Astronautas

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Aitana

—Vale sí, lo que tú quieras... Adiós.

Me dejé caer en uno de los sofás del pasillo, suspirando y pasándome las manos por la cara. Estaba harta de esta mierda de día.

Nada más acabar el concierto, Gloria me avisó de que mi móvil no había parado de sonar durante todo el evento y lo comprobé en cuanto vi en el registro de llamadas que tenía más de diez de mis padres. Eso no podía significar nada bueno. Y como si tuviera poderes de videncia, había vuelto a acertar.

Mientras todos los demás estaban de fiesta unas plantas más abajo yo aguantaba sola en mi habitación la enésima bronca de este mes. Según ellos, estaba muy descentrada y no me estaba esforzando lo que debería para aprovechar la gran oportunidad que tenía delante.

En parte los entendía, habían sacrificado mucho por apoyarme en mi sueño musical y siempre me habían inculcado su empeño por el trabajo duro y el esfuerzo; pero a veces su exigencia se hacía demasiado para mí, haciéndome pequeña y sintiéndome a años luz de las expectativas que tenían sobre mí. Que me viesen, a través de Internet, en cada actuación que hacía, en un principio me había hecho ilusión pero ahora me quitaban el aire con cada reproche.

Los traspiés del último concierto y la, según ellos, falta de concentración en las grupales había sido suficiente para que, sumado a todo lo pasado con Mateo, volviesen a nombrar a Olga como mi asistente; relegando a Gloria a un segundo plano. A esa que había sido mi paño de lágrimas muchas noches en las que la ansiedad me comía.

Olga era mi prima y la quería, pero su visión sobre mí encajaba más con la de mis padres que con la mía propia. Y aunque siempre había estado atada de pies y manos, su presencia a mi lado apretaba todavía más los nudos.

Prisionera sólo en mi mente. Libre en el exterior.

Ninguno de ellos era consciente de la hiel que ya estaba tragando. Quizás si cambiasen un poco su forma de mirar podrían darse cuenta y entenderme pero yo no sería capaz de confesarlo; no sería tan ingrata.

Resignada bajé hacia el salón. Necesitaba bailar y desconectar un poco, como una persona normal. Pero se ve que ese día el universo se había confabulado en mi contra pues nada más llegar a dónde la música de los 2000 retumbaba, mi mirada no pudo evitar desviarse hacia el fondo, en dónde Cepeda y Miriam se abrazan como si no hubiera un mañana. Él le sujetaba la cara entre sus manos, a escasos centímetros de distancia, mientras las de ella le rodeaban la cintura.

¿Cómo podía haber sido tan idiota?

Rezando porque nadie me hubiese visto puse pies en polvorosa, de vuelta hacia el ascensor pero ahora con objetivo ascendente. El teléfono vibrando en mi bolsillo quería sumarse a la fiesta.

Olga me había revolucionado la agenda de la semana, llenándomela más si cabe y haciendo caso omiso a mi opinión. Como siempre.

Tan sumida estaba en mis pensamientos después de colgar que no me percaté de que alguien se acercaba hasta que su voz en la lejanía me hizo espabilar. Disparada, me levanté de aquel sofá y corrí hasta mi puerta, rebuscando la maldita tarjeta en mis bolsillos. Lo último que me apetecía era tener que verle la cara.

—Hola Aitana, no te vi abajo.

No quería hablar, solo necesitaba encontrar la maldita tarjeta y meterme en la habitación.

—Ey, hola... —dijo agitando su mano delante de mi cara, cómo si no lo hubiese escuchado ya...

—Buenas noches —respondí seca, sin quitar mi mirada del barniz que revestía el tablón de madera que formaba la puerta, sacando por fin la llave del bolsillo pequeño de mi cazadora. Ese con cremallera que me pareció la mejor opción para que mi cabeza despistada no la perdiera y que ahora odiaba con todas mis fuerzas.

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora