XXIV

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Eran las nueve en punto de aquella tarde, en plena calle, frente a casa, Ian sostenía una discusión con su madre, una que parecía no tener fin jamás. De pronto, Ian se retiró de allí e intento cruzar la calle sin percatarse que un auto deportivo venía por la intersección a gran velocidad, y me dio la impresión de que el conductor no se había fijado en él, pues, el impacto fue inmediato. Mi corazón empezó a latir muy fuerte, muy rápido. Escuché el ruido de las ruedas friccionar contra el asfalto, la bocina, los gritos, todo casi al instante. El auto chocó con Ian y él salió volando con la inercia de las dos velocidades, pego contra el asfalto, junto a una cabina telefónica que había estado allí durante mucho tiempo. Hubo un breve silencio, como si el tiempo se hubiese detenido y devuelto unos años, cuando veía a mi madre, con mi padre en sus brazos sobre la carretera. La mente se me puso en blanco y luego, solo podía ver a Ian, inconsciente, sobre la carretera. Negué con la cabeza y corrí hasta donde se encontraba él. Recuerdo que yo estaba muy desesperado y comencé a llorar sin control. Gritando, pedí que llamaran a una ambulancia lo más rápido posible, pues tomé el rostro de Ian entre mis manos — ¿Estas bien, Ian? Despierta, dime que estas bien, por favor — No respondía. Lleno de desesperación, volví a pedir que alguien llamara a una ambulancia. Minutos después, escuche el sonido de una sirena, junto con un par de luces que iluminaban la carretera acercándose, era la ambulancia. Cuando Ian recobró el conocimiento, estaba rodeado de un par de paramédicos que le impidieron incorporarse, sólo veía su rostro de desesperación mientras le preguntaban cómo se encontraba. Lo atendieron rápidamente, prestándole primeros auxilios. Lo acomodaron en una camilla, con un collarín alrededor de su cuello y lo subieron a la ambulancia. Uno de los paramédicos pregunto si algún familiar quería acompañarlo en el camino hacia el hospital — ¡Yo, soy su novio! — Exclame sin vacilar. Me subí al vehículo y me senté junto a la camilla, Ian llevaba los ojos abiertos durante todo el viaje, le asegure que todo iba a estar bien y que nada malo le pasaría, la ambulancia hizo una parada en el camino para colocar la vía intravenosa, pero llegando al hospital, él comenzó a cerrar los ojos lentamente, hasta cerrarlos por completo. Me llene de nervios y desesperación, que comencé a gritarle a uno de los paramédicos que lo ayudara. Llegamos a la unidad coronaria del Hospital e inmediatamente se le fue colocada una guía para la medicación intravenosa. Me baje de la ambulancia y junto con un personal del hospital, bajaron a Ian y lo llevaron hasta el interior del edificio, corrí junto al personal, mientras unos de ellos preguntaba los detalles de lo sucedido. Yo solo observaba el rostro de Ian, con algunas heridas en el, inconsciente. Al llegar a unas puertas de color blanco, una enfermera me detuvo y me indico que no podía seguir, sugiriéndome esperar allí. Minutos después llegaron mi madre, mi hermano, Becca y la madre de Ian. Me preguntaban qué había pasado y solo pude decirles que los médicos lo habían ingresado, que lo revisarían y que luego darían el diagnostico.

— ¿Familiares de Ian Smith? — Pregunto uno de los médicos, irrumpiendo en la sala de espera.

—Sí señor, somos nosotros — Respondí.

—El chico está bien — Suspire — Pero...

— ¿Pero que, doctor?

—Tiene un par de fracturas en una de sus extremidades inferiores, ocasionadas por el impacto que le proporciono el auto, acompañadas de algunas heridas superficiales.

—Eso no suena tan mal — Dijo la señora Smith.

—No — Respondió el doctor — Pero parece que no hay un flujo adecuado de sangre hacia algunos de sus órganos.

— ¿Qué quiere decir eso, doctor? — Pregunté.

El doctor no nos quiso dar un diagnóstico más completo, pues aun no encontraban que era lo que le ocasionaba la falta de flujo de sangre hacia sus órganos, por lo que tuvimos que esperan un tiempo considerable, mientras los médicos trataban de hallar el problema. Los minutos pasaban y pasaban, y cada que uno de ellos transcurría, mi desesperación y mi ansiedad aumentaban. Enfermeras y doctores pasaban y pasaban, pero ninguno de ellos se acercaba para darnos noticias del estado de Ian. Pero como si mis suplicas hubieran causado algún efecto, el mismo doctor de hace un momento, se acercó hasta nosotros.

Sin Miedo A NadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora