Una moneda al aire

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Luis

Me sudaban las manos y me temblaban hasta las orejas porque igual sí; igual por una vez las cosas salían bien y la suerte me venía de cara. Tantas fueron las cruces anteriores, que se habían convertido en las astillas que daban forma a la cruz que arrastraba cargada a mis espaldas. Eran el miedo, el no saber si valía para esto y la autoestima profesional buceando bajo cero. Era el recuerdo borroso de una ilusión desbordante y la huella nítida del bofetón posterior. Era la lucha perdida entre mi interior bohemio y el emporio reinante. Pero era mi ser. Mi esencia. Expresarme en pentagramas mejor que de palabra y que la clave de Sol marcase el ritmo de mi sístole y mi diástole; sin ella, sin la música, no tendría ritmo cardíaco. Ni vida.

Mataba el tiempo como buenamente podía, revisando las notificaciones del móvil cada tres segundos y analizando los escasos cuatro cuadros que colgaban de aquella pared grisácea. El primero, en grande, el logotipo de la discográfica, marcando territorio. A mi izquierda, un mapa que desgranaba las diferentes sedes alrededor del mundo; no vaya a ser que no supiera dónde estaba, y a mi derecha... a mi derecha se me saltaron las lágrimas de la risa—aunque igual eran los nervios—. Sobre el sofá destacaban dos fotografías de alguno de los mandamases posando con Raphael e Isabel Pantoja. Si mi suerte no cambiaba, por lo menos se estaba volviendo más graciosa —pensé al recordar aquel examen de Cambridge que, al quedarme en blanco, redacté sobre ellos. Sin tener ni idea. Con un par.

"Mucha suerte, seguro que les van a encantar "

Su nombre sobre el mensaje. Se había acordado e instintivamente un sonrisa se plasmó en mi rostro. Quizás mi fortuna si estuviese cambiando de alguna manera, al fin y al cabo.

—¿Luis Cepeda? Ya puedes pasar, te están esperando —me apremió un hombre trajeado que cargaba una montaña de papeles sobre su brazo. Supuse sería el secretario.

La puerta se abrió ante mí, ya no había marcha atrás. Armand se adelantó a saludarme y me presentó a una mujer que, si no entendí mal, era una de las jefas de contenidos de la empresa. La suerte, nunca mejor dicho, estaba echada. Me habían pedido que les enviase lo que había estado componiendo y me habían citado aquí. Eso era todo lo que sabía.

Su voz gruesa se expandió por toda la sala y, después de un largo rodeo, llegó al quid de la cuestión:

—Verás, Luis, hemos escuchado tu trabajo y estamos algo confundidos. No era lo que esperábamos y digamos que nuestras expectativas han fallado contigo. No es tu culpa, si no nuestra porque igual no nos hemos sabido explicar de la manera correcta. Entendemos que el trabajo de componer no es mecánico ni automático pero visto lo que nos has enviado, sólo una canción y varias estrofas sueltas, nos parece insuficiente. Porque nos ha gustado mucho.

Mi cara, que hasta ese momento sólo reflejaba un "lo sabía" que echaba sal en viejas heridas, mutó en una sonrisa real; de esas que muestran más luz en los ojos que en la boca.

—Creemos que tienes potencial como compositor pero no dejas de ser un novel, por eso nos gustaría presentarte a alguien que también es productor para que trabajéis juntos y saquéis alguna cosa más.

Hice el ademán de protestar pero ella continuó con su discurso, tratando de explicarse.

—No me malinterpretes. No queremos cambiarte ni dirigir tus canciones, pero consideramos que trabajar con él puede ayudarte a conseguir ese punto profesional que aún te falta. Aunque eso sí, es crucial que encontréis una conexión que os haga trabajar en la misma dirección, porque si no, sabemos por experiencia que las cosas no salen bien. Queremos que pruebes, simplemente, y si no te gusta su forma de componer, podemos buscar otra opción. ¿Te parece?

Intenté tomarme un momento para reflexionar. No quería precipitarme y tenía miedo de volver a caer, atado de pies y manos, en sus garras. Los errores pasados me pedían que estuviera alerta y propuse varias condiciones para asegurarme de que yo seguía teniendo el control de mi "carrera" o lo que fuera esto.

Ellos aceptaron y mi ilusión asintió por mí, pues las ganas podían más que el temor.

—Perfecto —dijo pulsando el interfono —. Joaquín, por favor, búscame el teléfono de Ramón Melendi.



Aitana

Dicen que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana y me preguntaba si pasaría lo mismo con las heridas. Ojalá que no. Pero tampoco estaba por la labor de comprobarlo así que, después de la catarsis con mis padres, me acerqué a casa de Marta para estar juntas cuando fueran las 00:00. Así estaría, de alguna manera, con ella en su cumpleaños y no me sentiría tan mal por perderme la fiesta al día siguiente. No tenía fuerzas ni ganas para encontrarme con Carlos y su arrogancia, ni tampoco los argumentos para defenderme; pero era obvio que iba a estar allí porque eran amigos desde preescolar, y no quería estropearle su día ni obligarle a hacer de árbitro en su propia celebración.

Además, mi agenda hablaba por mí y me tenía preparada la primera entrega de mi sección en aquella maldita revista. Sería como el calendario de adviento, ahora que se acercaban las navidades, pero solo que en lugar de chocolate yo tendría ración doble de hiel esperándome en aquellas oficinas, semana tras semana.

¿La brillante primera idea? Ponerme a leer comentarios de haters delante de una cámara... Jo, nunca se me habría ocurrido nada tan divertido —rosmé en voz baja, con rabia. El "pop" que hizo aquel frasco al abrirlo fue el pistoletazo de salida para los cuchillos, uno tras otro. Que si diva, que si fría y superficial, que si no conocía el flow... y yo mientras leyéndolos con la sonrisa más falsa de la historia.

Siendo honesta, me estaba rompiendo por dentro, lo poco que aún quedase en pie, pero había llegado un momento en que eso ya me daba igual porque puede que internamente yo ya me hubiese sacado la careta. Quizás lo mejor fuese dejar todo caer; total, dudaba que el futuro fuese mucho peor que el presente. Era una idea que llevaba tiempo rondándome en la cabeza. Si por mí misma no podía cambiar la situación, igual el tsunami no era tan mala opción; aunque me arriesgase a que todo quedase destrozado a su paso. Pero no sólo me afectaría a mí. Y eso es lo que más me hacía dudar.

Pero, en un ámbito completamente diferente, sí que parecía que algo hubiese arrasado conmigo. Excepto que esta vez, para bien. La negrura y orfandad en la que se encontraba mi corazón creo que ahora ya no era tal, pues tenía un nuevo inquilino que había abierto puertas y ventanas para dejar entrar la luz. Y quién dice luz, dice risa, azúcar, purpurina y unicornios.

Estaba contenta.

Vivía pegada al móvil, respondiendo con vaciles a sus cursis mensajes que acababan derivando en un pique sin fin hasta que alguno de los dos, normalmente él, se dejaba ganar; aunque con promesa de revancha. A veces la distancia no era tan mala si me permitía escapar de sus cosquillas.Cuando el teclado se nos quedó frío e insuficiente, su voz empezó a acompañarme; de día, de noche o fuese el momento que fuese. Había cuestiones vetadas sin necesidad de ponerles palabras. Normalmente, los temas más banales y random se entremezclaban con los más filosóficos, sin más límite que el silencio opuesto; algo que era solventado con un cambio de timón; todo a babor. Sin forzar. Sin prisa. Respetando las heridas ajenas y las propias, pero conociendo nuevas aristas del que estaba al otro lado del auricular. 

Dejándonos con ganas de más.

Nada más salir de aquel infierno disfrazado de información, miré mi móvil. Ahí seguía, en el mismo bucle en que llevábamos horas metidos. Se había picado porque haciendo un test de internet el sombrero seleccionador lo había mandado a Slytherin y no a Gryffindor, como quería y a dónde también me habían asignado a mí; aunque me replicase que injustamente. A veces me preguntaba si nuestras edades eran las correctas o si eran a la inversa; pero la sonrisa que se me dibujaba al hablar con él, aún tras un mal trago como el de hoy, borraba las dudas. Me daba igual.

"Mañana nos vemos"

"Por fin"

😎

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora