¡Tengo un teléfono nuevo! No pude creer cuando ayer a la noche mi papá me pasó una caja y me dijo que lo abriera en frente de todos en la cena. La sorpresa se hizo palpable en mi rostro, así como la admiración al ver el smartphone esperando ser manoseado por mí. En el buen sentido, claro.
Abracé a mi padre y a mi madre e incluso a Xavier que últimamente venía más seguido en casa. No obstante, mi hermana Isabella se había levantado e ido a su habitación completamente enfurruñada por mi nuevo regalo. Envidiosa.
Hoy se supone que debo pedirle a Rowen su número de teléfono y espero no olvidarme ¡Es que me distraigo mucho con él! Bueno, de la distracción en sí, no tengo mucho que quejarme, ya que queda de más decir lo mucho que lo disfruto. Pero quiero tener esa información en mis manos, solo para que lo nuestro se sienta más real.
Lo nuestro.
Que bien suena eso.
Creo que mi supuesta conquista para salir del closet sufrió un ligero cambio al darme cuenta de lo mucho que me gusta Rowen. Pero era casi imposible no haber caído por él. Es atractivo, con un corazón bueno y blando en el fondo, muy en el fondo. Tiene una sonrisa de infarto, y sobre todo, sus besos me convierten en helado de crema.
Y yo sé que siente algo por mí, sino, no hubiera sido tan ferviente conmigo cuando estuvimos compartiendo saliva y comiéndonos la lengua del otro.
Tan bueno con las palabras como siempre, Daniel.
—Señor Beltrán, ¿podría por favor prestar atención en clases?
Mi profesora de psicología me mira con ojos reprobadores. Ups, usualmente suele ser muy buena, pero creo que la hice enojar al soñar despierto con una sonrisa apenas contenida.
Los demás alumnos ríen de manera burlona y disimulada. Todos menos Greg. Hoy compartimos la última hora de clases y aún no me dirige la palabra. Esto ya me está empezando a molestar. Tendrá que escucharme o buscaré la manera de que deje de ser tan idiota.
—Lo siento, profesora —murmuro en voz baja. Ella me mira con reprobación y vuelve a hablar sobre no sé que enfermedad rara que ataca a loa adolescentes. Aprovecho su distracción y escribo rápidamente en un papel «tenemos que hablar. Ya no seas idiota, Greg. Quédate al terminar las clases», y lo enrollo para lanzarlo al receptor del mensaje.
El pedazo de papel arrugado le golpea la sien y mira a los lados enojado por el ataque, sus ojos se posan en mí y le hago una seña para que sepa que el culpable fui yo.
El no luce feliz por lo sucedido, pero su curiosidad es más grande y a regañadientes abre el papel y lee lo que le escribí. Hace un gesto de duda que fácilmente puedo identificar y suspira resignado. No me dice nada, sin embargo, sé que me escuchará, puedo leer su lenguaje corporal hasta con los ojos cerrados.
Media hora después, al fin termina la clase y todos salen afuera. Greg se queda sentado en su asiento con los brazos cruzados, esperando, como yo, a que se vacíe el aula.
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El capricho de Daniel
Roman pour Adolescents«Estoy desesperado. Harto de ocultar quien soy, pero tengo miedo de que me señalen con el dedo y se rían de mí, si tan solo pudiera salir del clóset con un novio rudo a quien nadie se atrevería a molestar. ¡Eso es! Debo conquistar al chico más temid...