XVI

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Ian quería llevarme a recorrer algunas de las calles de la ciudad. Él siempre trataba de impresionarme y lo lograba siempre. Descubrí muchas cosas junto a él y a veces era demasiado bueno conmigo. Todo el tiempo estábamos juntos, él comenzó a dibujar más y perdí la cuenta de cuentos dibujos me realizaba al día y de cuantas veces intentaba enseñarme a hacerlo. Me encantaba verlo y admirarlo, eran cosas que podía estar haciendo por horas. Siempre tenía un plan, ya fuera desde ir por un café, a disfrutar el aire libre y demás hasta querer llevarme hasta el espacio, que claramente eso no podría ser posible. Salimos en la noche a pasear por la calzada, para gozar de la luna que brillaba con plenitud, sobre el azul del firmamento. Me llevó a pasear por los alrededores y me llevo a conocer todo lo que quería y todo junto a él. Era muy perfecto para ser tan jóvenes. Y no sólo amaba esos días llenos de aventura y demás, también me gustaba esos días donde decidíamos no hacer nada de la vida y me encantaba estar horas con él hasta que su olor se quedara en mí. Al final nos sentamos en una banca cerca del parque. No nos cansábamos de admirar la serenidad de la noche —Mira, parece que toda la naturaleza participara de nuestra felicidad — Le dije yo. Lleno de gozo, ceñí su cintura con mi mano y deje caer sobre su pecho mi cabeza. Que satisfacción sentía yo cuando su rostro se juntaba con el mío y al alzar la mirada, sus ojos estaban puestos en mí con esa dulce mirada que lo caracterizaba.

Recordamos varias cosas, nos contamos muchas otras, nos aconsejamos el uno al otro y como los grandes amantes que sentíamos que éramos nos dijimos lo que debíamos hacer. En ese preciso instante podía escucharlo y entenderlo, entendía todo a mi alrededor, siempre ha sido así; las palabras eran ciertas, muy ciertas. Tenía tantas ganas de pasarnos la noche entera conversando, disfrutando de una que otra ocurrencia nuestra y quería siempre una fotografía de los dos, abrí apenas mi boca para contarle mis planes para esa noche, pero sus manos tocaron mi rostro y lo acercaron al suyo, fue allí cuando perdí la voluntad. Un suave beso me dio la pauta de que la conversación que tendríamos no iría con palabras. Entre beso y beso hilábamos alguna que otra historia corta que no nos hubiésemos contado ya. Entre beso y beso nos dijimos cuánto nos queríamos, cuánto nos deseábamos, cuánto anhelábamos que fuésemos felices, siempre. Yo temblaba de frío pero no quería que ese instante acabara, ni siquiera había notado mi insistente castañeteo de dientes y al darse cuenta decidió regresar a casa.

—No — Dije con seguridad — Aun no quiero regresar a casa.

—Estas muriendo de frio.

—Solo un poco, pero estoy bien.

—Ponte mi chaqueta, por favor.

—Quisiera seguir recorriendo las calles contigo —Dije mientras terminaba de acomodarme la chaqueta.

— ¡Tengo una idea! — Exclamó — Sígueme.

Ian me tomo de la mano para ayudarme a levantar, rodeó mi cuerpo con su brazo y me abrazo durante todo el camino. Algunos transeúntes que aún se encontraban paseando por las principales calles se nos quedaban viendo por algunos segundos, mientras Ian y yo simplemente ignorábamos aquellas miradas que en un principio podrían parecer intimidatorias y solo disfrutábamos del maravilloso momento por el que estábamos pasando, como cuando éramos niños, tocamos unas cuantas puertas y salíamos corriendo como si de ello dependiera nuestras vidas —Entremos aquí — Dijo, sin siquiera darme algún indicio de lo que había dentro. Solo me deje sorprender.

— ¿Una disco? —Pregunté con desconcierto.

— Así es ¿Te gusta?

—Bueno... No está mal.

—Hay mucha gente.

—Seguro... Son guapos.

— ¿Quiénes?

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora