capítulo 15

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Narración

Era una mañana tranquila, los pájaros cantaban, pero para Alfred era todo lo contrario,  tenía que ir a cuatro juntas y hacer un inmenso papeleo.

Con pereza el país se levanta de su cama, con pasos lentos se dirigió al cuarto del baño, se vio en el espejo, observó sus ojeras, no tan visibles, pero ahí estaban.

Fue a su armario, sacó su ropa, un traje negro, lo miro con disgusto, nunca le gustó vestir esa prenda, muy incómoda, a él le gustaba ponerse ropa más suelta, cómoda, con el traje apenas podía correr.

Salio de su habitación, bajo las escaleras y se dirigió a su cocina para poder preparar su desayuno.

El Americano estaba tan concentrado asiendo sus hotcakes que no se percató que alguien lo observaba, pero al sentir la mirada sobre el durante mucho tiempo le provocó un escalofrío que recorría todo su cuerpo. 

Miro el reflejo de la ventana que tenía enfrente, el reflejo de Arthur apareció, estaba recargado en la pared de la cosina —¡buenos días Arthur!— dijo alegremente el americano, como si no hubiera ocurrido nada el día de ayer.

—b-buenos días A-alfred— dijo nerviosamente, la incomodidad se sentía en el aire, pero Alfred no se veía incómodo, el no quería reflejar su incomodidad.

—¡Bueno días!— la voz de la salvación se escuchó, Feliciano había entrado a la cosina alegremente dando unos saltitos —¿Pasa algo?— el italiano pregunto inocentemente, pero en  realidad el sabía que algo estaba mal. 

—no, nada feli— volvió a hacer los hotcakes, pero Feliciano no estaba convencido con la respuesta del americano —¿te puedo ayudar en algo Alfred?—

—si! Puedes poner los platos y los vasos— señalo a su derecha —en la parte de abajo se encuentran los platos y arriba están los vaso— 

Feliciano le tocó el hombro a la otra nación cerca de el —¿me puedes ayudar con los vasos Inglaterra?— 

—Sí— con esa corta respuesta se dirigió al lugar en donde se encontraban los vasos.

Los tres países comieron lentamente, América veía su celular mientras comía, mandaba mensajes y en ocasiones en su rostro se formaban pequeñas sonrisas, sonrisas tan obvias que las otras naciones se daban cuentan.

Arthur comía, pero en su mente pasaban tantas preguntas sobre las sonrisas que salían del americano, ¿A quien le habla? ¿Porque sonríe? ¿vería algo gracioso? ¿Le contaron un chiste? Tantas preguntas sin respuesta, tan concentrado en sus pensamientos que apenas sintió la mano del italiano en su pierna.

—¿Qué?— dijo despistados.

Lo que no se había percatado el británico era que se había quedado viendo al americano por muchos minutos, ya más concentrado vio a las dos naciones restantes, las cuales estaban incómodas, primero vio al americano, que se movía incómodamente en su asiento mientras comía, después su vista se dirigió al italiano, que tenía agachada la cabeza mientras  picando sus hotcakes con su tenedor.

—¡ya acabe!— grito el americano —ya me tengo que ir, nos vemos en la noche— se levantó de su asiento, tomando sus llaves y su maletín. Salio de la casa apresurado, sin mirar atrás.

Arthur

Soy un grandísimo tonto, no, tonto no sino idiota —¡¿Porqué no me hablaste antes?! ¡Me hubieras dado un golpe!,  ahora  pensara que lo acoso— ví como Italia se movía incómodamente—lo siento— creeo  que fui malo con el, ahora me sentía culpable, el no tenía la culpa, el idiota era yo, pero como no serlo, amaba a ese estúpido americano y como no ponerme celoso.

Mi eterno enemigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora