Respirar

2.3K 83 52
                                    

Aitana

Había llegado. 

El día D y la hora H. 

Sentada en aquel oscuro sofá, respiraba hondo intentando calmarme pero mi involuntario zapateado contra el suelo denotaba su ineficacia. Otra vez ese desasosiego y ese silencio interior, atronador. A mi alrededor, todo lo contrario. Mi casa se había convertido en una fiesta en dónde los gritos y las sonrisas marcaban el paso; pero, por mucho ruido que me envolviese, yo sólo percibía el tic-tac del viejo reloj de pared que colgaba a mi espalda. Cada segundo, más agobio cercándome la tráquea. Cada sonrisa que me veía obligada a devolver, más presión. Y cada cumplido adelantado, disparos contra mi enclenque intención.

Las campanas sonaron, doce golpes como doce puñetazos, mientras mi madre pedía silencio en la habitación a la vez que mi padre buscaba el mando de la televisión para conectarla a Internet. No entendía la necesidad de montar todo esto para ver un videoclip cuando cada uno lo podía ver perfectamente desde su casa. Es más, muchos ya lo habían visto pues hacía un par de días que me habían enviado el resultado final y yo lo había compartido por el grupo familiar. Si me hubieran preguntado sabrían que este despliegue no era lo que yo quería.

La música empezó a sonar y las decenas de personas que poblaban mi salón se agolparon frente a la pantalla. Algunos en los sofás, otros en el suelo y, los menos hábiles, se quedaron de pie. No tardaron en aparecer los primeros comentarios sobre la canción, el vestuario, la localización... dividiendo al público presente entre los que opinaban sin cesar y los que pedían silencio para poder seguir escuchándolo. Todos menos uno. Una. Yo.

Yo me mantenía estática en aquella mullida butaca. Me había descalzado y había subido mis piernas al asiento, abrazándome a mis rodillas y escondiendo parte de mi rostro tras ellas. "Gira la botella" ya era una realidad, ya había salido a la luz. El confeti de colores volaba de un lado al otro, decorando la alfombra, mientras los aplausos retumbaban en mis oídos. Pasó un rato largo hasta que alguno de los presentes se percató de que yo seguía allí y la ronda de selfies y fotos de rigor se hizo obligatoria.

Me comporté como buenamente pude, repitiéndome a mí misma que debía estar agradecida por tener un entorno que me apoyase tanto y por estar viviendo el sueño que muchos anhelaban; pero el límite llegó. En cuanto se hizo un corrillo a mi alrededor, con tantas miradas expectantes porque hablase, exploté. Eché a correr escaleras arriba, sin dar explicación alguna y sin mirar atrás, con las lágrimas surcando sin piedad mis mejillas. Cerré la puerta de mi habitación de golpe y me dejé caer tras ella, oponiendo resistencia cuando mi madre intentó abrir.

—Estoy bien, ha sido la emoción. Sólo necesito un momento para arreglarme —pedí forzando mi voz para que sonase convincente. Ella aceptó en silencio y volvió con el resto.

Ni fue la emoción ni tampoco necesitaba sólo un momento, por lo que opté por ponerme el pijama y  esconderme bajo las sábanas. Esa noche el llanto ahogado fue mi único compañero hasta que mis ojos se cerraron, presos del agotamiento, después de haber estado un buen rato ahondando yo misma en la herida y leyendo reacciones en las redes.


[*]


La mañana no había comenzado mejor pero, por suerte, tener una agenda tan apretada y no tener ni tiempo para respirar me había permitido esquivar a mis padres y, sobre todo, esquivarme a mi misma. Llevaba desde las nueve de la mañana dando entrevistas, recorriendo varias estaciones de radio y haciendo algún que otro reportaje fotográfico. Bendito maquillaje que me permitía disimular mi aparente parentesco con ciertos miembros de The Walking Dead.

Sabía lo que debía responder pues para eso me habían instruido durante días y además Olga vigilaba siempre, colocada varios pasos por detrás de los entrevistadores, para darme pie en caso de que me quedara en blanco. No me sorprendieron determinadas preguntas trampa ni las alusiones a Mateo, eran previsibles pues siempre pasaba lo mismo. Pero sí me llamaron la atención algunas cuestiones sobre la gira de OT y mi supuesto distanciamiento con mis compañeros; sin base probatoria alguna, por supuesto. Si querían llamarlo distanciamiento por no poder verlos más allá de los conciertos porque durante la semana no tenía ni medio día libre, entonces sí, estaba muy distanciada; aunque fuese la primera a la que esa situación le doliese.

Desde que salí de la Academia ya había perdido la cuenta de la cantidad de eventos con ellos que me había perdido. Que si conciertos de grupos que nos gustaban, que si alguna fiesta de cumpleaños o, simplemente, salir a cenar. Mi rutina iba a un ritmo en el que el ocio no estaba contemplado y la aceleración era tal que ni siquiera había tenido tiempo de acordarme de lo que pasó en Valencia una semana atrás. Llevaba inmersa desde aquella en jornadas interminables de promoción en las que lo máximo en lo que podía decidir era si prefería comer pasta o pescado. Pero por las noches, al acostarme, sí que cierto dolor se apoderaba de mí al dibujarse en mi mente imágenes de aquella noche y, sobre todo, de aquella mañana. Aunque el agotamiento venía en mi ayuda y me llevaba en brazos de Morfeo sólo segundos después de que mi cabeza rozase la almohada, dándome una tregua.

La pregunta más sencilla y a la vez más inesperada rompió mis esquemas, sacándome de mi ensoñación.

—¿Eres feliz?

Dos palabras. Dos simples palabras sirvieron para borrar esa sonrisa que, por rutina, llevaba grapada en la cara. La inercia me llevaba a responder lo mismo de siempre pero, esta vez, mis músculos no respondían. Al fondo veía a Olga dejándose las cervicales de tanto asentir pero no, no era capaz de decirlo, y la mirada expectante de la entrevistadora, micrófono en mano, cortaba segundos a mi margen de respuesta. De repente, todo lo ocurrido en estos meses de locura pasó sin piedad por mi mente, arrollándome, y dejando al pollito sin su última pluma. Aunque el peso que cargaba sobre mis hombros pesaba toneladas, me sorprendí a mí misma al ser capaz de ponerme en pie. 

La Estatua de la Libertad se reflejaba en mi subconsciente.

—No.

Dos letras. Dos simples letras antes de echar a correr, de nuevo. Era conocedora de la locura que acababa de hacer y sabía que las consecuencias que me esperaban dolerían más todavía pero, por primera vez, me dio igual. Seguramente acabaría rectificando un par de horas después pero, para mí  misma, había dado un paso enorme.

No. No era feliz. Ni ahora ni antes. Y aunque me sintiese una ingrata, el simple hecho de pronunciarlo en voz alta llenó de aire mis pulmones de una forma que no recordaba. 

¿Así se sentía al respirar?

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora