Capítulo XXXIV: Un Dios

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__ Vas a poder conseguirlo, Aquiles, aquello que tanto soñaste. Falta poco para que puedas vengarte de todo el perjuicio que ella ha causado.

__ Falta poco, sí. – decía avanzando por las escaleras a la cámara del patriarca. – "¿Él me perdonará?"

-

__ No debes estar aquí, el santuario es peligroso en estos momentos.

__ Es que debía hablar con Seiya, yo debo obtener su perdón.

__ Ahora no es momento para esto, señorita Seika, debes esconderte en algún lugar y no hagas el más mínimo ruido hasta que algún aliado te encuentre.

__ Pero...

__ Ve ahora. – dijo imponente y molesta la Diosa.

__ Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí?

Aquella voz atestó de miedo a la joven de ojos azules. Podía percibir un espíritu completo de odio, una mente cegada por pasiones.

__ Parece que en esta historia alcancé el nivel final, la batalla con el jefe. Pero en este caso, en vez de rescatar a la princesa, deseo acabar con ella. – sonrió.

__ ¿Quién... eres? – preguntó asustada la hermana de Sagitario. - ¿Por qué acabar con ella?

__ Vengo a poner en su sitio a esta mujerzuela. – gritó enfadado para después lanzarse a atacarla con su sarisa.

La Diosa lo esquivó con su escudo.

__ ¡Corre, Seika!, ¡yo me quedaré a luchar!

La joven la miró, asintió y se fue apresurada.

__ De nada sirve, después de matarte lenta y dolorosamente, disfrutaré de torturar a la hermana de Pegaso.

__ No, no vas a lograr nada aquí.

Ella lo empujó con su cetro y después le propinó una patada en la cara. Él lamió la sangre que salió de su boca.

__ Sigue luchando, lo hace más divertido.

Una ardua batalla se desempeñó entre Diosa y Herrero, Saori era ágil ahora que había entrenado tanto sus movimientos, podía pelear. Sin embargo, su oponente llevaba años de adiestramiento, sus habilidades eran superiores. En los golpes de sus armas, las patadas, las esquivadas y la destreza de ambos; Aquiles clavó su sarisa, atravesando el estómago de ella, quien gimió de dolor pero se mantuvo de pie.

__ Ahora eres una humana, un pedazo de carne que se va a pudrir debajo de la tierra. No hay quien pueda ayudarte. – la empujó, causando que caiga al suelo. – Ni tu querido escudero Pegaso... - la pateó sin piedad. – Ni tu esposo que te amaba tanto. Sin tu inmortalidad y tu cosmos no eres nada.

__ No creas que... temo a la muerte... así... - la joven jadeaba. – Aún en este cuerpo mortal, no sucumbiré ante ti.

__ Adiós Atenea. – levantó su sarisa para clavarla en su corazón, ella trató de agarrar el escudo para defenderse.

Pero en ese momento, un martillo voló como frisbee, tirando lejos el arma del herrero.

__ ¡No te atrevas a tocarla! – gritó Helén que llegaba corriendo.

Saint Seiya I. La Saga de HefestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora