Había que caminar unas cuantas calles de la casa hasta el paradero de autobús, en donde el transporte escolar nos recogía a Abel y a mí para llegar a la escuela. A nuestra espalda, el sol se ponía detrás de los pilares de la iglesia, y su sombra opaca se esparcía calle abajo, como nieve que se derretía tratando de alcanzarnos. Solíamos jugar a cual de nuestras largas sombras se extendía más por la acera. Podría haber contado las cosas que me habían ocurrido en aquella calle dónde me enseñó mi padre a montar en bicicleta sin ruedas auxiliares; dónde nuestra madre, con esa dulzura que siempre la caracteriza, solía hornearme galletas de avena. Pero son cosas que conllevarían a que Abel tuviese que responder a preguntas acerca de nuestro padre, que en ese entonces yo no sabría formular y él tampoco responder o al menos no con la sensatez que implicaba hacerlo.
En el autobús escolar, Abel y yo siempre nos sentábamos en los mismos asientos, ya que teníamos el privilegio de ser uno de los primeros en abordar. Abría siempre la ventanilla, pues a Abel le fastidiaba el no recibir la brisa que llega del exterior. El aire cálido me golpeó con la fuerza de una bolsa de aire. Mientras el chofer esperaba a que el semáforo cambiara de rojo a verde, situé mi brazo sobre el borde de la ventanilla e inclinándome un poco, eché un vistazo por la misma, note como un hombre llevaba de la mano a otro. Con mi brazo hundido entre los bordes de la ventanilla, como si se lo hubieran tragado por completo, estaba tallado y los observaba con incertidumbre. Sin saberlo, había sido la primera vez que avistaba una manifestación de ese tipo.
— ¡Brent! ¿Qué ves? —Preguntó Abel, haciéndome dar un pequeño salto.
—Eh... —Balbucee, mientras levantaba mi brazo tallado del borde de la ventanilla —Nada Abel, nada.
— Estabas muy distraído.
—Sí, es que... pensaba en las clases de natación, eso.
— ¡Ya quieres ir! ¿Verdad? —Alzo la vista y sonrió.
—Sí. Estoy muy ansioso.
Cada día, después de la escuela, Abel y yo asistíamos al club de natación, a él le encanta nadar. Nos encantaba desplazarnos por la templada agua y el percibidle olor a cloro que hacia presencia en nuestras narices. Pero Abel era aún más dedicado. Él siempre ha sido un chico alto, demasiado alto pienso a veces, y aun así, era muy ágil, era un gusto verle nadar. Nuestra madre debía trabajar. Ella era una mujer muy inteligente, era astuta y contaba con un pequeño despacho a unas cinco calles de nuestra casa, por lo que cuando ella no podía ir por nosotros, era la niñera quien se encargaba.
El lugar era enorme, había piscinas olímpicas en el interior del club y algunas más pequeñas y no tan profesionales en las instalaciones exteriores, ventanales gigantescos que permitían el ingreso de los rayos del sol, divididos por columnas pintadas de un blanco impecable, a la izquierda se encontraba los más avanzados, allí entrenaban aquellos que se preparaban para diferentes competiciones fuera y dentro del Reino Unido, mientras que al costado derecho se encontraban aquellos que simplemente gozaban de nadar o aspiraban a estar entre el grupo de los avanzados. Teníamos un profesor llamado Javier, quien nos ponía a realizar diferentes ejercicios para mejorar nuestra brazada, que a pesar de ser el más lento de todos los estilos representativos en la natación competidora, era uno de los que más involucraba la flexibilidad de los músculos. Abel se quedaba mirando a los agentes deportivos que llegaban, que acudían al club ya sea para inspeccionar el entrenamiento de sus pupilos o para observar a los demás nadadores, intentado descifrar si alguno contaba con el potencial necesario para patrocinar sus carreras deportivas; mientras a los colegiales chillones, que se venían a nadar por diversión, solo los dejaban a un lado. Pero ese día, uno de esos hombres tan bien presentados, observó a Abel por un par de minutos, mientras practicaba en la piscina mediana su braceo y al salir, me miró y solo hizo una sonrisa un tanto forzada.
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Sin Miedo A Nada
RomanceSinopsis Brent, de una familia inglesa de clase alta, que desde la infancia siempre ha sido un chico recto, se encuentra con otro chico, Ian, en un casual partido de fútbol soccer, provocando que las cosas cambien un poco. Con el apoyo de sus famili...