Capítulo 35

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— Voy a matarte, Chad — mascullo entrando de vuelta a mi apartamento alquilado y pasando por delante de él y de su sonrisa socarrona. Me enfado por vivir enamorada de esa sonrisa aunque esté echando bolas de fuego por la boca cual dragón.

— ¿Qué pasa?

— ¿Que qué pasa? — repito incrédula. Cierra la puerta cuando ya estoy en el salón y su cuerpo se voltea hacia mí. Las piernas me tiemblan y no tengo ni la más remota idea de si se trata por la sonrisa que me dedica o por que llevo casi tres cuartos de hora sentada en el suelo del pasillo de la residencia. Prefiero escoger la segunda a demorarme pensando en el por qué de la primera —. Me has dejado en el pasillo como si fuera un perro.

— Tu hermano quería que no escucharas — se defiende. Camina hasta mí a paso ligero. Está claro que no le importa la furia que corre por mis venas y que no se molesta en preocuparse por lo que pueda hacerle. Aprieto la mandíbula hasta que mis dientes chirrían.

— ¿Y por eso tenías que tirarme fuera? — interrogo molesta. Tengo el culo que, de no ser por que tiene forma, ahora estaría plano. No quiero parecerme a una tabla de planchar y si hubiera durado cinco minutos más, a saber qué habría ocurrido con mi cuerpo.

— ¿Dónde te ibas a ir sino? — cuestiona en su lugar.

Es lo suficiente atrevido como para poner sus manos sobre mis caderas y acercarme a él. Noto todo su cuerpo pegado al mío y tengo que buscar la razón de mi enfado antes de que sea demasiado tarde. Lo que él provoca en mí no es normal. La diversión brilla en su mirada como un recordatorio de que es consciente y aún así osa disfrutarlo.

— ¿En la habitación, a lo mejor? — devuelvo. Creo que terminaré sin dentadura como siga apretando tan fuerte así que niego con al cabeza y suavizo mi expresión. La tensión de los músculos de mi boca disminuye pero eso no hace que esté menos enfadada. La ira hierve en mi interior.

No ayuda en nada que sus dedos dibujen trazos abstractos por la parte baja de mi espalda, en la terminación de mi espina dorsal y que incrementan mis ganas de besarle hasta el cansancio. Tengo los labios secos y los humedezco obligándome a volver a donde debería estar. Me ha tirado de mi propio departamento y me ha dejado fuera demasiado tiempo. No tendría que estar pensando en sus labios y en donde sus manos podrían llegar de ser yo la que se lo permitiera.

— Sabes que habrías escuchado lo que decía si te ibas a la habitación — me replica, el tono tranquilo de su voz me ayuda a calmarme a pesar de que no tengo intenciones de ello. He estado durante tres cuartos de hora sin móvil con el que entretenerme o personas con las que hablar por que mi novio y mi hermano querían tener una conversación privada sobre mí o a saber qué tonterías.

Si se lo cuento a alguien, no se lo cree.

Levanto la mirada. La garganta se me seca en contra de mi voluntad cuando veo sus ojos inundados por ese tono resplandeciente, brillante, que hace que adopten el color del más precioso bosque. Las motas doradas al llegar a su pupilas me roban en aliento y la atención que me dedica, esa que hace que mi corazón se acelere hasta la muerte, me estremecen como nadie ha hecho. No lo aguanto más cuando sus labios se acercan hasta mí y se apropia de mi boca.

¡No me beses! (U.D.S.#4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora