El linaje de los Clayton siempre ha fortalecido una norma, un objetivo o un capricho, como quieras llamarlo. Cada descendiente de esta familia deberá besar a una chica, la que parezca estéticamente más hermosa. A algunos les gusta, otros prefieren m...
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— ¿Y si cambiamos este "fa" por una de "sol"? Podría darle un tono más agudo, más profundizado — aconseja, lo pruebo en la guitarra e, instintivamente, niego con la cabeza.
— Parece que le hayan dado una patada a un burro — espeto. Chad abre la boca, sorprendido y a la vez divertido, de mi comparación.
Se ríe a carcajada limpia y se inclina hasta mí. Me quita la guitarra de mis manos y la deja con una interesada delicadeza sobre el suelo, apartada de nuestro lado. No sería la primera vez que se me olvida que está ahí debajo y la piso. Es una suerte que resista tanto.
— ¿Qué te parece si paramos un rato? Ya tenemos la letra y nos falta darle el toque al ritmo, podemos hacerlo otro día — explica.
Asiento. A fin de cuentas, aún no hemos terminado el primer semestre y nosotros ya le estamos dando los últimos detalles. Hay otras parejas que aún no saben ni qué tema van a tocar. Por eso, a estas alturas, nuestro proyecto es de los más avanzados.
Delilah va a estar orgullosa de mí. Va a estar orgullosa de los dos.
— De acuerdo — acepto. Como una petición de bandera blanca, mi estómago ruge en busca de una desesperada provisión para engañarlo. Después voy a cenar y no voy a tener hambre —. ¿Quieres comer algo? — interrogo levantándome del sofá.
— ¿Solo tenéis bollería? — cuestiona con la sonrisa en el rostro. Abro el armario y miro lo demás que puede llegar a haber.
— Compramos comida solo para desayunar, las cenas las compramos en la tienda de abajo — comento aceptando que, aunque lo deseara (que no lo hago), no voy a hacer ni un solo plato.
— ¿Acaso ninguna de las dos sabe cocinar?
Me giro para observarlo detrás de mí. La puerta del armario sigue abierta y Chad se preocupa por que no me dé contra el pico de esta mientras me volteo. Pone una mano detrás de mí, en la puerta.
— Quemaría cualquier cosa que estuviera sobre esa cosa — señalo los fogones eléctricos —. Además, los plomos de la luz saltan cada dos por tres y siempre terminamos cansándonos.
— Eso suena a excusa — canturrea. Sus manos terminan, por arte de magia, sobre mi cadera. Me apartan del armario antes de que pueda reaccionar y me llevan al otro lugar de la cocina, en donde me apoya sobre la encimera y se cierne sobre mí.
El aire se queda atascado sobre mi garganta. El calor de su cuerpo se siente abrasador. Su aroma a coco se filtra por mis fosas nasales. El tacto de sus manos debajo de las mías me envía corrientes eléctricas. Tantas, que noto que mi sistema se ha sobrecargado.