Madrid.

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Cepeda

Abro los ojos lentamente, maldiciendo la poca luz que es capaz de atravesar los hoyuelos que se dibujan en la persiana y me revuelvo en el colchón tratando de esquivar este calor pegajoso de septiembre. No sé ni qué hora es pero el ruido que proviene de la calle me asegura que Madrid ya ha amanecido hace mucho.

Me da igual.

Mi respuesta es esconder mi cabeza debajo de la almohada y tratar de volver a caer en brazos de Morfeo.

Quizás así las preocupaciones desaparezcan.

Quizás así no tenga que seguir enfrentando una realidad que parece que se ríe de mí en mi cara.

Quizás así, soñando, mi sueño no se habría convertido en pesadilla.

Pero no.

El teléfono vibrando sin cesar sobre la mesilla de noche explota esa burbuja utópica y me devuelve a la realidad. Alargo un brazo para desenchufarlo del cargador y lo desbloqueo. Abrir un ojo es suficiente para ver en la pantalla las 8 llamadas perdidas y los más de 30 whatsapps sin contestar.

-¡Qué pesados!- mascullo antes de lanzar el móvil al otro lado de la cama.

Me levanto y necesito apoyar una mano en la pared para enderezar el ligero tambaleo que me sobreviene. El frío del suelo contrasta con la calidez de mi cuerpo resacoso y mis pies me guían solos hasta la cocina. Atravieso el pasillo y es un espejo traicionero el que me devuelve el peor reflejo:

Mi pelo revuelto, como si llevase varios días sin peinarme. Cierto.

La barba descuidada como si me la hubiese recortado mi peor enemigo. Yo mismo. Cierto.

Y unas ojeras que ya se confunden con el oscuro de mis ojos, como si de un ave nocturna se tratase. Cierto también.

-Igual que cuando nos despertaba "Another day of sun" en la Academia- pienso irónico.

La necesidad de cafeína en mi cuerpo es palpable cuando en lugar de meter la taza en el microondas la introduzco en la nevera. Pongo los ojos en blanco y rebusco por la cocina algún paquete de tabaco abandonado mientras espero a que, ahora sí, mi desayuno coja temperatura. Me dirijo a la terraza y enciendo un cigarro dejando que el humo me invada completamente los pulmones.

Cómo ha cambiado todo en dos años- es cuanto pienso mientras le doy otra calada al cilindro que se sostiene entre mis dedos.

Hace dos años no me conocía nadie, vivía en mis 25 m2 y subsistía captando socios por las calles, carpeta en mano, para una ONG. Al principio fue horrible, me moría de la vergüenza y más cuando la gente te ignoraba o te respondía de malas maneras; ¿Qué necesidad? -me repetía a mí mismo. Pero poco a poco fui perfeccionando la técnica y descubrí que llevándome la guitarra triunfaba. Con las señoras mayores, sí, pero triunfaba. Un atisbo de sonrisa aparece en mi cara al recordar como las más descaradas me decían: "Mi nieta es muy guapa y está soltera".

Pero todo cambió; aquella vida a mi espíritu soñador no le llenaba. De alguna u otra manera estaba convencido de que no era para mí, que mi destino estaría aguardando escondido entre partituras, acordes y melodías. Por eso, cuando vi el anuncio de Operación Triunfo no me lo pensé dos veces. ¿Por probar no pasaba nada, no?

Y pasó.

Aquella experiencia fue una de las mejores de mi vida. Vivir por y para la música, con compañeros que más tarde serían amigos, y al final, familia, me marcó. Pero allí también tuve que hacer frente a algunas de las situaciones más complejas que me ha tocado vivir. Sentía que el público me respaldaba pero que el jurado, semana tras semana, dijese que no estaba a la altura y que no merecía estar ahí fue minando mi escasa autoestima y convenciéndome de que me salvaban por pena; que aquello no era lo mío. Y esos pensamientos los corroboré cuando, tras la victoria de Miriam, Universal nos reunió para informarnos de que, como sospechaba, a los finalistas les aseguraban una larga carrera musical por delante, con discos producidos en LA y giras internacionales; pero que a los demás, no nos podían prometer nada. Eso sí, nos tuvieron sujetos por contrato durante muchos meses, explotando los coletazos del éxito del programa e impidiendo que nos buscáramos la vida tras el concurso. Juguetes rotos nos llamaban algunos. Incluso, nos obligaron a ir de visita a la Academia durante la siguiente edición; haciendo creer a esos que la ocupaban ahora que la experiencia había sido maravillosa para todos y que fuera sería aún mejor. Pobres ilusos- recuerdo que pensé mientras les mentía a la cara durante mi breve intervención.

Y así pasó el primer año, atado de pies y manos, viendo como algunos de mis compañeros triunfaban mientras que mis sueños se iban cada vez más a pique.

En cuanto me liberé del yugo de Universal empecé a subir a Youtube las pocas canciones que mi enfado permanente me había permitido componer en este tiempo. No fueron ningún éxito, el foco mediático se había desvanecido y parte de la gente que en el pasado me seguía fervientemente ahora había encontrado a otros de la nueva edición en los que volcar su pasión. Algunos quedaban, la minitropiña se hacían llamar, y eran los que de vez en cuando me distraían a través de la redes sociales, alejándome por unos instantes de mi rutina de roncola, sexo y frustración.

El sonido de la vibración del móvil, otra vez, escapándose a través de la ventana me saca de mis pensamientos. Cuatro colillas decoran el cenicero que preside solitario la mesa cuando decido levantarme. De camino a la habitación voy pensando en el repertorio de excusas que pondré para no tener que quedar con nadie. ¿Tan difícil es de entender que no me apetece fingir? Si la vida es una mierda, lo es. Punto.

Me siento en el borde de la cama y alcanzo el teléfono:

Dos llamadas de mi madre.

Ya la llamaré otro día -pienso- total, tan sólo hace un par de semanas desde la última vez que hablamos. Creo.

Una llamada de Claudia.

-Mierda- digo en voz alta. Ayer le volví a dar plantón después de ser yo el que le pidió vernos. Y ya van no sé cuántas veces en los últimos meses. Ya no tenemos ninguna relación; lo nuestro es simplemente sexo esporádico, sin sentimientos de por medio. -No me quedan de esos- pienso.

Ella era una de las representantes de Universal que nos acompañaban durante los eventos; su metro setenta, sus ojos grises y su melena rubia volverían loco a cualquiera pero a mí no me interesó en ese momento. Fue tiempo después, cuando vi que una tras otra, todas las puertas del mundo de la música se me cerraban, que decidí llamarla y quedar con ella. Mi objetivo estaba claro, necesitaba que alguien me ayudara a hacerme un hueco en una industria tan competitiva como esta y ella tenía muchos contactos. Por mi parte nunca fue a más, pero sus sentimientos hacia mí si evolucionaron y acabaron arrastrándonos a una relación que estaba muerta antes de empezar. Yo me dejé llevar hasta que su insistencia me empezó a asfixiar y acabé alejándola de mi vida.

Hace unos meses nos volvimos a encontrar en una fiesta y la atracción física, que seguía existiendo entre nosotros, derivó en esta rutina de encuentros sexuales aislados que tenemos ahora.

-Hoy no- escupo mientras arrastro el dedo por la pantalla para ver el resto de notificaciones.

Dos llamadas de Roi y otra de Miriam.

Supongo que será otra de sus fallidas intervenciones para tratar de sacarme de casa antes de que salga la luna, bajo un "venga, vamos a tomar unas cañas que hace buen día". Pero cuando veo que también hay dos llamadas de Armand, miexrepresentante de la discográfica, me temo lo peor.

Suspiro lo más profundo que mis pulmones intoxicados me permiten y me decido a llamar a Roi. De entre todas las opciones es el mal menor.

-Cepeda cabrón, ¿dónde te metes?- el tono áspero de la voz de mi amigo no consigue camuflar la risilla característica que siempre se le escapa. Roi sigue siendo Roi. –Llevamos intentando contactar contigo desde ayer- mi respuesta es un triste murmullo que hace que él continúe.-Hemos ido a una reunión con Armand esta mañana, tienen un nuevo proyecto en mente y tú estás incluido-.

-Paso, Roi- le interrumpo sin dejarle explicarse. –Estoy cansado de esto-.

-Me da igual, quedamos esta tarde y te lo cuento. Y cómo no aparezcas me planto en tu casa. Luego ya decidirás si quieres aceptar o no.- me suelta más serio de lo normal.- De acordo?- pregunta en gallego, gastando otro de sus ases bajo la manga.

-De acordo- respondo tratando de mostrar la mayor apatía- Nos vemos esta tarde donde siempre.

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora