Aunque seguía pensando exactamente lo mismo, cada día se me hacía un poco más complicado seguir con la regla que me había impuesto. Esa en la que, por más cariño que cogiera a alguien, no llegaría a más de la amistad. Esa que prohibía que Chad Clayton llegara a más que un amigo aunque cada noche deseara besarle y que me tuviera entre sus brazos.
Había pasado demasiado para llegar hasta aquí y aún seguía superando todo. No tenía ni la más mínima intención de arrastrar a alguien conmigo pues el peligro no había terminado, ni de coña. La señal de advertencia en mi vida permanecería detrás de mí e incluso se haría más intenso después de veinte años, cuando mi padre saliera de la cárcel.
En el momento en el que eso tuviera lugar, ya no sería dueña de mis pensamientos, de mis movimientos y de mis acciones. Todo estaría controlado por el miedo poseído hacía la persona que me engendró. Me perseguiría y no iba a arrastrar a nadie conmigo para que fuera también tras él.
Pero se me hacía imposible cuando Chad, cada tarde desde la cena de comida china, venía con un nuevo manjar que probar. Italiana, tailandesa, española, mejicana, cualquiera con tal de venir y fingir que nos encontrábamos arreglando la canción en lugar de hablar de lo que sea que se nos ocurriera que era lo que en realidad hacíamos.
Era agradable ver la cara de Amber cuando llegaba y nos poníamos manos a la obra. Para que, después de que se metiera en su habitación, volviéramos a lo mismo. Era agradable, pero no permanente. Eso conseguía convertirme en un ser despreciable, un ser al que no le importa los sentimientos de los demás para salvar los suyos propios.
Ni siquiera habían tenido voz ni voto en la decisión que yo había tenido a la fuerza. Si quería que esto saliera bien, no podía llegar a nada más. Chad no pasaría la línea de mi amigo o lo que sea en lo que estemos ahora, Amber tampoco y Jayden igual. Lynette... bueno, ella siempre ha ido a su rollo pero tampoco cruzaría esa línea.
Antes pasarlo mal yo a que mi mala vida termine con su felicidad. No sé de lo que mi padre es capaz para cumplir su palabra. Ellos se habían convertido en mi felicidad, Chad era mi luz, y mi padre la quería destruida.
— ¿Qué estás haciendo? — interrogo riendo y tratando de apartarle de mi plato de comida, esta vez japonesa, que había traído para mí. Al parecer, había escogido diferentes platos para cada uno y ahora le daba envidia lo que yo tenía en el mío.
No iba a dejarle.
— ¡Lo he pagado yo, bonita! — se defiende tratando de coger un bocado. Lo aparto disfrutando de su mirada desafiante y de su irresistible rostro cuando deja el plato encima de la mesa y se inclina lentamente para llegar hasta mí —. ¿No me vas a dar nada? — cuestiona.
El brillo de la diversión en sus ojos y su acercamiento tan duradero provoca que me suba un sentimiento por toda la garganta y que se queda atascado en el fondo de mi boca. En mi defensa, me reclino hacia el ángulo contrario con la comida cada vez más arriba de mi cabeza.
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¡No me beses! (U.D.S.#4)
Novela JuvenilEl linaje de los Clayton siempre ha fortalecido una norma, un objetivo o un capricho, como quieras llamarlo. Cada descendiente de esta familia deberá besar a una chica, la que parezca estéticamente más hermosa. A algunos les gusta, otros prefieren m...