3 2 0
                                    


Hoy 16 de diciembre hicieron en la empresa una reunión navideña, se aprovechó para felicitarme por mi trabajo. Fue un encuentro estimulante, me sentí muy bien, le tengo mucho afecto a los dueños y a las directivas, les había llevado tarjetas con pinturas originales que apreciaron y agradecieron, nos deseamos lo mejor para todos. Llegué feliz, cuando uno siente que su trabajo es reconocido, se genera una sensación de satisfacción increíble. Adiela había empezado a poner arreglos navideños dentro y fuera de la casa, le ayudé y aunque no iba a estar, quería alegrar la cuadra, no lo había hecho antes por lo del trabajo y la ansiedad que tenía de unirme a mi familia.

Salí a un sitio especial y compré unos chocolatines navideños para tenerlos a la mano y poderlos ofrecer a las personas que fueran de visita o si era el caso a los vecinos. Cuando llegué Adiela había hecho un ponqué navideño, yo saque una botella de vino y celebramos el inicio de la novena. En silencio recordé esos inolvidables días con doña Rosita, en la casa de los Brigartd, me parecía verla tan dispuesta a atendernos, a hacernos sentir bien, y la niña del piano detrás de ella, como una muñeca que no le perdía paso, volví a sentirme enamorado, el mejor, el único sincero y leal amor es el de la adolescencia, de esto estaba plenamente convencido, los otros ya vienen recargados de experiencias, de desilusiones o lo que es peor lo encuentran a uno prevenido.

Me detuve mirando mi último cuadro, allí estaba ella, pero por qué no me salía su carita dulce, nostálgica y un tanto alegre. Por qué me pregunto, esos primeros amores no llegan a feliz termino, por qué quedan por ahí estáticos sin producir ningún tipo de resultado, por qué están ahí como una fotografía que uno puede reproducir pero paraliza en alguna forma esa parte emocional que por más interés que se ponga, nunca vuelve a funcionar.

El esposo de Adiela vino por ella, se tomo unos vinos con nosotros y se fueron, como tengo tiempo más que suficiente, voy a leer con dedicación los cuadernos, la letra de Lucy es clara, sin borrones, con una presentación increíble, están ajados pero no maltratados, voy a empezar a leerlos en mi cuarto y que no me moleste nadie.

CUADERNILLO No 1

La casa esquinera pertenecía al Doctor José Antonio Brigartd, un distinguido y muy reconocido abogado que había representado al gobierno conservador y había tenido cargos de importancia en el extranjero. Tenía su buffet en el centro de la ciudad, estaba casado con doña Margareth, una dama alemana de mucho porte y de carácter fuerte, a quien le obedecían. Allí vivía la madre del doctor de Brigart, Doña Rosita Pombo, una matrona en todo el sentido de la palabra, esa era su casa desde tiempo atrás, era una familia santafereña, apreciada, distinguida y querida por todos. De esta familia nació una niña que llevó el nombre de Audelia, a los dos años del nacimiento de Audelia, nació un niño precioso, parecía un ángel, era muy delgado y muy débil, fue bautizado con el nombre de Luisgonzaga de acuerdo al calendario litúrgico. A los dos años nació Rosalina quien fue bautizada con el nombre de las dos abuelas, Rosita por parte del padre y Lineth por parte de la madre.

Doña Rosita se encargó del cuidado de la niña recién nacida, la llenaba de mimos, siempre fueron muy amigas y ella le enseñó a interpretar el piano al oído. En manos de la madre y de la hermana mayor hasta los ocho años, quedó el cuidado del niño, le traían y le aplicaban tratamientos de toda clase, el doctor trajo un médico de Alemania, familiar de Doña Margareth, le ponian sangre especial y empezó a mejorar.

Rosalina tenía como profesora a doña Soledad Porto una dama cartagenera, que era la mamá de Eduardo y quien aprovecho el piano que había en la casa e indujo a Rosalina en esa disciplina pero con partitura, se le dedicó en tal forma que más parecían madre e hija, que alumna profesora, a los siete años la niña ya era una artista. A los 12 años murió Luisgonzaga, quedó dormido como un santo y detrás de el se fue la abuelita Rosita, dos muertes muy seguidas que llevaron al doctor Brigartd a una depresión tal, que decidió aceptar una embajada en Europa y se fue con doña Margareth.

EL PINTORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora