IV

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Ya era de noche, se hacía tarde y nuestra madre aún no había llegado del despacho, quizá el trabajo se había extendido un poco más de lo normal o el trafico estaba muy caótico, por lo que tanto como Abel como yo tomamos una ducha y cepillamos nuestros dientes, antes de que fuera más tarde. Mamá aún no llegaba y la hora de ir a la cama se acercaba, así que fui hasta la sala, donde se encontraba Alyssa, estaba sentada en el sofá, junto a la ventana, estudiando un crucigrama. Siempre sospechaba que nadie más notaba que solo respondía a las preguntas con la primera palabra que se le viniera a la cabeza

— ¿Alyssa?

— ¿Si?—Alzó la vista y sonrió

— ¿Mamá aun tarda en llegar?

—No, mi niño —Negó con la cabeza y abrió parcialmente la boca—. ¿Quieres un poco de leche?

—Descuida, creo que volveré a la cama.

—Está bien... y no te preocupes, Ve a dormir que la señora Amelia no tarda.

—De acuerdo —Asentí con la cabeza.

Regresé a la habitación y Abel estaba leyendo "Anatomía De Un Nadador", un libro que había comprado, al parecer le ayudaba con los diferentes estilos de nado. Yo estaba un poco aburrido, por lo que comencé a saltar de una cama a la otra como si de un par de trampolines se tratara — ¡¿Qué haces?! —Preguntó Abel, cerró su libro y lo puso en el buro, a lo que yo me senté de un solo golpe sobre mi cama.

— ¿Quién te dijo que podías saltar sobre las camas? —Abalanzándose sobre mí, Abel me tomo de los brazos.

—Suéltame mentecato.

— ¿Qué dices? —Y sin soltarme fijo su mirada en mis ojos.

—Men-te-ca-to.

—Eres un tonto—Reventó a carcajadas — ¿Sabes que voy a hacer contigo?

— ¡No! —Respondí entre gritos.

—Para de gritar, para de gritar.

— ¡Mamá! —Intentando cubrirme la boca, me recordó que nuestra madre no estaba — ¡Alyssa!

—Para de gritar.

Con la escuela y las clases de natación, al final, Abel se quedó fundido y mientras el dormía, recordé aquella pareja de hombres que caminaba con frescura por la calle tomados de las manos, sentía mucha curiosidad, pero era muy novicio como para entender algo así, por lo que entre susurros le desee una bonita noche a Abel, pose mi cabeza sobre mi almohada e intente dormir, al cabo de unos minutos, yo ya estaba dormido, Abel, a la orilla, con ambas manos debajo de su cabeza mientras yo rodeaba con mis manos un pequeño cojín. Casi siendo las diez, escuche un pequeño ruido que venía de la puerta de la habitación — ¿Mamá? — somnoliento pregunté, se quedó mirando por un par de segundos, quizá contemplando algo que solo ella percibía. Se acercó a nosotros y con mucha cautela tomo la cobija de Abel y lo abrigo hasta el cuello y al regresar a mi cama, hizo lo mismo conmigo, a ambos nos dio un tierno beso en la frente, se tomó un par de minutos para observar un portarretrato que había sobre la mesita de noche, en él había una foto mía con Abel y papá, cuando estaba más pequeño, paso su mano sobre el vidrio que la cubría y la volvió a dejar en su sitio, nos observó un poco más y salió de la habitación, intentando no despertarnos.

El día había comenzado como cualquier otro. Todas las personas a las que conocía odiaban levantarse temprano en las mañanas, pero a mí no me molestaban. Me gustaba llegar temprano a la escuela, por el contrario Abel odiaba la idea de tener que levantarse muy temprano, pero poco a poco se fue acostumbrando. En la cocina había un gran ventanal que miraba hacia una pequeña laguna adornada por algunos árboles de frondosas ramas y hermosas hojas verdes, en los cuales las aves formaban sus nidos, seguro sería un lugar muy acogedor para formar un hogar. Cada mañana, la abuela dejaba un poco de semillas en el soporte de la ventana y siempre venían diferentes aves a disfrutar del banquete que allí ofrecía, adoraba ver aquellas aves y no me iba a la escuela sin antes saludarles o al menos verlas.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora