Jornada de reflexión

2.3K 92 26
                                    


Cepeda

Gota tras gota, el agua de la ducha se deslizaba por mi cuerpo, destensando cada uno de mis músculos. El vapor inundaba todo el cuarto de baño formando una nube densa que me hacía pesado respirar, pero lo agradecía; esa sauna improvisada me sirvió como impass para bajar por un momento las revoluciones a las que latía mi pecho y permitirme digerir todo lo que había pasado en los últimos días y, sobre todo, en las últimas horas; tratando de mantener los pies en el suelo y que la nube que rondaba mi cabeza fuera sólo de agua evaporada.

Mis manos se apoyaron en la pared, fría y resbaladiza, que servía como punto de anclaje a la realidad, minimizando la adrenalina, mientras Secondhand Serenade retumbaba en mis oídos desde el altavoz que había dejado en el lavabo.

Si hace tan solo tres meses me hubieran dicho que volvería a vivir esa sensación de tener el corazón en la garganta al escuchar mi dolor y mi sentir en la voz de otras personas, los habría mandado a paseo. Muerto en vida, así me sentía antes de que todo esto hubiera pasado; antes de que mi vida diera un giro de 180 grados, devolviéndome al punto que un día me hizo tocar las estrellas con las yemas de los dedos y al que pensaba sería imposible regresar.

—... ya lo dijo nadie, soy imperdonable... —canturreo en voz alta, sin ser consciente de lo que eso significaba.

Llevaba meses sintiéndome tan vacío que nada tenía que expresar. Los folios con tachones y los cuadernos esparcidos por mi habitación habían pasado a decorar la papelera y alguna estantería; la guitarra, que en tiempos pasados parecía casi una prolongación de mi ser, ahora llevaba mucho tiempo criando polvo debajo de mi cama; y las notas de voz que antes copaban la memoria de mi teléfono, ahora habían sido sustituidas por juegos absurdos a los que ni prestaba atención.

—... y dile al tiempo que nos conocimos, por si acaso vuelves...

De cuajo, cierro rápidamente el grifo y estiro el brazo para alcanzar la toalla que colgaba tras la mampara, anudándomela a la cintura y saliendo disparado, con algún que otro resbalón, en busca del móvil. Paso pantallas hasta encontrar ese icono rojo que había sido relegado a un lugar insignificante en mi móvil y, sobre todo, en mi vida.

Simplemente eran frases sueltas con un intento de melodía que las ligaba entre ellas, pero no sólo significaban eso. Grabar aquellas palabras era desenterrar la parte de mí de la que más orgulloso estaba y la que había escondido bajo mil cerrojos cuando la adversidad hizo acto de presencia.

Para mí, lo mejor de la música no era llenar estadios ni ser reconocido a cada paso que dabas, sino poder volcar alegrías y satisfacciones, miedos y derrotas, de forma que quien lo escuchase hiciese suyas tus vivencias.

Los minutos de reflexión en esa ducha me habían hecho darme cuenta de muchas cosas. La primera, que la música era mi pasión y que había cometido un grave error por reducirla únicamente a la industria, dejando de lado la esencia y la pureza que tanto defendía de puertas hacia fuera.

 Valiente hipócrita.

La segunda, que no había sabido agradecer a mis amigos por seguir a mi lado durante todo ese tiempo en que mis repuestas ante su preocupación eran la indiferencia o ataques crueles que ni por asomo merecían. A ellos les debía el haber sobrevivido este tiempo; se la jugaron por mí y no sólo en el ámbito personal.

Y la tercera, que si algo había aprendido en estos años en los que mi vida había sido una montaña rusa existencial, era que las emociones había que saber digerirlas para evitar que ellas te comiesen a ti; y más, si venías de un periodo de hibernación personal como el mío.

Pero para montaña rusa mi relación con Aitana; la cual ni yo mismo entendía. Hace tan sólo unas semanas nos estábamos tirando los trastos a la cabeza por cualquier absurdo motivo y ahora... ahora creo que estaba más perdido que antes.

Desde un primer momento me había llamado la atención físicamente aunque me esforzase por convencerme de lo contrario; quitando el día de las gafas de Sol que de aquella me hirvió la sangre y ahora, con una perspectiva algo diferente, me producía risa.

Quizás fuese esa atracción, que no sospechaba bidireccional, la que hacía que nuestra relación fuese tan visceral. En menos de veinticuatro horas había pasado de pensar que me odiaba a comernos la boca en un túnel al que me había arrastrado de repente después de mi actuación. Su determinación me había sorprendido pero, sin duda, prefería este nuevo trato entre nosotros al anterior.

Eso sí, nunca tanto había odiado a Ana Guerra como en ese momento en el que nos interrumpió avisándonos de que comenzaba la grupal; aunque pensándolo fríamente, evitó que alguien más nos descubriera y tuviéramos que dar explicaciones de algo que ni habíamos hablado ni sabía si hablaríamos. Como contrapartida, me sometió a un extenso interrogatorio durante el trayecto de vuelta a casa que nada tenía que envidiar al FBI.

Aquella actuación había acabado, con uno en cada punta del escenario y separados entre medias por el resto de compañeros, aunque eso no fue motivo para impedir algún que otro intercambio de miradas furtivas que zigzagueaban entre la sonrisa y la vergüenza. Después de ahí, lo habitual en estos casos: gente corriendo por los pasillos con el un único objetivo de salir de allí lo antes posible para evitar aglomeraciones.

Nada más bajar las escaleras le perdí la pista cuando la señora que siempre iba con ella se le acercó y, rodeándola con un brazo, se la llevó con prisa hacia el camerino de los de su edición. Sus ojos se encontraron fugazmente con los míos a la vez que mostraba cierta desazón en su rostro. Lo último que escuché, cuando ya se perdía por la oscuridad de aquel pasadizo, fue su voz en un tono forzadamente más alto de lo habitual diciendo:

—... es verdad, no me acordaba que teníamos que irnos toda la semana a París...

Le había dado muchas vueltas a la idea de pedir su número de teléfono o de seguirla en alguna red social. Es más, su perfil ya me lo sabía de memoria de tantas veces que lo había stalkeado; pero las dudas sobre si se habría arrepentido o si simplemente era algo que puntualmente pasó y que quería olvidar me echaban para atrás.

Opté por la solución intermedia y acabé dándole "me gusta" a la última publicación que había subido. Una foto grupal del final del concierto dónde su cuello rotaba en dirección contraria a los demás, hacia mí, y donde el pie rezaba algo así como:

"¡¡Gracias Madrid!! Ha sido una noche increíble que espero se vuelva a repetir pronto. Nos vemos la semana que viene en Valencia..."



***********************************************************************************

Pues a Valencia nos vamos ajajajajajaja

 Gracias por seguir ahí y por vuestras reacciones al último capítulo que me han hecho mucha gracia. Pensaba que había sido mucho más obvia dejando caer las cosas pero me encanta haberos sorprendido.

Nos leemos pronto.

¡Gracias!

Jamás, en tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora