Perdón

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Aitana

La respiración se me hacía cada vez más pesada y las puntas de mis pies ya reclamaban mi atención después de la enésima repetición de la coreografía de Instruction frente al espejo que decoraba una de las paredes de aquel búnker de hormigón.

Paré la única canción que repetía en bucle mi teléfono y suspiré profundo. Por más que la repitiese, la transición entre los pasos siete y ocho del estribillo se seguía viendo torpe.

Brazo izquierdo hacia abajo dibujando un semicírculo en el aire.

Quieta.

Cadera derecha, cadera izquierda.

Quieta.

Y paso decidido al frente.

La teoría la tenía clara pero la práctica hacía un par de horas que me tenía atascada en aquella remota habitación del Palacio de los deportes. Antes de que me diese tiempo a pulsar nuevamente el play, la voz de Amaia gritando mi nombre por el pasillo junto al sonido de varios portazos me sobresalta.

La puerta se abre, chirriando con ella las bisagras, y su cabello ondulado hace acto de presencia, rompiendo con la linealidad de esa lúgubre sala.

—Aiti, ¿qué haces aquí?, llevamos media hora buscándote.

Observo la hora que se dibuja en la pantalla de mi móvil y confirmo que tiene razón, había perdido la noción del tiempo ensimismada entre aquellos malditos pasos de baile.

—Nada, repasar la coreo que no me termina de salir —respondo encogiéndome de hombros.

—No digas tonterías, que te he visto en el ensayo y lo haces perfecto —rebate con seguridad mientras recoge mis cosas que se encontraban esparcidas por la estancia—. Venga, que nos vamos de fiesta —añadió agarrándome del brazo y dirigiéndonos hacia la salida.

No tardé en sacar a pasear mi extenso repertorio de excusas con la esperanza de poder volver al hotel y meterme en la cama, pero ninguna parecía hacer mella en su determinación. Excusas que se acrecentaron cuando hizo referencia al pequeñísimo detalle de que a la fiesta también irían los de la edición anterior.

No quieres caldo, pues toma dos tazas.

Decidí dejar de patalear pues sabía que cuando algo se le metía a mi amiga entre ceja y ceja, era imposible hacerla cambiar de opinión. Lo que sí conseguí fue que cediera a pasar primero por el hotel para poder quitarme la ropa con la que me había pasado toda la tarde ensayando.

Un par de horas después que los demás aparecimos en Kapital. Nuestras indumentarias no eran las más habituales para el lugar pero tampoco nos importaba; unos vaqueros y un top sencillo nos parecieron mejor opción. El mío blanco, el suyo negro y, aunque no nos habíamos puesto de acuerdo, el destino parecía que obraba por nosotras.

Raoul nos divisó en seguida y vino corriendo para llevarnos a la zona del reservado en donde un pequeño grupo de gente formaba un corrillo. Por suerte sólo había dos que para mí eran desconocidos y uno de ellos era el chico del que mi amigo llevaba días hablándome sin parar, así que algo de él sí que sabía aunque me tocase disimular.

La otra era Ana Guerra y no me apetecía en absoluto hablar con ella. Desde casi la primera semana en la Academia me la ponían como referencia, indicándome que debía ser como ella y seguir su estela; y aunque no la conocía, el escuchar su nombre semana sí y semana también se había convertido en una losa que detonaba rechazo ante todo lo relacionado con ella. Así que en cuanto el espacio que separaba a Raoul y Agoney se podía medir con la palma de una mano, decidimos que allí sobrábamos y el corrillo se disipó en varias direcciones.

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora