21 guns

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Cepeda

Madrid me gustaba, siempre lo había dicho. Me podría definir claramente como individuo de ciudad pues amaba las luces, la gente, incluso el bullicio que de vez en cuando me despertaba cuando extendía mis madrugadas más de la cuenta y mis mañanas se tornaban en mediodías; pero había algo dentro de mí que a veces salía a flote y me obligaba a huir hacia lugares en donde el verde predominase sobre el gris, el oxígeno sobre el CO2, y la calma sobre las prisas. Quizás fuera la morriña de una infancia vivida al libre albedrío en una casa perdida donde el mínimo rastro de civilización se encontraba a decenas de kilómetros de distancia, o quizás fuesen los restos de salitre impregnados entre mi adn tras los muchos veranos que pasé con mi piel sumergida en las frías aguas de las Rías Baixas, no lo sé, pero cuando esa necesidad se hacía patente mi única opción para enfrentarme a mis demonios era coger el coche y escapar.

Y en eso estaba ahora, con canciones aleatorias amenizando desde la radio un viaje que había trascurrido en el más absoluto silencio desde que Roi se empeñase en seguirme al terminar mi ensayo. Había sido un momento cuanto menos extraño; como si me hubieran metido en una lavadora y le hubiesen encargado centrifugar con mis emociones. Mi cuerpo había pasado del pánico más absoluto cuando escuché como la madera crujía bajo mis pies al volver a enfrentarme solo a las tablas de un escenario, a la ira más profunda al rasgar de nuevo las cuerdas de una guitarra y recordar todas y cada una de las veces que las puertas se me habían cerrado; e incluso, un poso de tristeza me inundó al entonar las primeras estrofas de "Esta vez". La voz me temblaba y las manos me sudaban hasta el punto de hacer que mis dedos patinasen al cambiar de acorde haciendo que en mi mente fuera recurrente la idea de mandar todo a paseo y salir corriendo de allí. Pero fue la imagen de Roi, sentado en el suelo frente a mí, con las piernas cruzadas y uno de sus codos apoyado sobre ellas sosteniendo su cara con los ojos cerrados y los labios apretados en una sonrisa, la que hizo que siguiese, que enfrentase mis miedos y fuera capaz de completar, por fin, la canción entera después del quinto intento.

La había repetido un par de veces más, con mis ojos sufriendo un incremento en sus niveles habituales de acuosidad y el vello de mi piel recuperando una postura que parecía haber olvidado. Incluso al pronunciar las últimas palabras, mi rostro se había transformado en una mueca que se sentía extraña, ¿una sonrisa?, lo dudo pero mis pómulos llegaron incluso a temblar ligeramente debido a la falta de costumbre.



La melodía de "21 guns" de Green Day resonaba ahora por el vehículo haciendo que mi amigo despegase su sien de la ventana y mirase de reojo hacia mí. Yo había hecho lo mismo ojeando hacia mi derecha pero sin llegar a cruzar nuestras miradas. Las primeras frases se pierden solitarias y mis dedos, valientes, comienzan a marcar el ritmo sobre el volante.

Does the pain weigh out the pride?

And you look for a place to hide?

La voz tímida y casi inaudible de quien va sentado a mi lado me incita a seguirle pero dudo.

Did someone break your heart inside?

You're in ruins

No lo puedo evitar y con la llegada del estribillo me uno a él para cantar juntos esa canción que compartimos en muchas madrugadas dónde nuestra única compañía eran las guitarras y unos botellines de cerveza. Estrella Galicia. Siempre.

One, 21 guns

Lay down your arms

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora