XXI

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Con la mirada perdida, observaba lo que pasaba a mí alrededor y no veía nada. Una lágrima que cae sin saber hacia dónde tiene que ir, hay tantas que no queda espacio por el que meterse. El sentimiento de que no quedan casi esperanzas, que lo mejor es dejarse caer y que te arrastre el viento con su agradable sonido. Pero de pronto, nuestras miradas empezaron a ver un pequeño rayo de luz que cada vez se hacía más grande. De pronto, las esperanzas vuelven y sientes que ya todo es posible. Abrí mis brazos, le rodee con ellos y lo acerque contra mí para que los dos corazones se pudieran oír. De pronto, las lágrimas dejan de caer y vuelven hasta el lugar del que no hubieran tenido que salir y el corazón se llena de vida, no puede dejar de latir, simplemente porque es feliz.

— Lo siento — Fue lo único que logre decir — Lo siento mucho.

— No... Lo siento más yo.

—Que no vuelva a suceder.

— Creí que me dejarías ir.

—Por poco y no te alcanzo. Odiaba estar así.

—Yo igual. De hecho no quería irme... Pero las circunstancias no iban a ser las mejores.

—Ven... No quiero que me dejes de abrazar.

—Extrañaba esto.

—Y yo a ti, Ian.

Y todo eso con algo tan simple como un abrazo.

Al día siguiente fue un domingo especial para Abel y sin yo sospecharlo, también lo sería para mí. En efecto, ese día se desarrolló la competencia de nado que se realiza anualmente, esta vez en Londres, que enfrenta a los representantes de cada país de Europa y mi hermano había sido el seleccionado para representar a Inglaterra.

Todo comenzó muy temprano, de no ser por la alarma de mi teléfono quizás no despierto. Un suave desayuno de yogurt con cereal, la ducha, vestirme y en camino a la competencia. Llegue un poco después, ya que había decidido asistir con Ian, ya mi madre se encontraba allá con Becca, el tío Martín y la señora Julieta, todos para ver competir a mi hermano Abel.

El rugido de mil voces me sorprende: Ya habrán dado la largada; no lo esperaba tan pronto, la competencia había comenzado e Ian y yo aún no habíamos alcanzado las escaleras. Dieciséis participantes en busca de la gloria y yo de espaldas a la pista, intentando abrirme hueco entre la masa de cuerpos que gritan, temblando de esa emoción que sólo se siente una vez al año -cuando llega esta competición, la más importante del año, la reina del combinado de 400 metros. Mariposa de 100 metros, dorso de 100 metros, pecho de 100 metros y estilo libre de 100 metros. Me abro paso a codazos, ansiando llegar a un sitio desde el que pueda ver algo. Maldigo la ocurrencia de pasarme por las taquillas a echar un último vistazo, a ver cómo iban los boletos de apuestas; emocionado y al mismo tiempo nervioso por Abel, para en el último momento perderme la salida. Ese momento único en que dan la partida y los nadadores se lanzan a la piscina casi sincronizados, y ya sólo pueden hablar los 400 metros de agua que hay por delante. Voltee a ver a mi madre y de inmediato me esquivo la mirada. Siento angustia de lo que pudiese pensar ella al verme nuevamente con Ian, angustia ante lo que me pueda perder de la competición de mi hermano. Los mejores de cada país de Europa — ¿Podrá tu hermano contra ellos? — Preguntaba Ian. Mi respuesta fue casi inmediata, pues había visto a Abel competir antes y era excelente. El ruso era el gran favorito. Pero he jugado por mi hermano, quien llevaba el carril número 10, a ganador, con más fe que esperanza, con el corazón y las ganas de empujar desde la grada, que no se crean los Rusos que pueden llegar aquí con su mejor alazán y su más prestigioso nadador, en avión, el día anterior, y arrasar como si Abel no fuera nadie. Por fin me puedo acomodar, dar la vuelta y mirar hacia la piscina. Apenas 100 metros mariposa, no he perdido casi nada y además está ya la megafonía dando posiciones, siendo Abel el número dos, tras el ruso Nikolay Bogdánov. Mi hermano estaba bien situado, segundo, atento a lo que pasa por delante y aún faltaba mucho.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora