1-Es difícil vivir entre humanos

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JULIA

El despertador me sobresaltó con un estrepitoso ruido, como todas las mañanas. Lo apagué todavía enterrada en las sábanas. Me revolqué en la cama y me desperecé. Me levanté lentamente con mucho esfuerzo. Estaba realmente cansada.

Pronto tendría que ir al trabajo de nuevo. Era lo peor del mundo, trabajar entre humanos. Pero no tenía más remedio. Tenía que conseguir dinero para pagar los libros de texto de mi hija.

Fui al baño y apoyé las manos en el lavabo. Me miré al espejo. Tenía el rostro cansado y los pelos hechos un lío. Suspiré. Cogí el cepillo de dientes y me cepillé los dientes, sobre todos los colmillos.
Cuando acabé me enjuagué y escupí el agua dentro del lavabo.
Mostré mis colmillos en el espejo. Lucían relucientes y blancos.

Salí del baño y me vestí con el uniforme del trabajo. Un simple traje de dependienta en una simple y aburrida tienda de ropa.
Salí de mi cuarto y me dirigí al de mi hija.

-¡A despertarse! ¡Hay que ir al cole!-la animé zarandeándola.

Mi hija de siete años gruñó y se tapó con la sábana.
Yo suspiré y me dirigí hacia la ventana del cuarto de mi hija. Abrí la cortina color azabache y abrí la persiana.
Mi hija gruñó de nuevo y apretó la sábana contra su rostro al ver la luz del sol. A mí también me molestó. No nos gusta nada el sol, pero al menos lo toleramos.

-¡Arriba!-dije arrastrando a mi hija fuera de la cama.

-¡Mami!-se quejaba ella.

-¡Vamos!

Empecé a quitarle el pijama y a ponerle el uniforme del colegio humano al que iba. No me molesté nunca en enseñarle cómo quitarse y ponerse la ropa. Cuando ella estaba cansada, le costaba moverse.

Le cogí la mochila y bajé las escaleras con mi hija siguiéndome.
Me considero una mujer impaciente.
Al bajar a la cocina, mi hija se sentó en la mesa. Yo dejé la mochila en el suelo y abrí la nevera.

Mi hija jadeaba y yo me tocaba la garganta. Ambas teníamos los colmillos fuera y los ojos rojos.

Saqué dos botellas grandes llenas de sangre de oso que conseguí ayer por la noche en el bosque. Le tendí una a mi hija. Ella me la arrebató de la mano. Bebió rápidamente y bruscamente, como un animal sediento.

Yo bebí también, calmando mi sed. Nuestros colmillos se hicieron un poco más pequeños, pero nunca como los de los humanos. Mi hija apartó la boca de la botella y suspiró. Yo la imité. Me tendió la botella vacía y yo la lavé para que no hubiera huellas.

-Mamá-me dijo tímidamente Summer.

-¿Sí?-pregunté mientras enjabonaba la botella de plástico.

-¿Era de animal?

Yo asentí.

-¿Por qué no de humano?

Yo me mordí el labio inferior pensando cómo decírselo a mi hija delicadamente.

-Bueno, cariño. No podemos consumir sangre humana. Si no nos perseguirán-expliqué.

-Pero esta sangre no es suficiente. Necesitamos miles de botellas para satisfacernos en un mes. Sin embargo, con sólo una botella de sangre humana, es para un mes.

Yo suspiré. Ella no lo entendía. Si probaba la sangre humana se volvería loca. Entraría en un estado de frenesí incontrolable. Sólo hasta que alguien le pare. Se convertiría en una bestia y querría más y más.

Es como el alcohol. Crea dependencia. Excepto porque no es mala para nuestra salud.

Aunque mi hija tiene razón. Con sólo una botella te calmaría la sed por muchísimo tiempo. Pero antes tienes que aprender a controlarte con el Ritual de Formación Vampírica.

Saga Crónicas de Vampiros I: Sangre urbana (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora