Feliz cumpleaños

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Estaba segura de que era un sueño en un noventa y nueve por ciento. Frente a mi estaba mi abuelita Marie, que había muerto hacía seis años. Esto, sin duda, ofrecía una seria evidencia a favor de la teoría del sueño. La abuela no había cambiado mucho. Su rostro era tal y como lo recordaba; la piel suave tenía un aspecto marchito y se plegaba en un millar de finas arrugas debajo de las cuales se traslucía con delicadeza el hueso, como un melocotón seco, pero aureolado con una mata de espeso pelo blanco de aspecto similar al de una nube. Nuestros labios se curvaron a la vez con una media sonrisa de sorpresa. Al parecer, tampoco ella esperaba verme. Estaba a punto de preguntarle algo, era tanto lo que quería saber... ¿Qué hacía en mi sueño? ¿Dónde había permanecido los últimos seis años? ¿Estaba bien el abuelo? ¿Se habían encontrado dondequiera que estuvieran? Pero ella abrió la boca al mismo tiempo que yo y me detuve para dejarla hablar primero. Ella hizo lo mismo y ambas sonreímos, ligeramente incómodas.

-¿Beka? No era ella la que había pronunciado mi nombre, por lo que ambas nos volvimos para ver quién se unía a nuestra pequeña reunión.

En realidad, yo no necesitaba mirar para saberlo. Era una voz que habría reconocido en cualquier lugar, y a la que también hubiera respondido, ya estuviera dormida o despierta, Edward.

Aunque me moría de ganas por verle y estaba casi segura de que se trataba de un sueño, me entró el pánico a medida que Edward se acercaba a nosotras caminando bajo la deslumbrante luz del sol. Me asusté porque la abuela ignoraba que yo estaba enamorada de un vampiro y no se me ocurría la forma de explicarle el hecho de que los brillantes rayos del sol se quebraran sobre su piel en miles de fragmentos de arco iris, como si estuviera hecho de cristal o de diamante. Bien, abuelita, quizás te hayas dado cuenta de que mi novio resplandece. Es algo que le pasa cuando se expone al sol, pero no te preocupes.

Se acercaba, como si yo estuviera sola, con ese andar suyo tan grácil y despreocupado y esa hermosísima sonrisa en su angelical rostro.

Lancé una mirada aterrada a la abuela y me percaté de que era demasiado tarde. En ese instante, ella se volvió para mirarme y sus ojos expresaron la misma alarma que los míos, me extrañó que sus ojos fuesen de color azul, siempre los había tenido marrones como los de Bella.

Edward continuó sonriendo de esa forma tan arrebatadora que hacía que mi corazón se desbocase y pareciera a punto de estallar dentro de mi pecho. Me pasó el brazo por los hombros y se volvió para mirar a mi abuela. Su expresión me sorprendió. Me miraba avergonzada, como si esperara una reprimenda, en vez de horrorizarse. Mantuvo aquel extraño gesto y separó torpemente un brazo del cuerpo; luego, lo alargó y curvó en el aire como si abrazara a alguien a quien no podía ver, alguien invisible.

Sólo me percaté del marco que rodeaba su figura al contemplar la imagen desde una perspectiva más amplia. Sin comprender aún, alcé la mano que no rodeaba la cintura de Edward y la acerqué para tocar a mi abuela. Ella repitió el movimiento de forma exacta, como en un espejo. Pero donde nuestros dedos hubieran debido encontrarse, sólo había frío cristal.

El sueño se convirtió en una pesadilla de forma brusca y vertiginosa. Ésa no era la abuela. Era mi imagen reflejada en un espejo. Era yo, anciana, arrugada y marchita, eso explicaba que nuestros ojos fuesen del mismo color.

Edward permanecía a mi lado sin reflejarse en el espejo, insoportablemente hermoso a sus diecisiete años eternos. Apretó sus labios fríos y perfectos contra mi mejilla decrépita.

-Feliz cumpleaños -susurró.

Me desperté sobresaltada, jadeante y con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Una mortecina luz gris, la luz propia de una mañana nublada, sustituyó al sol cegador de mi pesadilla. Sólo ha sido un sueño, me dije. Sólo ha sido un sueño. Tomé aire y salté de la cama cuando se me pasó el susto. El pequeño calendario de la esquina del reloj me mostró que todavía estábamos a trece de septiembre. Era sólo un sueño pero, sin duda, profético, al menos en un sentido. Era el día de mi cumpleaños. Acababa de cumplir oficialmente diecinueve años.

Mi sol a media noche. (Edward y oc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora