Capítulo 16

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La sensación de que alguien te persigue, de que alguien sabe todos los movimientos que realizas cada dos por tres, que sabe el próximo paso que darás por que te conoce lo suficientemente bien como para tener noción de ello. El sentimiento de impotencia al no conseguir realizar nada que logre salvarte, la superposición de una persona sobre la tuya que impide que te formes como persona humana y la rabia al no poder, aunque lo intentes con todas tus fuerzas, hacer algo por remediarlo.

Notaba todas e incluso más de eso cada mañana al despertarme. Con el sudor calándose por mi espalda, mi frente, mis manos. Los pies convertidos en cubitos de hielo, los pelos de mis brazos tiesos como escarpias y la respiración alterada y pesada.

De nuevo las mismas pesadillas de siempre. Se repetían casi todas las semanas y no había ni un mes en el que lograra superar el tener menos de cuatro pesadillas mensuales. Simplemente, su rostro aparecía y me paralizaba al completo, desde los pies a la cabeza.

Si soñaba con Dylan y yo de pequeños con él llevándome al parque de atracciones, el rostro de James salía de entre la multitud de niños y me sonreía. Si soñaba con entrar a la universidad, a una clase, lo veía dándome clase tras girarse para hablar con nosotros. Si soñaba con ir a correr por las mañanas, aparecía como mi acompañante.

Lo que más miedo daba era cuando soñaba con Amber, con Lyn o con Chad, por que, para mi desgracia, su cara me acompaña hasta en mis pensamientos más íntimos e indiscretos. Si eso llegaba a suceder y ellos estaban en el sueño, sus rostros se contraían transformándose en personas totalmente diferente y convirtiéndose, muy poco a poco, en mi padre.

Por esa misma razón de cada mañana, al abrir los ojos e incorporarme en la cama, al sentir el sudor calar por cada parte disponible de mi cuerpo, al notar los latidos de mi corazón volviéndose tan fuertes y pesados que tengo la sensación de que se me abrirá el pecho, no me siento para nada segura.

Miro a mis lados y solo distingo los rayos de luz del sol calándose por la ventana, una pequeña brisa mañanera filtrándose entre la mosquitera. Sostengo la respiración durante unos segundos, tanto que parece que esté preparándome para suicidarme o algo por el estilo. El aire sale por mi boca con demasiada lentitud pero es la única manera de recordarme que estoy a salvo.

Ahora James está a kilómetros de mí. No sabe dónde me encuentro y no lo sabrá en un largo tiempo. A James le quedan veinte años de cárcel, más o menos, pero no conseguirá en su vida saber donde están sus hijos, o lo que crea que somos.

Por encima de mi cadáver.

Levanto la cabeza como un resorte al escuchar el timbre de la casa —perdón, del apartamento—, sonar. Me estiro lo suficiente para agarrar mi móvil y mirar la hora. Vuelvo a tirarme sobre la cama, son solo las once de la mañana. ¿Qué hace la gente tocando al timbre? ¿Es que acaso no saben que es fin de semana, hay clases mañana y que los estudiantes debemos dormir por lo menos ocho horas diarias cuando no estamos estudiando para los exámenes? Anoche me acosté a las tres de la mañana entre trabajos y mierdas.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora