Capítulo 34

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— Hola, morena — saluda una voz en la distancia. Me volteo viendo una figura de piel blanca acercándose hasta mí, su sonrisa reluciendo a las siete de la mañana.

— Hola, Jay — respondo, con el alma en los pies y el cansancio dando luz negra a unas ojeras de espanto que me llegan hasta las mejillas.

— ¿Dónde está Chad? — cuestiona una vez que llega hasta donde me encuentro. Me encojo de hombros.

— No tengo ni idea. ¿Para qué lo quieres? — interrogo sosteniendo la correa de mi bolso sobre mi hombro como un acto involuntario, retuerzo la cuerda entre mis dedos.

— No lo quiero, pero pensaba que morirías si no lo veías — se cachondea.

— ¿Por qué iba a morirme? No soy dependiente de él, Jay.

— Pero a estas horas siempre estabas sonriendo y con él, ahora pareces un zombie que viene a devorarme — regresa con el cachondeo, ruedo los ojos.

— Eres un exagerado.

— Como si fuera mentira, morena. Estáis juntos incluso para ir al baño, no quiero saber qué hacéis ahí para estar tanto tiempo.

— ¡Jayden! — me escandalizo, su risa divertida hace que mi sonrisa regrese —. Vamos, no me digas que tú no lo has hecho todavía. No me creo que estés soltero con esas ideas que tienes de nosotros.

— ¿Por qué iba a querer tener pareja? — interroga. Alzo una ceja obvia y me mira, no parece que el entendimiento por mi gesto cruce por su mirada —. Sinceramente, morena, tener pareja es un coñazo.

— ¿Por qué?

Ahora es él quien alza la ceja —. ¿Enserio preguntas? — asiento —. Primero — señala un dedo comenzando a numerar —. Son ganas de tener problemas a lo tonto, todo el día pensando en la misma persona. Un dolor de cabeza constante todo el día y paso de eso — lo dice con tanta convicción que la risa escapa de mis labios. No me escucha al parecer pues levanta otro dedo —. Segundo, tengo que estar pendiente en si necesita algo, si está bien o mal. Y si está mal, debo saber qué es para ayudarla. Lo siento pero no voy a aguantar a una chica que cada mes tiene una semana insoportable — asegura, un escalofrío dramatizado cruza su rostro —. Y, tercero — otro dedo más alzado —, estoy feliz siendo soltero sin nadie que me diga nada y haciendo lo que quiera. No tengo que preguntarle a nadie si quiere salir o estar preocupado por si lo que hago no es de su agrado.

Termina el discurso luciendo feliz de ello, con la sonrisa agrandándose en sus labios y la mano bajando al terminar de contar y enumerar los puntos de su nulo romanticismo. Su rostro se gira hacia mí, distingo su rostro relajado después de haber soltado toda la diarrea verbal que su boca le ha permitido.

— ¿Te he convencido? — interroga, la carcajada escapa de mis labios antes de que pueda detenerla. Tiene el ceño fruncido para cuando regreso la mirada.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora