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Casi instintivamente salí entrada la noche a buscar a Dora y a Lupe, las invité a mi sitio predilecto a tomar unos vinos, ellas asistieron sencillamente vestidas, lo que agradecí, les pedí que por favor me hablaran de Lucy, de su vida, de cosas así fueran insignificantes, estaba metido en un lío y quería tener claridad de lo que había pasado. Lupe me contó lo que ya sabía, que ellas eran travestis que en una esquina donde ellas trabajaban, un día se había aparecido Lucy, sola, a trabajar. Por esos días habíamos alquilado un apartamento con dos cuartos para vivir en uno y arrendar el otro, se lo ofrecimos a ella, y ella lo aceptó y pagó por adelantado dos meses. Dora dijo que ella era callada, le gustaba arreglarse, usaba joyas, baratijas, se mandaba peinar dos veces por semana, usaba perfumes finos. Nunca nadie, la vio mal arreglada o sin pintura, sus vestidos eran de moda, no usaba pantalón, solo vestidos o sastres y buenos zapatos, era muy limpia, ella se ganaba el dinero leyendo las cartas y adivinaba la suerte, conocía personas de salones de belleza y se la pasaba de un lado para otro, de ahí sacaba buen dinero, hablaba de un señor muy rico de nombre Carlos, que había vivido con ella hasta que murió. Una vez la vimos muy triste, nos llamó la atención porque ella era tranquila y de buen genio, nos contó que un tal Efraín le había hecho daño y la perseguía para hacerle mal.

Les pregunté, en qué momento escribió esos cuadernos. Lupe explicó que de pronto de noche, cuando ellas salían a trabajar y ella se quedaba sola. Contó que un día llegó con esa maleta y como todo lo de ella era elegante, le dijimos en broma, de dónde sacó esa reliquia, de qué antepasado. Nos respondió, que era para darle un regalo a un gran amigo y que la iba a poner en orden antes de entregársela. Los últimos días se encerraba en su cuarto, seguro temía que el tal Efraín la encontrara, empezó a enfermarse, poco comía, se fue debilitando, la llevamos al hospital, allí empezaron a atenderla, pero cada día estaba peor. Fue ahí cuando nos recomendó que le entregáramos personalmente la maleta si ella se moría. Dora contó que después de su muerte, ella había revisado la pieza y la había arreglado para arrendarla, que había quince finos vestidos, tres sacos con peluche, cinco pares de zapatos de tacón corrido, ocho bufandas de colores, ropa interior fina y unas toallas, que había guardado todo en una bolsa por si alguien la reclamaba, pero hasta el momento nadie había aparecido.

Nos despedimos, ellas estaban preocupadas por lo que se comentaba en el barrio y sentían pesar porque sabían que me habían metido en líos. Salir a la calle era encontrarme con personas que me miraban con desconfianza y de buenos días o noches no pasaban. Adiela me dijo que saliera que yo no había hecho nada malo, que pusiera la cara. Lo que llamaba a escándalo era el letrero de "sellado" que habían puesto en la casa y era la atención de los vecinos.

Le pregunte a Adiela, cómo es Alba Rosa, por qué esa mujer me produce miedo. Me contestó, es muy rígida y exacta, pero a usted lo que lo desequilibró fue la lectura de los cuadernos que estaban en esa maleta, más valía no haberlos leído, yo estuve a punto de botarlos porque olían a feo, no sé por qué no lo hice y tanto tiempo que duro esa maleta de un lado para otro. Comentan por ahí, que usted compró esa casa para descubrir lo que paso, porque todos saben que ahí pasaron cosas raras, por eso nadie quería comprarla. La gente dice que por algo la sellaron.

Trato de sentirme bien pero no lo logro. El doctor Aponte me llamó y me citó, almorzáramos y conversamos un rato. El encuentro fue agradable y en un sitio muy acogedor, me dijo que había sido una buena idea llamar a la empleada del servicio a atestiguar. Dicha señora es una mujer humilde que trabajo toda la vida con ellos, entró como auxiliar del aseo de la casa, luego la encargaron de la cocina. La mujer habló en versión libre, mire los apuntes de dicha confesión.

En síntesis decía: que mientras vivió Doña Rosita la casa era muy agradable, esa señora era un ángel de bondad, quería a todo el mundo, era servicial, pasaba todo el tiempo ayudando, quería a su hijo y lo atendía, le supervisaba su ropa, sus comidas, siempre estaba pendiente de él, cuando su nieto, el niño Luisgonzaga enfermó ella se hizo cargo de cuidarlo, de quererlo a tal punto que si la abuelita no le daba la droga no la tomaba. Su gran amor era la niña Rosalina, parecían dos colegialas, ella tocaba piano y se empeñó en hacer de la niña una excelente pianista, la enseñó a tocar. Se encerraban en el cuarto de costura a hacerle vestidos a las muñecas y jugaban como si fueran de la misma edad.

EL PINTORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora