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Llevó varias noches sin dormir y hoy me he levantado con el firme propósito de hablar con Alba Rosa y pedirle que sea a mÍ a quien le venda esa casa. Trataré de mirar que hay dentro de ella para limpiar un poco mi alma, el relato de la ventana y ella tratando de buscarme en el aire, las partituras regadas llenas de lágrimas tienen que tener un sentido, que yo debo encontrar.

He cumplido la cita con Alba Rosa, ella está un poco extrañada con mi presencia, me manifiesta que no puede creer que quiera comprar la casa para traer a mi familia a vivir aquí en este barrio, en esta ciudad, en este país, es un imposible que la gente civilizada, pensante y con prestigio social cambie su vida londinense por esto. Es lo más ilógico que he conocido, a mí lo único que me interesa es vender, las motivaciones de los compradores, me apena decirlo, pero me tienen sin cuidado.

Traté de darle una explicación más convincente, soy yo quien quiero dedicar esta casa para hacer una galería de pintura, dar clases de música, a propósito, todavía esta el piano. Ella titubeó un poco al responder, pero su respuesta fue afirmativa. En ese momento vino la imagen de Rosalina y decidí proponerle que me cotizara la casa amoblada, con cortinas y todo, es decir con la decoración que hay. Si me quedo solo esa parte me gustaría que estuviera.

Ella recibió con alegría mi propuesta, era obvio que le evitaría desocupar la casa, sin saber qué hacer con los muebles y enceres. Se sorprendió y solo dijo: sería entregarle las llaves, los papeles están al día para ser revisados, vale la pena sin embargo que revise los documentos y los costos. Recibí la carpeta que me ofrecía, con todo incluido, ahí estaban los papeles y el desenglobe de la casa, los recibos de impuestos al día, las escrituras, todo en un orden perfecto, con firmas registradas, incluido a mano el valor de la casa y el correspondiente: con todo incluido. El precio de la casa era justo pero ya con los accesorios indicados me pareció costosa, sin embargo no hice ningún reclamo, ni pedido, las cosas se arreglaron en justicia. Había puesto todo el dinero que tenía ahorrado, durante siete años, más un préstamo grande del banco, quedaba sin nada para ir a Cartagena con mi familia. En la notaría sentí miedo por mi situación económica, una especie de pánico por la rapidez como había obrado, sin haber consultado con nadie. Se me presentaban asuntos angustiantes que no sabía como manejarlos, la situación financiera con un alto grado de iliquidez, el endeudamiento que se me venía encima con el banco y como comunicarle a mi familia que tenía una hija.

Recibí la casa, las correspondientes escrituras, las llaves respectivas, todo estaba en orden, lo primero que hice al entrar fue dirigirme al SANTUARIO. La descripción que hacía Eduardo era perfecta, se olía la fragancia de su cuerpo que tantas veces había sentido cuando reclinado en el piano, ella tocaba y salían una a una las melodías. Me paré en la ventana y vi como desde allí se veía claramente mi casa, era indudable que ella soñara con verme salir o entrar. Recorrí los sitios por donde ella paseaba, sentía su fragancia, pero al llegar al sitio del martirio, no aparecía nada, se diluía su presencia. Pasé la tarde y la noche, amanecí de rodillas llorando, el llanto purificó mi alma y me sentí con fuerzas de respetar su Santuario y seguir con él hasta el día de mi muerte y que Andreina pudiera recrearse allí en el silencio y en la oración.

Encontraba mucha paz, lo que hizo que me refugiara por horas en el Santuario, encendí las lámparas, las veladoras y trataba de estar en silencio. Espacios de descanso y tranquilidad que me daban ánimo para seguir adelante, pero a la vez me angustiaba no poder hacer nada, temía reunirme con mi familia, los días a este encuentro se acercaban y no tenía claridad de lo que les iba a decir. Un sudor recorría todo mi cuerpo, especialmente mi cara y mi pecho, sentía miedo, un miedo al que no le encontraba razón de ser, pero que estaba ahí, me transfiguraba y me hacia languidecer.

Desmotivado, llegué a Cartagena, todo salió excelente, traté de lucir jovial, atento, cariñoso. Mi madre notó mi angustia, me llevo de compañía hacia la playa, me dio sus caricias, sentí su afecto, tuve miedo de confesarle lo que sentía, se me desgranaron las lágrimas, me sente en la arena para dejar que mi angustia saliera. Cómo explicarle algo tan absurdo, que estaba fuera de lo normal, acaso ella iba a entender la muerte de Rosalina, el comportamiento de Eduardo y la existencia de un ser ajeno a todo y recluida en un internado para niñas no deseadas. Acaricio mi cabeza, cuéntame que te pasa, me dijo, por grave que sea lo que has hecho yo sabré comprenderte. Enmudecía, no sabía por donde empezar, lo único que podía darle a mi madre era mi silencio y las lágrimas que rodaban por mis mejillas.

Te comprendo hijo, tal vez este no es el momento, en otra ocasión hablamos. Me ayudó a pararme, caminamos a lo largo de la playa hasta el hotel, allí nos esperaba un delicioso Buffett. El esfuerzo que hice fue impresionante, papá nos hablo de una invitación muy especial que le habían hecho para ir a conocer un barco moderno Mercante y quería que lo acompañáramos. Al día siguiente yo fingí tener que ocuparme en algo correspondiente al trabajo que estaba realizando. Preferí quedarme para reflexione sobre como abordar el problema, que decir y como actuar. Ellos llegaron en la noche, ya estaba más sereno, mamá me buscó pero no dijo nada. Pensé, el corazón de las madres jamás se equivoca así que le susurré al oído, tengo una hija y no lo sabía y debo reconocerla. Lo tomó con tranquilidad y me replicó que debía aceptarla, hacer un hogar decente para que viviera en paz.

Mamá lo vio tan normal que la noticia corrió entre todos, pero me llamó la atención que lo vieron como lo más corriente, se alegraron, llegaron a hacer planes de ir a Bogotá para conocerla. Papá mostró entusiasmo con la nueva nieta y mis sobrinas dibujaban tarjetas para mandarle. Así que hubo regalos y felicidades, cuando supieron que se llamaba Andreína, les pareció un nombre espectacular.

La familia de mi madre es de Cartagena y vive ahí, conocen a la familia de la mamá de Eduardo, los Porto de Castro. Se reunieron las dos familias, para hacernos una invitación muy especial en una isla cercana. El tema en general fue sobre la niña, estuve preocupado, dude sobre si los familiares de Eduardo, sabían lo que había pasado. Exprese un profundo dolor por la muerte de doña Soledad y sin preguntar expresaron que Eduardo vivía en Estados Unidos y se encontraba bien con su familia. Me horrorizaba pensar en la magnitud de la mentira y como era posible que la tomaran con demasiada tranquilidad. No dije nada, guarde silencio, pero me cuestionaba que tanto sabía esa familia de la verdad.

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