XIII

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El verano había llegado por fin, en su máximo esplendor, con los rayos del sol a todo dar, como si la primavera, al igual que un invitado no bienvenido, de repente hubiera decidido ponerse el abrigo y marcharse. Todo se volvió más cálido, un sol jubiloso bañó las calles y el aire se perfumó de bienestar. En el aire, las ráfagas de viento acogedor golpeaban los árboles y las canciones de los pájaros marcaban el compás del día. No percibí nada de ello. Había pasado la noche anterior con Ian en el apartamento de Becca. Era la primera vez que pasábamos la noche juntos y despertábamos de igual forma. Había estado treinta minutos en la bañera con medio paquete de sales de baño, de esas que usaba mi madre para relajarse y vaya que si funcionan. Me sentía un poco exhausto y casi no hablé con mi madre. Al abrir la ventana de mi habitación, observe por un par de minutos a esas parejas que parecían motivarse corriendo juntas, como si planearan fines de semana en pantalones cortos. No me veía en ese plan. Era algo indescriptible.

— ¡Brent tiene novio! —Exclamaba mi hermano cuando se lo conté — Yo solo lo he hecho una vez desde que me vine a Italia.

— ¿Con quién? —Pregunté aterrado.

—Oh, con una chica que conocí una noche en un bar que queda cerca de la concentración.

—Y... ¿Si te permiten salir en las noches y más a hacer ese tipo de cosas? —Pregunté con incertidumbre —Y no me refiero solo al hecho de haber estado con una chica.

— ¡Claro! No son muchas las oportunidades, pero hay que aprovechar.

—Entiendo... Por cierto ¿Cómo va la competencia?

—Es fuerte. En Londres estaba convencido de ser el mejor, pero estas personas me hacen dudar de ello.

— ¿Por qué lo dices?

—Son más técnicos, más rápidos. Pareciera que llevaran toda la vida en esto.

—Entonces ¿no van bien las cosas?

—No tan mal. Solo debo seguir entrenando mucho más si quiero ser como ellos o mejor.

Hacía varios días que no hablaba con Abel por medio de video llamada. Lucía igual, solo que se había dejado el cabello más corto de lo habitual. Quería interesarme en lo que hacía, de verdad que sí. Acudía a la sala, donde se encontraba el televisor para ver algunas de las competencias que transmitían por allí, intentaba informarme lo mejor posible sobre ellos, para que cada vez que habláramos, lográramos conversar del tema. Pero no tardé en comprender que yo era malo para temas de la natación, había perdido mucha práctica y desde entonces había perdido el interés en ello y puesto en otro tipo de actividades. Aquella tarde, Ian, me invitó a salir a caminar por uno de los parques que se encontraban cerca. No era una mala idea, para nada, al contrario. El parque estaba precioso. Con las temperaturas levemente subidas, de repente, todo parecía haberse puesto en la tarea de lucir muy verde. Los rosales a pesar del calor, aun lucían hermosos, surgieron de la nada, con pétalos exageradamente rojos que anunciaban las aventuras venideras. De las ramas marrones surgieron brotes, las plantas perpetuas se abrieron paso en el suelo oscuro y embarrado. La mano me sudaba un poco, quería tomar la de él, pero no me atrevía, hasta que una fuerza misteriosa, me animo a rodearle la cintura con el brazo, a lo que el respondió rodeando mis hombros con la suya. Ian mantuvo su brazo allí durante todo el recorrido mientras yo hacía igual. Señale un banco de hierro forjado con una fina madera color marrón, y nos sentamos allí un rato, mientras dirigíamos nuestras caras ladeadas hacia un par de niños que se encontraban divirtiéndose en los juegos infantiles del parque y escuchábamos las aves que se peleaban entre las copas de los árboles.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora