Epílogo

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—La princesa Abigail, lloró mucho esa noche. Le lastimaba saber que su príncipe se quedaría en una época del pasado completamente solo. Ella temía porque el príncipe la extrañara mucho — yo narraba el final del primer diario a cierta pequeña de cabello castaño y lacio.

—¡¿El príncipe Christopher lloró mucho?!—preguntó mi hija, abriendo los ojos como platos.

—No mucho—contesté, mientras miraba pensativa el diario—. Gracias a que unos angelitos le borraron la memoria, el príncipe dejó de llorar. Él sería feliz hasta que pueda encontrarse con la princesa Abigail.

Mi niña se quedó pensativa, con la vista fija en el cielo.

Ambas estábamos recostadas en el césped del páramo al que habíamos llegado. Aquel lugar era un montaña que se encontraba a las afueras de Quito. Debo confesar que esa montaña tenía una vibra extraña, como si sintiera que seguía pasos que alguna vez pude haber dado en ese lugar. 

Era como un Deja Vú. 

Bajé la vista al libro que le había estado leyendo a mi hija, pero negué de inmediato al creer que era imposible en realidad haber vivido aquella historia de la fan que vuelve en el tiempo.

Ese libro solo era una novela que quizás alguna fan hizo para Chris y para mi.

—¿Qué ocurre, Anabiel?—le pregunté a mi pequeña, mientras acariciaba su cabeza—. Es raro que estés tan callada. 

—¿Él la recordará cuando la vea en el futuro?—me decía ella con los ojitos soñadores.

—Esa parte de la historia quedará para hoy en la noche—yo le di un toque en la nariz—. Apenas lleguemos a la casa de tus abuelos, te daré tus vitaminas y podré seguir leyéndote. 

—No mas vitaminas, mami—ella hacia un puchero de niña berrinchuda, que era casi igual al que su papá me hacia.

Ambos eran dos gotas de agua. 

Me puse de pie y tomé a Any de la mano jalándola hacia arriba. Ella aunque perezosa, se puso de pie para empezar a volver a casa. 

Durante esa semana nos habíamos quedado en la casa de mis padres, ya que Chris junto a mi y los niños, habíamos regresado a Quito por trabajos pendientes que él tenía con una productora nacional. 

—Mejor bajamos a buscar a papi, que debe estar muerto del susto buscándonos. Me extrañaría si no ha llamado ya a los bomberos y a las fuerzas aéreas—solté una risita de diversión. 

Ambas bajábamos por un sendero formado por los mismo caminantes, justo al costado de una especie de colina. Y admito que sentí un escalofrió al pasar por allí, por lo cual tuve el impulso de apegar más fuerte a mi hija contra mi.

—Mami, un ángel—ella se detuvo de repente, señalando algo en la parte más alta de la colina.

A mi mente se me vino la idea de que mi hija se habia vuelto loca, pero al ver lo que ella miraba con tanta emoción, mi sangre se congeló. Justo encima, noté un resplandor blanco.

¡Esto me estaba dando miedo!

Estaba por tomar más fuerte la mano de mi hija, pero de pronto ella se soltó. Casi en cosa de nada ella salió disparada en busca de aquella luz que desapareció en la cima.

—¡Anabiel Vélez!—gritaba siguiéndola asustada, pero simplemente esa niña era toda una corredora profesional.

No sabía como le hacia para obtener tanta velocidad.

Tu recuerdo en mí- (Christopher Vélez- CNCO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora