Cinco...

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Hiro y Miguel jugaron con Dante hasta la tarde con las flores, los deseos ya se habían cumplido, estaban juntos  y felices, mejor no podía ser. Pero siempre hay detalles.

—¿Como harás para hablar con mi Familia, Hiro?

—¿Acaso crees que no me atreveré a hablarle de frente a tus padres?

—La verdad No, te imagino nervioso y sin saber que decir.

—Gracias por darme ánimos Migue, muchas gracias.

—Soy bueno notando el sarcasmo Hiro.

—Me alegra, porque lo uso mucho y deberás acostumbrarte.

—Hecho.—Miguel no pudo evitar reírse.

Después de unos minutos, Hiro, Miguel y Dante volvieron a Santa Cecilia. Ya estába llegando la noche, el día pasó volando.
Mientras Hiro pensaba en que tal vez Miguel tenía razón, podía ser probable que se quedara sin nada que decir cuando hablara con Mamá Elena, Luisa y Enrique.

«—Que horror...» Pensó.

—¿Estás bien?
—¿Eh? Si, sí, estoy bien, no es nada.

—¿Tienes miedo por mi familia?

—Pff, claro que no enano, ¿En que estás pensando?

—Está bien si no puedes decirles... quizás de todos modos no debería ir a San Fransokyo.

—¿Por qué lo dices?

—Es una ciudad gigante, y yo... Solo estoy acostumbrado a vivir en un pequeño pueblito... Tal vez no vaya a encajar ahí.

—No deberías pensar así Migue.

—¿Y por qué no?

—Porque yo voy a estár contigo...

Miguel sonrió, se dió cuenta de lo que quizo decir Hiro, pero no respondió nada, para evitar una escena demaciado romántica, que Migue sabe, que a Hiro le pondría incómodo.

Unos minutos después llegaron a la zapatería, Mamá Elena preguntó porque no estaban en la casa, y ni siquiera avisaron cuando volverían, o donde estarían. Abuelita estaba molesta.

—Perdónanos Abuelita, de verdad no nos dimos cuenta de el tiempo, estába haciéndose tarde y no lo notamos.

—No dijeron adónde iban, ¿Qué pasaría si pasaba algo malo?

—Discúlpeme...
Hiro tomó a Miguel de la mano dejándolo detrás de él, quedándose frente a Abuelita.
—Sé que no debería meterme en un problema familiar, pero creo que está regañando a la persona equivocada.

—¿Qué?

—Hiro...

—Fué mi culpa que Miguel no llegara a casa antes de que oscureciera, sólo nos estábamos divirtiendo.

—Hiro, el problema es que nadie sabía dónde estában, no han almorzado, las noches en el pueblo son heladas y por su piel se nota que tal vez agarraron un resfriado.

—Mamá Elena, por favor...

—Saben como soy Hiro.

—Ya sé, por eso se lo digo a usted.

Mamá Elena seguía molesta, pero no podía hacer nada contra Hiro, con el tiempo ambos aprendieron a formar algo, era una conexión rara que unía su personalidades, es como si él, fuera uno más de sus nietos.

—Está bien... De castigo mañana me ayudarás con el desayuno, a primera hora de la mañana.

—Lo que usted diga Mamá Elena.

Hiro soltó una risa, y abuelita volteó para irse, él suspiró y miró a Miguel, quien estaba confundido por lo que vieron sus ojos.

—¿Qué te pasa?

—¿Qué hiciste?

—¿De que estás hablando ahora?

—Le hablaste de frente a Abuelita, me... ¿defendiste? Incluso te reíste.

—¿Eso tiene algo de malo?

—¡Te castigó!

—Y no creo que sea la primera vez... Hey, relájate, estoy bien, estás bien, ¿Qué más quieres? Porque yo, nada.

Miguel abrazó a Hiro, este se rió y acarició la cabeza del moreno.

—Aprendé a controlar tus emociones.

—De acuerdo voy a intentarlo...
Cerró los ojos y abrazó más fuerte al chico, él resultaba ser un poco más bajito que Hiro, por eso, el debía estar  de puntitas para alcanzarlo.

—Eres tan enano...

—Deja de molestar.

—Ya sé, es que no puedo evitarlo, perdón.

  ***

Un Héroe MusicalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora