Cepeda
Apago el motor y clavo la vista al frente. El Palacio de los deportes de Madrid se erige ante mí, alterando el ya de por sí frenético ritmo de mis pulsaciones y sumándole profundidad a mi tóxica respiración. Hacía algo más de un año que lo había pisado por primera y última vez con mis compañeros de edición, celebrando lo que era un sueño cumplido y anhelando los que vendrían en el futuro. Muchos no fuimos conscientes en ese momento de que al apagarse las luces del estadio, también se estaba firmando el acta de defunción de nuestras ilusas esperanzas, relegándonos al olvido como los cachorros que, por desgracia, son abandonados a su suerte en verano, cuando la novedad ya es otra y el interés desaparece.
Los fríos pasillos no han cambiado en absoluto. Un largo laberinto de túneles se entremezcla bajo tierra; algunos llevan al escenario, otros a la salida de emergencia y algunos, incluso, no tienen ni salida. Fehaciente metáfora del mundo del espectáculo- pienso mientras empujo con fuerza la puerta que da paso a la zona de camerinos.
A mi izquierda, una gran sala presidida por un cartel que reza "OT2018"; a mi derecha, su estancia siamesa en la que la única diferencia radica el número que se dibuja en las siglas de ese programa que nos une.
Las sonrisas y abrazos de mis amigos me reciben exultantes, a excepción de los que pertenecen a la mujer rubia de pelo rizado que me observa impasible desde su sillón. Miriam.
La conozco lo suficiente como para saber que, sea cual sea el problema que tengamos entre nosotros, jamás involucraría a los demás ni les haría "tomar partido". Ya nos había pasado en la Academia cuando un cúmulo de situaciones, llamémoslo así, derivó en un ligero distanciamiento entre nosotros; nuestros compañeros nunca se enteraron y, por lo que pude saber después, la audiencia tampoco.
Pero también sabía otra cosa y era que ambos teníamos nuestros tiempos. No debíamos forzar nada; cuando fuera el momento de recuperarnos lo sabríamos. Ambos.
[*]
En menos de media hora estábamos, por fin, subidos al escenario listos para arrancar. Decir que la grupal fue un cuadro sería ofender al digno arte de la pintura pero aquello fue un despropósito con todas las letras; parecía un patio de colegio en donde los de A y los de B se observan desde las trincheras que marcan las porterías de fútbol, midiendo sus fuerzas y organizando sus equipos para luchar la batalla en la que coronarse como reyes del recreo.
Pero era obvio que ese sería el resultado puesto que nunca la habíamos ensayado juntos, siempre lo habíamos hecho por bandos.
Las actuaciones fueron pasando según el orden marcado en la escaleta, hasta que llegó el turno de ella y, como yo era el siguiente en salir, pude ver su pase desde el lateral del escenario. La canción no me gustaba y ella no parecía del todo cómoda a tenor de la seriedad que reflejaba su rostro; pero había algo que me obligaba a no despegar la vista de su cuerpo menudo, algo que te hipnotizaba y hacía que el entorno se difuminara hasta perderse fuera del campo de visión. Era la primera vez que la veía actuar en solitario y me recordaba a la versión de estrellita que sacó a pasear en aquella reunión en Universal y también en los primeros contactos que tuvimos, pero ahora de una manera diferente. Ahora era capaz de ver algo más bajo todo aquel acting que representaba sobre las tablas.
La música cesó, y los focos cambiaron su tonalidad indicando el cambio de registro que se iba a producir. Micro en mano, me adentré hasta la posición que teníamos marcada en el centro a la espera de que apareciese después de terminar de cuadrar los últimos ajustes con los técnicos de sonido. En algo tenía razón Roi, era mona; aunque a mí me siguiese pareciendo un poco niñata. Su flequillo seguía intacto a pesar del meneo que se había metido con Instruction y había ganado unos cuantos centímetros al enfundarse aquellos botines negros que, sólo con mirarlos, me trasmitían dolor.
Se aproximó hacia mí con una tibia sonrisa iluminando su rostro. No parecía la misma de hace unos minutos, por lo menos su rictus era bastante diferente; cosas de la interpretación, supongo. Inconscientemente mi cara se tornó espejo de la suya, salvando las distancias que en la vida podría osar comparar, y mis comisuras rotaron en el sentido opuesto al que en ellas era habitual, recuperando rutinas olvidadas.
Los acordes pasaban, las frases se evaporaban con el pasar de los compases y la canción se nos escapaba entre los dedos al igual que los milímetros que nuestros pies inquietos restaban a la distancia que nos separaba. Ya no la vivía contando los segundos que faltaban para que acabase.
Creo que esa canción que tanto maldije cuando me enteré del reparto de temas ya no me desagradaba tanto.
Un "vale, dentro guitarra" nos despierta de la pausa en la que nos hemos quedado, aún cuando la música ya era más cómplice del silencio que del ruido.
Ella se giró en dirección a la salida pero antes de comenzar a andar, buscó mis ojos nuevamente y susurró un leve "suerte" que erizó mi piel.
Era el momento con el que siempre había soñado. Una canción mía, en la que volcaba mi alma desnuda, retumbaba por todo el estadio. "Esta vez" rasgaba las cuerdas de la guitarra sin arañarme las heridas, ahora sentía que quitaba capas de piel muerta con la esperanza de que lo que un día tanto luché por esconder, no se hubiera ido del todo.
Las venas de mi cuello recuperaban diámetros perdidos y la afinación bailaba entre lo correcto y el dolor. Pero me daba igual. Estaba dejando de martirizar a mi cabeza con la razón por la que estaba aquí, permitiéndome retomar aquello que un día me apasionó, disfrutándolo.
Había decidido aprovechar la oportunidad de volver a contar cantando, quitándome una de las nubes negras que se arremolinaban sobre mí y perdonándome a mí mismo por haberme fallado.
Unos expectantes Roi y Ago me esperaban sonrientes entre la oscuridad del final del pasillo. Algo tramaban, estaba convencido, y después de las preguntas de cortesía sobre el ensayo me hicieron partícipe de su plan:
-Oye, Cepedi, como nos han echado la bronca por no relacionarnos con los otros estábamos pensando en salir a dar una vuelta a Kapital, que ya tienen nuestra zona reservada de por vida, e invitarlos...-dejó caer Roi ante mi más que obvia cara de disconformidad, pasando su brazo por mis hombros. –A ver, tampoco son santo de mi devoción pero por lo menos Amaia, aunque a veces se le va la olla, me ha caído bien. El "Shape of you" nos ha unido- dice entre risas.
-Venga Luis, mi compañero tampoco está tan mal- añade Agoney sacando su labia a pasear- igual son majos en el fondo y, además, ¿cuándo le has dicho tú que no a un par de roncolas?.
-Vaya morro tienes- respondo dándole una colleja al canario- a ti lo que te pasa es que te ha caído demasiado bien el Raoul ese; como al final el "Manos vacías" sea "Manos llenas" me vas a deber una bien grande. Y me la pienso cobrar- amenazo cediendo a su propuesta, era demasiado débil ante la tentación.
-¡¡¡CHICOOOOOOOOOOOS OTPARTY!!!- oigo gritar a Roi después de haber desaparecido corriendo en dirección a los camerinos a la vez pongo los ojos en blanco al ver que aún no ha perdido esa maldita costumbre de ponerle el prefijo "OT" a todo lo que se le pasa por la cabeza. Este chico no lo va a superar en la vida.
Busco mi cazadora y las llaves del coche, dispuesto a salir de allí, mientras me mentalizo de que esta noche no voy a beber. No quería volver a liarla.
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Jamás, en tu vida
FanficÉl, un concursante de Operación Triunfo venido a menos. Ella, una concursante de Operación Triunfo venida a más. El destino, o el dinero, decide juntarlos en el mismo tiempo y espacio. ¿Saldrá bien?