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Subo las escaleras en dirección al cuarto de Marie, aún sin saber a ciencia exacta que hacer abro la puerta de su cuarto y me encuentro con una niña de ojos verdes y grandes mirándome fijamente. Parece desconfiada y decido presentarme.

-Hola Marie-esfuerzo una voz dulce-soy tu nueva niñera...

-¿Cómo te llamas?-me interrumpe.

-Soy Emma-dejo de hablar por qué no sé que más decirle a una niña de cuatro años, alguna parte de mí me dice que quizás no soy la mejor para el empleo.

-¿Eres amiga de mi mami?-dice bajando de la cama y acercándose. Dudo sobre qué decir, esa niña apenas me conoce hace un minuto y lo mejor sería decirle que sí, de esa forma se sentirá segura. Asiento y ella me sonríe, al igual que yo se le forman dos hoyuelos en sus mejillas y me tiende su mano en forma de saludo.

-Mami dice que siempre debo saludar a las personas-acojo su mano sonríendole.

-Bueno Marie, tenemos toda una mañana y tarde para hacer lo que quieras-digo fingiendo un tono animado-¿Qué deseas hacer?

-!Comer¡

Me las arreglo durante una hora para hacer un desyuno decente para las dos, en mis veinte y seis años de vida había aprendido la básico para cocinar, pero nunca aprendí para los niños pequeños. Preparo algunos huevos con tostadas y Marie comienza a comer de inmediato mientras yo muerdo un pedazo, hace algunos días que no lograba tragar nada y ahora mágicamente mi estómago comienza a sonar. Observo a Marie comer rápidamente y mi mente le llega una recuerdo de otros tiempos, en donde todo parecía ir bien. Mis ánimos bajan en seguida y dejo la tostada a un lado sumergiendome en mis pensamientos. Sí, el pasado era mejor que el presente ¿A quién quiero engañar? Estoy viva por una de esas extrañas casualidades de la vida, si no fuese por esa llamada, todo sería diferente, estaba segura de ello. Había intentado suicidarme y hasta en ello fallé ¿Qué más debía esperar?

Tome aliento alejando esos pensamientos que abarcaban mi mente en los últimos meses, pero tenía razón ¿Para qué seguir? ¿Con qué finalidad? Todo se había acabado para mí, absolutamente todo. El futuro se me presentaba de la misma manera, vivir mis días sobreviviendo a cada hora de las agujas del reloj, eso hacía, era una sobreviviente, solo que esta vez no quería vivir.

-¿Podemos ver la televisión?-Marie cogió mi mano y me quitó de mis pensamientos, sabía que era una bomba de tiempo, cada minuto que pasaba se sentía como un infierno personal, vivir así ya no era una opción, era un final. Asentí, tomé una de sus manos y fuimos juntas hasta la habitación contigua, recordaba algunas partes de la enorme residencia pero la mayoría de las habitaciones me eran desconocidas.

-Siéntate conmigo-Marie pidió. Dudé pero luego lo hice, se sentía extraño ver dibujos animados junto a una niña, Marie era callada y miraba absorta la pantalla, en cambio yo solo me dediqué a jugar con mis dedos y pensar, era lo mejor que se me daba. Aún están las pastillas esperándome, siguen allí, atentas a mi ánimo y llamándome seductoramente. Sé que el momento llegará tarde o temprano, solo intento aplazar lo inevitable.

Vemos durante una hora la pantalla hasta que Marie decide salir al parque de unas manzanas de lejanía. ¿Deberíamos salir? De todas formas vamos al parque y dejo a Marie jugar con otros niños mientras yo la veo sentada desde una banca. Parece un mundo extraño, como si no perteneciese a las personas que miraban atentas a los niños o los adolecesentes que reían en las otras bancas. Un sentimiento de soledad me embargó y quize marcharme en ese instante, sabía que yo no podía disfrutar como las demás personas, más bien solo me hundía cada vez más. Marie parecía divertida con sus nuevos amigos, de vez en cuando me observaba y reía para luego correr por todos los lados. Quizás había un motivo para que estuviese allí, entre toda esa gente tan ajena y distinta a mí.

Divina VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora