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Esa mañana amanecí riendo, recordando los cuentos de las primeras citas que Becca me contaba mientras se deshidrataba a punta de lágrimas o se moría de la risa tras haber hecho el ridículo. Estando ante el espejo del baño, mi mirada comenzaba a perderse entre los pequeños detalles que en realidad no eran muy importantes. Esos que, a pesar de no ser tan relevantes, se toman muy en cuenta cuando de reaccionar ante una situación se trata. Mi problema se hallaba en que ropa llevaría puesta ¿Qué camisa? ¿Qué color? Cada aspecto estaba siendo cuestionado en mi cabeza. Sabía que debía ir impecable, aún más de lo que siempre trataba de ser, pero luego pensaba si no debía serlo tanto y más bien relajarme un poco. Mi mente ejercía un interrogatorio y después de luchar y elegir lo que llevaría puesto, comencé a considerar que lo que realmente subyacía en esa escena, no era más que una tierna expresión de ansiedad. El fiel reflejo del nerviosismo ante lo desconocido e impredecible. Sabía que la manera en la que me presentara, enviaría señales, pero que no me definiría por completo, que lo importante sería mostrarme tal y como era yo. Una clara y secreta muestra de debilidad hacia un chico que lograba despertar curiosos vaivenes mi estómago.

— ¡Que guapo estas! —Exclama mi madre, mientras me observaba en el espejo.

— ¿Te parece? —Pregunte con un tono casi inseguro.

—Claro —Afirma con la cabeza — ¿Saldrás ahora?

—Sí — Suspire —Tengo una cita.

— ¿Una cita?

—Sí.

—Por tu sonrisa me imagino que debe ser con alguien especial.

—Bueno... Es la primera cita.

—A caso es con...

—Sí —Deje escapar una pequeña risa —Ian, madre.

—Claro, el chico del partido.

— ¿Crees que este suéter combine con este pantalón?

—Ya te dije... Te ves muy bien.

—Estoy algo nervioso.

—Tranquilo, de seguro será un buen partido —Bromeo.

Al final me decidí por un suéter de color rosa, unos pantalones de mezclilla de color azul y unos zapatos de color blanco. Peine un poco mi cabello hacia atrás y cepille mis dientes, para luego aplicarme un poco de colonia, su aroma no era muy dulce, tampoco tan cítrica, era un punto medio y eso me encantaba. Cuando baje a la cocina, mi madre se encontraba allí —Espera ¿no te vas a despedir de mí? —En eso retrocedí y le di un beso en la frente. Tome las llaves del auto y antes de salir mi madre me deseo suerte.

Cuando llegue a aquella cafetería, me senté en una de las mesas de madera rustica que se encontraban cerca de los cristales de los ventanales. En frente mío se encontraba una chica que leía un libro mientras sostenía lo que parecía un café capuchino, humeando, llenando la pequeña esquina de la cafetería de un ligero olor a canela. Fuera hacía un poco de frío, humedecía los cristales, cosa que me extraño demasiado pues, el verano estaba por arribar o probablemente sería a causa de los contantes cambios climáticos. Mi abrigo era mi única compañía, apilado cuidadosamente sobre la silla que se encontraba a mi lado. En la mesa, junto al servilletero, la pantalla de mi teléfono, un mensaje de Ian que decía "Llego en un par de minutos". Los minutos pasaron, el olor a canela parecía haber desaparecido y la pantalla de mi teléfono se había apagado. Por un momento pensé en escribirle, pero ni siquiera sabía qué iba a escribir, no quería parecer demasiado desesperado. Me distraía viendo pasar a las personas a través del cristal con la esperanza de que alguno de ellos fuese Ian. Lograba escuchar como aquella chica que se sentaba delante, sorbiendo su café como una pueblerina. En eso, una voz femenina me interrumpe.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora