XXII

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Rabia corría entre mis venas. Sin saber qué haría luego, cinco minutos fueron suficientes para que tomara mis cosas y sin rumbo fijo o tiempo, simplemente salí por la puerta principal. No quedó más que silencio, pero cuya desesperación me llevó fuera del apartamento. El silencio continuo, mientras el motor del auto en plena carretera escondía el sonido de mi llanto ahogado en cólera. No realice ninguna parada durante todo el recorrido, hasta llegar a un lago vacío rodeado por frondosos árboles que formaban lúgubres sombras tras ser iluminados por la densa luz que les ofrecía la luna esa noche. No podía ser mejor lugar para perderse y desaparecer. La noche iba pasando muy despacio. Yo me sentía muy mal. Continuaba delante del volante repasando en mi mente, esperando que algo, cualquier cosa, me distrajera lo suficiente para escapar del malestar. Pero esto no era posible, ya que mi agobio estaba enquistado muy profundo en todas las células de mi cuerpo. Ahora miraba la pantalla de mi teléfono oscura tras haberlo apagado y así no recibir ningún tipo de llamada o mensaje de texto. Me provocaba más angustia y rabia — ¿Por qué? Maldita sea — Me preguntaba mientras golpeaba el volante. No entendía que estaba sucediendo. Las cosas parecían andar bien después de todo. Llevaba una relación magnifica con mi madre, mis notas en la universidad eran ejemplares y había conocido a Ian, el chico que me provocaba una sonrisa cada día. Me levante de la silla delantera antes de tener oportunidad de notar el vacío, salí del auto y moví mi cuerpo para el asiento trasero, el agotamiento comenzaba a hacer de las suyas. Tome el único abrigo que llevaba conmigo, lo único que me acompañaba, me recosté intentando acomodar mi cuerpo en aquella forma tan desconocida para mí, colocando el abrigo sobre mi torso, intentando conciliar el sueño. Dormir solía ayudarme a sentirme mejor.

El sol salió y con el desperté yo, acurrucado en el asiento trasero del auto. No sentía culpa, entre toda la montaña rusa de emociones, mi preocupación desapareció, ya no debía soportar lo que estaba sucediendo. Con eso era más que suficiente. Decidí salir del auto, camine hasta el lago y en la orilla me agache, apoyando una rodilla en la hierba y con la punta de mis dedos, acaricie el agua, destruyendo el reflejo que se formaba. Estaba solo ante la realidad de lo que pasaba. Un niño grande sintiendo de golpe todo el miedo que había tapado durante su vida. Lleve mi mano hasta uno de los bolsillos del pantalón, intentando palpar el teléfono, lo saque de allí e intente encender la pantalla, pero no funciono, olvide que lo había apagado. Deje presionado el botón de encendido mientras me hacia una idea del número de llamadas y mensajes que debía de tener. Para mi sorpresa solo había un mensaje — Habla con tu madre... Por favor — Era de Ian. Me encontraba más calmado que la noche anterior, por lo que deje mi orgullo de lado y le marque a mi madre.

— ¡Brent, hijo!

—Madre...

—Qué alegría escucharte — En su tono de voz pude sentir el alivio — ¿Estas bien? ¿Dónde te encuentras?

—Estoy bien madre.

—Te extraño y quiero que regreses a casa.

— Solo voy a regresar si cambias tu actitud — Retaba firmemente.

—Quiero que vengas.

—Madre, ya te dije que solo si...

—Con Ian — Continuó ella sin dejarme terminar la frase.

— ¿Eh?

—Sí... Estuve pensando y nada es más importante para mí que la felicidad de ti y tu hermano Abel.

— ¿A qué quieres llegar?

—Quiero que vengas con Ian para la cena.

— ¿Estas segura de lo que me estas pidiendo?

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora