Aitana
Las gotas de lluvia golpeaban contra la ventana, con ritmo marcado, evaporando mi sueño y obligándome a despertar. Parpadeé varias veces buscando enfocar mi mirada y orientarme un poco. Me picaban los ojos y mi visión estaba borrosa; síntomas inequívocos de que me había quedado dormida con las lentillas puestas.
Genial.
En cuanto conseguí despegar medianamente mis pestañas, la espalda que se dibujaba a milímetros de mi cara me hizo recordar la placentera causa de mi descuido.
Mi pelo alborotado surcaba la almohada, aunque a mi flequillo hacía tiempo que le había perdido la pista. La punta de mi nariz yacía escondida entre sus omóplatos; no era mal lugar para perderse, creo. Aún a estas horas su aroma seguía siendo inconfundible. Me envolvía de la misma manera que mis brazos enroscaban su cintura y sus dedos arropaban los míos.
Mi cuerpo desnudo se acoplaba al suyo, borrando la palabra distancia del diccionario, y dejando que la piel dictase las normas en un colchón donde un nudo de piernas remataba la estampa bajo aquellas sábanas blancas, burlando noviembre.
Tragué saliva y mi mente volvió de su letargo, intentando averiguar cómo debía actuar después de todo lo vivido. La exposición de mi cuerpo me resultaba incómoda, invocando a los viejos fantasmas que la ropa ocultaba, por lo que, con la mayor cautela del mundo, intenté retirar mi brazo de su contorno, despegándome, y conteniendo la respiración para provocar el menor ruido posible.
La luz del día se colaba entre las cortinas mostrando como el suelo había quedado salpicado de prendas de ropa; parecía un centro comercial el primer día de rebajas.
El crujir del colchón encendió mis alertas, cortándome el aire y dejándome expectante. No me atreví a girarme. Las últimas veces en que nuestras miradas se habían encontrado era la pasión la que tomaba las riendas, doblegando a la razón, obviando las circunstancias y prendiéndoles fuego pero, cuando esa llama se apagaba, los miedos florecían, las dudas clavaban puñales en la intención y el empeño podría quedarse en un mero insuficiente.
Tampoco sabía cuál sería su reacción, no nos conocíamos apenas y desconocía si esto habría sido un simple rollo de una noche, llevados por la rabia que canalizamos de una manera más heterodoxa de lo habitual.
Me sentía extremadamente vulnerable, despojada de mi coraza más allá del plano físico.
—Buenos días —musitó a media voz por detrás de mí, sin contacto, mientras yo seguía sentada en mi borde de la cama abrochando mi pantalón.
—Buenos días.
Mi respuesta salió seca por intentar disimular el nerviosismo que me provocaba esta situación tan incómoda. Él copió mi rutina, sentándose en la parte opuesta y recuperando sus prendas mientras yo iba descubriendo sus pasos gracias a los vistazos de reojo que conseguía a través del espejo que colgaba a los pies; siendo árbitro del partido en mitad del campo.
El silencio se volvía atronador, aumentando la sensación de agobio. Era como en esas películas de miedo en donde las paredes se van contrayendo, limitando el espacio, hasta hacer desaparecer la habitación.
Lo vi enfundarse de nuevo aquella camiseta y abrochar su cinturón mientras yo disimulaba atando unos cordones que ya llevaban minutos atados.
—Bueno, será mejor que me vaya —añadió neutro, sin matices, dando por terminado el tiempo muerto y sin concederme ninguna pista sobre lo que en ese momento pasaba por su mente.
Podría haber preguntado qué opinaba, cuál era su intención sobre todo esto; eso es lo que habría hecho cualquier persona madura con dedos de frente.
No yo.
A mí el miedo al rechazo me hacía ponerme siempre en lo peor, paralizándome hasta que tuviese la certeza absoluta de que en la piscina el agua desbordaba. El problema aparecía cuando a la otra persona también le daba miedo nadar.
—Sí, mejor.
Nada más salir las palabras de mi boca supe que el tono no era el que mi intención buscaba. Igual si hubiera sido natural y no hubiese tratado de esconder mi temor tras mis palabras, ese resquicio de soberbia no hubiese existido y no estaría rezando porque él no lo hubiese notado.
Su resoplido respondió corroborando mis temores. Maldita sea.
Dicen que si dos personas empuñan sendos escudos, será imposible que accedan al otro porque chocarán siempre. El riesgo está en levantar el tuyo, arriesgándote a perder, por el sueño de ganar.
—Tranquila que ya no te molesto más, no vaya a ser —dijo retándome a través del espejo, interceptando mi mal disimulada técnica de cotilleo.
Parece que su escudo seguía en su sitio.
—Pues eso, hasta luego —respondí con rabia, me había pinchado el orgullo y no quería quedar por debajo de él.
Yo tampoco cedería.
Me encaminé hacia el final de la cama, esperando que imitase mi acción y que terminase de una vez con esta batalla. Así lo hizo, pero en vez de dirigirse hacia la puerta se quedó frente a mí, con el espejo a nuestro lado vigilando la situación.
Dio un paso hacia delante, restando milímetros a la ya casi inexistente distancia entre nosotros y clavó su mirada en la mía.
—Esto no se va a volver a repetir... —afirmó con chulería mientras sus ojos esquivaban a los míos y se paseaban por mis labios. Aunque sus palabras fuesen tajantes su tono de voz denotaba que me estaba dando otra opción, abriendo la puerta a dejar el partido en tablas y que nuestras pieles reviviesen lo de ayer.
Pero no era suficiente agua y, además, yo aún llevaba manguitos amarillos sobre mis brazos.
—Por supuesto que no —rebatí acercándome más todavía, nuestras narices a punto de rozarse.
La pelota volvía a estar en su tejado. Yo no me atrevía, pero igual él sí.
—Jamás —espetó cambiando el rictus de su rostro y acabando con mis esperanzas. Game over.
—En tu vida.
Nos mantuvimos durante varios segundos sin pestañear, ninguno quería ser el primero en rendirse pero la realidad es que ya habíamos perdido ambos.
Fue él el que terminó con esta agonía, dándose media vuelta y desapareciendo de la habitación tras un sonoro portazo.
Mi soberbia se esfumó con él y las lágrimas bañaron mis ojos. No lloraba por él ni por un "nosotros" que parecía muerto; lloraba por volver a tropezar otra vez en la misma piedra, por ser cobarde y no luchar por lo que mis adentros anhelaban.
Estaba harta de mí, de vivir a medio gas y anclada al miedo.
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¡¡No me matéis, por favor!!
Esta escena es la que dio origen a la historia. Tenía esto en mente desde el principio y a partir de ahí fue saliendo todo lo demás.
Me ha costado escribirla porque quería hilar fino, ellos son complejos y tienen heridas que aún duelen. Nadie dijo que fuera fácil ni que los demonios se cogían vacaciones; la única manera de vencerlos será enfrentarse a ellos.
Nos leemos pronto (si no me habéis mandado a paseo ya jajajajjajajajjjaja)
¡Gracias!
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Jamás, en tu vida
FanfictionÉl, un concursante de Operación Triunfo venido a menos. Ella, una concursante de Operación Triunfo venida a más. El destino, o el dinero, decide juntarlos en el mismo tiempo y espacio. ¿Saldrá bien?