Capítulo XXIII: Devoción divina.

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__ ¿Tomás?, ¿no eres tú uno de los ángeles de Artemisa? – contestó el herido Kiarad.

__ Vaya, ¿qué hace uno de aquellos que deseaba destruir a la humanidad peleando por la protectora de la tierra? – comentó sugerente Pirito.

__ Así es, solía creer que los humanos no eran más que seres insignificantes, avergonzándome de ser uno de ellos. Pero... - se sorprendió ante la palabra adversativa el caballero de Aries. – No pienso más de esa manera. Ellos pueden odiar, destruir, traicionar, golpear, asesinar; pero así mismo, aman, luchan por sus sueños, tratan de mejorar, ayudan y lo principal: creen en un mejor mañana. ¡Por eso, he decidido pelear a favor de Atenea!

__ Pero Atenea no es más que una Diosa egoísta, cuyo historial del pasado sólo denota la crudeza de su alma, ¿cómo pueden apostar por ella?

__ ¡Todos hemos cometido errores en el pasado! Pero de eso consta la vida... Y ella es una persona honorable, no permito que la llames así. – respondió Tomás.

__ Eras la mano derecha de la Diosa de la Luna, una de las responsables de esta guerra, indirectamente. – habló Alec. – Y ahora osas pelear contra nosotros, ¡no somos tus enemigos!

__ ¡He cambiado de bando!

__ ¡No nos dejas otra alternativa!

__ ¡MAZA VESÁNICA! – el ángel se movió a mucha velocidad.

__ ¡Tomás, si uno de esos ataques te impacta será tu fin! – Gritó angustiado Kiki.

A las espaldas del pelinaranjo iba a caer un cuchillazo de Alec.

__ ¡MURO DE CRISTAL!

__ Gracias, caballero de Aries. – ambos se pusieron espalda con espalda.

__ ¡ESTOCADA DEL DIOS! – gritó el joven de cabellera negra, pero su mandoble fue detenido en la axila de Tomás. - ¿¡Cómo!? – dijo sorprendido antes de recibir una patada en el estómago por parte de Ícaro. - ¡FILO DE FUEGO! – logró atacar mientras se iba volando lejos.

__ ¡Ah! – gritó Kiki que se puso delante de Tomás.

__ ¿¡Por qué has recibido ese ataque directamente, idiota!?

__ ¿Así le hablas a quien te salva la vida? – rio adolorido.

__ Eres un niño. – lo miró serio.

__ Te equivocas. – lo corrigió Pirito. – Aquel que tiene alma de hombre, no debe ser subestimado. Lástima que se irán a la tumba ambos. Atáquenme con todo su poder, yo sólo usaré la maza divina creada por las manos de nuestro Dios Hefesto.

__ ¿¡Por qué tanto esfuerzo por él!?

__ No lo entenderías... Sólo la bondad de su alma puede ser comparada con su poder.

*Flashback*

Un niño hacía lo posible haciendo trabajos físicos como limpiar, lustrar zapatos, vender dulces; pero al final del día miraba tristemente las pocas monedas que llegaban a sus bolsillos. 

Saint Seiya I. La Saga de HefestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora