Capítulo 39

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Ningún recuerdo aparece en mi mente por arte de magia, todo está en blanco y la desesperación por encontrar alguna acción realizada en las anteriores doce horas respalda el dolor de mi cabeza. Me llevo las manos a la parte posterior de esta intentando así que el pinchazo agudo que crece por dentro desaparezca.

Los ojos también se me cierran con fuerza como respuesta a ese «dolor». Todo lo que veo adopta un color claro y presupongo que es de día por esa simple razón. No me equivoco, solo con abrir un ojo, el único con el que consigo atreverme, la luz me ciega. Vuelvo a cerrarlos olvidándome del sentimiento de estar tan desubicada.

Cuando por fin logro ver lo que se encuentra a mi alrededor, me siento aliviada a más no poder. Estoy en mi habitación, ilesa, y nada a sucedido. Pero, entonces, ¿cómo es que solo encuentro vacío cuando pienso en hace varias horas? No recuerdo cómo es que llegue a la cama, solo que estaba con Amber y Dylan me llamó.

Mi padre estaba fuera de la cárcel.

La bilis sube hasta mi garganta, coloco una mano sobre mi boca cuando la sensación es sofocante y corro hasta el baño. Pongo las manos sobre los bordes del retrete y expulso todo lo que mi organismo posee dentro de mí. Toda la repugnancia, el asco y el dolor salen quemando por mi garganta. No consigo sacar más que un líquido blanquinoso que me insta a seguir vomitando, aunque solo se traten de arcadas.

— ¿Nora? — llama una voz golpeando la puerta. Amber está detrás de la lámina de madera y parece preocupada —. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

Me giro sobre mis rodillas, apoyo mi culo sobre el suelo frío de baldosas de granito y agarro la cara entre mis manos —. Sí — grito para que me escuche a través de la puerta —. Ahora salgo — aviso.

Tapo mis oídos y pongo la cabeza entre mis piernas para evitar así los retortijones de mi estómago. Los recuerdos acechan mi mente una detrás de otro y todos ellos envían más bilis a mi garganta. Yo en ese bar, las luces cegando mis ojos, mi cuerpo moviéndose por voluntad propia, si es que se podía llamar de esa manera. Yo pidiendo más bebida que no podía controlar en mis venas, inyectándome alcohol prácticamente en las venas. La llamada de Chad siendo contestada por una estúpida borracha que resultaba ser yo. Chad viniendo a por mí después de estar a punto de caer en la inconsciencia por tanto alcohol ingerido.

Vuelvo a vomitar.

Me obligo a levantarme, a dejar de meter la cabeza en el retrete y a aceptar lo que se viene delante de mí. Se me cae el techo encima y, aún así, consigo levantarme, abrir el grifo para lavarme la cara y fingir que ningún asesino, progenitor mío, ha salido de la cárcel como quien sale de un centro comercial.

Respiro hondo, agarro la toalla de baño y la paso por todo mi rostro. Algunas lágrimas traicioneras se cuelan entre el agua que he utilizado y las hago desaparecer. Me miro al espejo.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora