Capítulo XXI: La Casa de Aries

151 11 2
                                    

Era la primera lucha sangrienta en que la Diosa no podría intervenir para ayudar, solo confiar ciegamente en el poder, el esfuerzo y la determinación de los fieles caballeros que la acompañaron esos años de su vida.

__ Por favor, tengan cuidado.

Sólo pudo decir eso, mirando con dolor los ojos de sus servidores, quienes sólo sonrieron. "Todo va a estar bien", podía leer eso en sus miradas, mientras rezaba que aquella despedida sólo fuera momentánea.

Y el momento había llegado, los guerreros del fuego corrieron por las calles de la pequeña ciudad mantenida debajo del santuario; los ciudadanos atemorizados no dieron cara a los invasores. Hefesto sólo pretendía recuperar a su esposa, por lo que no había necesidad de lastimar a los demás. Caminaron a la entrada de las doce casas, sin ser detenidos.

La estrategia que había planeado Atenea era distinta esta vez y eso estaba por verse.

Estaban al frente

LA CASA DE ARIES

Entraron en cautela, cinco mirando al frente, cinco mirando atrás, dos en cada lado y el Dios al centro.

__ No hay necesidad que me rodeen. – respondió ante la posición de sus herreros.

__ Parece que no hay nadie aquí.

__ ¡Cuidado!

Una pequeña piedra cayó del aire hacia el Dios pero este la esquivó tranquilamente.

__ ¿¡Quién está ahí!?

__ Telequinesis, clásico de los caballeros de Aries. – rio Hefesto. – También teletransportación, pero no sólo eso, sino que de generación en generación han sido elegidos los seres de un mundo particular, un mundo desprotegido. ¿O me equivoco... protector de esta casa?

__ Bienvenidos sean. – salió un joven del fondo de cabellos naranjos y sonrisa amable.

__ Me sorprende que Atenea haya mandado a un niño a esta batalla, y ciertamente, a la posición más cercana a la muerte ya que cuidas de la primera casa.

-

__ Hefesto es un Dios, grande en la batalla, bueno en estrategia, pero su omnipotencia no va sólo en ese sentido; la belleza de su persona y el carisma que es admirado de él va de la mano de su compasión y sensibilidad.

__ ¿Eso qué quiere decir? – preguntó Kanon.

__ Él no es capaz de matar a una persona joven, a no ser que tenga el corazón podrido. La victoria de Kiarad no se determinará si no es en condiciones justas.

__ ¿Por eso permitiste que luchara?

__ Sí, conociendo a mi esposo, mandará al más joven de sus guerreros y a partir de eso, sólo dependerá de la fuerza, el poder y la pasión de Aries.

-

__ No temo a la muerte, Gran Dios Hefesto, confío en que mi vida se va a una causa justa.

__ Eres de admirar, pero no planeo matarte. ¿Quién soy yo para tomar la vida de un joven que aun tiene mucho camino por delante? – sonrió. – Pero dudo que me darás el pase...

Saint Seiya I. La Saga de HefestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora