XIX

925 105 20
                                    


Ian parecía estar muy incómodo, no dejaba de mover sus manos, solo quería entrar al edificio y dejar que la noche acabara pronto, pero yo necesitaba saberlo, necesitaba resolver esa dudo que me daba vueltas y vueltas en la cabeza y la cual no tuve el valor de expresar en ningún momento durante el viaje de regreso, pero ya había comenzado y no daría marcha atrás.

—Ian... Tú sabías lo de mi padre y aun así me llevaste hasta allá ¿Verdad? —El se sobresalto un poco y comenzó a balbucear.

—Brent, yo... Yo me entere cuando llegamos.

—Sabias que tu madre había sido la persona quien conducía el auto que mato a mi padre aquella noche — Mi voz se oscureció con cada palabra que de mi boca salió — Permitiste que yo entrara a esa casa, como si nada de esto importara.

—Yo, solo... solo quería tener unas vacaciones increíbles contigo —Su mirada jamás cruzaba con la mía.

— ¿Por qué lo hiciste, Ian? —Mi voz se cortó abruptamente y mis ojos comenzaron a cristalizarse. No quería llorar.

—Solo... Yo... Quería protegerte, Brent. No sabía que hacer... Lo lamento mucho — Habían lágrimas en sus ojos.

—Creo que quiero terminar contigo —Tragué saliva.

—Brent... No.

—Sí — Con eso sentí las lágrimas recorrer por mis mejillas como cae la lluvia en invierno. Cruda.

—Lo lamento mucho —Pude ver la aflicción en su rostro.

Aquella había sido una decisión muy difícil. Jamás había sentido tanto dolor desde la muerte de mi padre, sentí que algo moría dentro de mí, apreté los parpados fuertemente como si quisiera detener las lágrimas, pero fue en vano. Siempre estuve consciente de que las cosas tienen un final, que terminaría, pero no lo espere tan pronto, tan de repente — ¿Por qué lo hizo? — Me pregunté una y otra vez. Yo confiaba tanto en su amor. Recuerdo que busque refugio en Becca, por lo que al siguiente día le llame y le pedí que nos viéramos. Nos encontramos en una pequeña cafetería que estaba cerca de la biblioteca a la cual solía ir siempre, nos sentamos en la misma mesa y pedí lo mismo de siempre, un chocolate caliente para mí.

—No entiendo por qué te regresaste tan pronto de tu viaje.

—Becca.

—Brent... ¿Qué sucedió? Dime.

—No sucedió nada.

— ¿Qué hay de Ian? ¿Hizo algo?

—Todo está bien. Nos dimos cuenta que no funcionaba lo nuestro, así que, es mejor no perder el tiempo el algo inútil.

—Yo creo que se veían muy bien juntos. Es más... Él se veía muy enamorado de ti.

—Somos muy diferentes, en realidad.

— ¿Qué hay con eso?

— ¿Podríamos erradicar el tema aquí? Por favor.

—Vamos Brent ¿Qué sucedió?

—Becca, ya basta.

—Está bien, discúlpame — Encogió los hombros y se recostó en el espaldar de la silla — Solo estoy preocupada por ti.

—Está bien, preocúpate... Pero hazlo en silencio — No quería pensar en nada que estuviera relacionado con ese viaje — Quería verte, porque pensé que podía animarme estando contigo.

—Está bien — Suspiró.

El autobús comenzó su ruta hacia casa desde la estación central donde yo me había subido, tenía un buen camino por recorrer; me encontraba al otro lado de Londres y no podía utilizar mi auto, porque se había descompuesto y aun no estaba en condiciones. Logré encontrar un asiento libre, al observar mi alrededor me percate que todos miraban a un punto en el vacío, sin sentido, solos en sus pensamientos más íntimos, rostros unos más apagados que otros, nadie mira a nadie, un mundo vacío pienso, un mundo sin ruidos, sólo sonidos a máquinas y motores de combustibles. Me coloco los auriculares de mi reproductor de música, mientras miro tras la ventanilla, como iban pasando las estaciones, niños que caminaban solos, hombres y mujeres que se desplazaban con el ajetreo de la tarde, parejas besándose tras los pilares de hormigón gris de las estaciones, cristales de color negro que relejaban mi rostro como si fuese un espejo oscuro, destacando los rasgos del mismo atribulado, quizá antipático, retraído y triste. Esto me provoca miedo en mi interior, me asustaba mi oscuridad y mi vacío infernal compuesto sólo de sombras sin dueños, de risas sin sentido, de llantos desgarrados de dolor. Intente dejarme llevar por la música para interpretar mi entorno, pero lo que estaba escuchando en particular me hacía ver de otra forma este paisaje gris que me precede de alguna forma e ilumina el sentido de lo que voy viendo ante mí. El autobús paró en seco. Al abrirse las puertas del autobús, siento como entra una ráfaga de aire fresco, pero rancio, veo también los rostros impacientes de los nuevos pasajeros; grises y sonámbulos. Mientras comienzo a caminar por fin sobre la superficie hasta llegar a la calle donde se encontraba mi casa. Cuando abrí la puerta y eche un vistazo, había un hombre parado en la mitad de la sala hablando con mi madre, ella hizo un gesto señalando hacia mi dirección. De inmediato este volteo a mirar — ¡¿Abel?! — Me sorprendió verlo. No sabía que vendría para esta tarde, pues nunca nos avisó sobre esto. Yo me quede paralizado y con la boca abierta — Cierra la boca, que así veras de igual manera — Dijo Abel, mientras se acercó a mí para darme un fuerte abrazo.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora