XVII

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Emprendí un pequeño paseo por la mañana, estaba solo y no tenía ganas de intercambiar pensamientos ni compartir placeres sociales con nadie, solo deseaba obtener la felicidad que me provocaba la arena, el mar y la brisa, de las fantasías, recuerdos y algunas realidades. Estaba seguro que aquello era suficiente para alimentar mi alma. Recorro a buen paso y luego de bajar con un poco de dificultad unos peñascos, me encuentro en el extremo de una larga playa, comencé a descender hasta la orilla, hundí mi mano en una de las olas que venían a mi encuentro, acariciándome, y me mojo la cara con un poco de agua. Su aliento saldo trae una bendición. La playa se extendía casi tres kilómetros hasta una pequeña pendiente de rocas. Cerca de la orilla, hay una franja humedecida que resplandece bajo el sol y refleja las imágenes como si fuese un espejo. Continué mi camino, en algunos lugares quedaba marcada la planta de mis pies, en otros, la arena era lo suficientemente firme como para se tuviera que dar fuertes pisotones para dejar huella. Me senté por un momento, donde retoza la es puma de las olas, para desaparecer luego con un leve susurro, como si quisiera besar la arena. Un ruido de eco lejano parecía llamar mi nombre "Brent... Brent" decía una y otra vez, era mi padre. De su mano traía a mi madre, delante de sus ojos, el mar, detrás, un abrupto montículo cuyo borde parecía estar cubierto de una yerba que crecía cada mes y se hacía extensa al paso de los años. Al recorres con la mirada sus cuerpos acercándose a mí, me sorprendí demasiado, una sensación de vida comenzó a arropar mi soledad, su imagen, se reflejaba en la brillante arena con la nitidez de la realidad. Pero a medida que yo avanzaba, se iban alejando poco a poco, como una hermosa fantasía, hasta que, en la parte más lejana, alzaron el vuelo hacia el mar y desaparecieron. Cuando llegue al otro extremo de la playa, era de lamentar que solo quedaba de ellos más que sus huellas en la arena. Desesperadamente corrí hasta mar adentro y los llamaba con tanto desespero, que sin darme cuenta, a mi alrededor solo había agua y más agua.

— ¡¿Dónde están?!

—Brent... Brent...

— ¡Regresen, por favor!

— ¡Brent! Despierta... ¿Qué sucede? — Abrí los ojos y era Ian.

—Fue... Un sueño.

— ¿Estás bien? — Preguntaba desconcertado.

—Eran mis padres, Ian.

—Tuviste un sueño.

—Estaba yo, en una playa... Era muy hermosa, llamaban mi nombre y era mi padre, traía de la mano a mi madre... Caminaban hacia mí.

—Fue un bonito sueño.

—No...

— ¿No? Pero si suena muy esplendido.

—Lo sé, pero luego de un momento, comenzaron a desvanecerse poco a poco hasta que ya nos los podía ver, corrí hasta donde se encontraban... Pero ya no había nadie, hasta que me perdí en el mar.

—Vaya... Brent, vele el lado positivo... Estaban juntos.

—Sí, pero yo quería abrazarlos y volver a sentir que estábamos juntos.

No tenía lágrimas en mis ojos, pero si sentía mucha frustración y desesperación. Ian limpio con su antebrazo el sudor que recorría mi frente y luego de un momento me abrazo — Todo va a estar bien — Dijo. Me pidió que lo acompañara a desayunar. Al principio quise negarme, pero luego pensé que podría relajarme un poco. Apartó las mantas y se incorporó. Tanteó con los pies hasta encontrar las alpargatas y me dirijo hacia al baño. Cepille mis dientes, me lave la las manos y el rostro, humedecí en el agua una punta de la toalla y me limpie los ojos. Me acomodo la ropa y salí hacia la cocina. Bocadillo de tortilla francesa y tomate o tostadas con café y zumo de naranja, el desayuno estaba delicioso.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora