23. Despierta

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Está oscuro. Hace frío. Tengo miedo. Zoro, creo que escuché a Zoro. No puede ser, él no está. Quema, mi piel quema, arde, duele. Mi bebé.

Quería gritar pero estaba rígida, mi cuerpo no respondía, las imágenes que percibía eran borrosas. No podía ser que haya visto una cabellera verde, quizá alucinaba. No sé qué me hizo esa extraña enfermera, pero su cara me era conocida. Cuando Nami había llegado a la habitación ya era tarde, gritaba para que la sacaran, pedía ayuda. Había sentido un pinchazo doloroso en mi vientre, no tuve tiempo para reaccionar, es todo lo que recuerdo. Luego fui perdiendo los sentidos gradualmente.

Un tumulto de voces, pero entre ellas, una voz especial, fuerzo a mi mente para mantenerme alerta. Estoy segura de que era él, pero eso no era posible, creí realmente que ya había perdido la razón. Quiero despertar, quiero saber qué pasa a mi alrededor. Mi mente está funcionando pero mi cuerpo no obedece mis órdenes. Estoy muy cansada.

No sé cuánto rato llevo así, no tengo noción de tiempo o espacio. No siento a mi bebé, por lo general se mueve mucho pero ya no.

Un aroma, percibo un aroma, es su aroma. El mismo de las sábanas en mi departamento, el mismo de su piel. Me repito por enésima vez, no es posible.

Ruido, percibo ruido. Se aclara de a poco y distingo palabras y frases sueltas.

- ¡Rápido! Dos miligramos de adrenalina y epinefrina... - Dice alguien.

- No hay latidos fetales... - Dice otro.

- Cesárea de emergencia... - Concluye una tercera voz.

- ¡No! Hay que darle tiempo... Recién le dimos una carga... -

- ¡Robin! - Esa es su voz, la distingo perfecto.

- ¡¡Salga de aquí!! - Habla una mujer y oigo murmullos, llantos y más ruido.

- ¿¡Dónde la llevan!? - Y ahí está su voz otra vez.

Siento movimientos que no me pertenecen. Me llevan a algún lugar a toda prisa, los pasos suenan apresurados. No puedo respirar, pero creo que alguien se da cuenta y me insertan un tubo por la boca. El oxígeno arde en mis pulmones. Todo se va diluyendo de a poco hasta llegar al silencio. Un sepulcral silencio, que solo es interrumpido por unos pitidos cortos y lejanos que marcan el ritmo de mi pulso. Creo que estoy muriendo.

Extrañamente siento paz, es como si estuviera fuera de mí pero consciente de todo. No hay túnel, no hay nadie esperándome, estoy completamente sola en las sombras. Pasa una cantidad de tiempo indeterminada, me entrego a lo que pueda pasar, tratando de callar mi mente para escuchar los estímulos que parecen difusos a mi alrededor. Duermo.

Despierto súbitamente al sentir su aroma nuevamente, pero mis ojos no se abren. Puedo sentir que me toma la mano, trato de moverla para que me sienta, pero no pasa nada. Lo oigo llorar, me desespera, tengo ganas de gritarle que estoy aquí, quiero verlo con todas mis fuerzas pero mi cuerpo no responde. Me rindo, quizá debo descansar, probaré más tarde, vuelvo a dormir.

Un dolor terrible me despierta, mi vientre se retuerce, es un dolor indescriptible. Oigo gritos y voces agitadas. En este estado es complicado diferenciar la realidad de la ficción pero su voz se alza sobre todas las otras.

- ¡¡No puede ser!! ¡¡Haga algo doctor!! ¡¡Sálvela!! ¡¡Sálvelos a ambos!! - Grita.

- Lo lamento pero debemos sacarlo... No ha resistido... Recibió el veneno directamente... Y está poniendo su vida en riesgo... - Le responden y luego escucho murmullos de palabras que no puedo descifrar.

¿Veneno? ¡Qué hacen! ¿¡Qué van a hacer!? Pienso mientras el dolor arrasa conmigo. Mi bebé no se mueve, es lo único que sé. Otra vez siento que me llevan a algún sitio. A través de mis párpados percibo una luz muy brillante y luego cae un profundo silencio. De ahí en adelante no recuerdo nada más hasta que me encuentro quieta de nuevo en un lugar oscuro. Su voz me saca de mi letargo pasado un tiempo.

Déjame AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora